La iglesia debe organizarse como estime más oportuno,
siempre que no comprometa el mensaje de Jesús.

Arrasada Jerusalén, que sí fue sede de la primera comunidad cristiana, se evidenció poco a poco, la necesidad de que una de las iglesias fuera aceptada como punto de referencia y encuentro para todas las demás.

Roma -por distintas razones sociales, políticas, vitalidad cristiana- fraguó como ese lugar de encuentro. Aunque el elemento más determinante fue sobre todo la voluntad de los emperadores romanos.

De alguna manera tenía que estructurarse el nuevo movimiento provocado por Jesús, si no quería convertirse en un asamblearismo de utópicos e iluminados como, efectivamente, empezó a ocurrir en determinadas comunidades.

La iglesia romana puede y debe organizarse como estime más oportuno, con la modalidad que los tiempos exijan, siempre sin perder de vista ni comprometer el mensaje de Jesús.

Lo que nunca podría hacer es presentar su organización como dictada por Jesús. Ni parapetarse tras el Espíritu Santo para defender su organización. El Derecho Canónico no es cosa revelada. Intentar sacralizar el andamiaje actual, producto del sentido común o de múltiples conveniencias, declarándolo de derecho divino es abuso descarado y pecaminoso.

No puede presentarse su esquema organizativo como una historia sagrada: “Jesús fundó la iglesia sobre los doce apóstoles”. “Los obispos son sus sucesores”. “El papa es sucesor de Pedro”. Ninguna de estas afirmaciones responde a la verdad histórica y neotestamentaria.

Jesús no fundó ninguna iglesia. Los obispos actuales no son, en ningún sentido – ni teológico, ni bíblico, ni histórico, ni de derecho ni de hecho – los sucesores de los doce “apóstoles”.

Entonces “¿quién sucede a los apóstoles? La respuesta rotunda sólo puede ser una: la Iglesia, la Iglesia entera sucede a los apóstoles. Apóstol es todo aquel “testigo” de Jesús resucitado, “enviado” con la buena noticia.

Son los seguidores de Jesús, los que creen en él, quienes reciben el encargo: “haced esto en memoria mía”, “perdonad”…

Jesús no instituye un cuerpo sacerdotal de elegidos, con poderes mágicos o divinos. La dimensión histórica y cósmica de Jesús no se la puede empequeñecer haciendo de Él el primer eclesiástico. No existen más sacerdotes en los Evangelios y demás escritos del Nuevo Testamento que los que crucificaron a Jesús.

Pedro no fue nunca ni obispo ni papa. En ningún sentido. En ningún sitio de los cuatro evangelios,  se dice que Pedro sea el jefe, o que los demás tengan que obedecerle. Aducir aquello de “apacienta mis corderos… pastorea mis ovejas” como prueba de la autoridad de Pedro sobre fieles y obispos, es de tal memez técnica que sólo puede ser utilizada por quienes pretenden aprovecharse del Evangelio.

Pero la fe de Pedro y la fe de los apóstoles, testigos de la vida, muerte y resurrección de Jesús, son los auténticos pilares sobre los que se funda la Iglesia.

La iglesia se funda en Jesús. Porque Jesús es palabra de Dios, lo que Dios dice a los hombres. Es camino hacia Dios. Es vida de Dios.

(Quien quiera saber qué piensa Dios, que estudie a Jesús. Y quien quiera encontrarse con Dios, que siga a Jesús).

Pedro no fue obispo de ninguna iglesia local, ni se habla en absoluto de ninguna sucesión de Pedro en el Nuevo Testamento, ni tiene una relación de autoridad con los otros apóstoles, ni hay ningún gobierno central de la iglesia.

[José A. Estrada.

Nuevo diccionario de Pastoral, pág. 1060]

Luis Alemán Mur