No existió una primitiva comunidad cristiana idílica.
Los cuatro evangelios
son producto de las diferentes iglesias.

No existió una primitiva comunidad cristiana idílica, que nos sirviera de ejemplo nostálgico para todos los tiempos. La iglesia de Jesús, como todo lo hecho por el Espíritu, es como un nuevo big bang que tras el estampido inicial se transforma en proceso silencioso, desplegando su vitalidad, poco a poco, como la savia por la vid, lentamente y en silencio. Y que florece donde menos se espera y en los ambientes más extraños.

En los primeros tiempos, los seguidores de Jesús crearon muchas iglesias: la iglesia de Jerusalén, la de Antioquía, la de Corinto, la de Tesalónica, la de Roma… Iglesias sin templos ni sacerdotes. Por eso, por no tener templos ni sacerdotes, los romanos consideraban a los cristianos paganos.

Eran iglesias muy diferentes unas de otras, en su organización, en sus preceptos o costumbres a seguir.

Pero todas predicaban al mismo Jesús. Los cuatro evangelios que reconocemos todos, son producto de esas diferentes iglesias. Se consiguió el ideal agustiniano: “Unidad en lo necesario, libertad en lo dudoso, caridad en todo.”

Lo cristiano explosionó conducido no por autoridad jurisdiccional alguna sino por la primacía del amor.

La primera comunidad de seguidores de Jesús, con sede en Jerusalén, estaba formada por judíos convertidos a Jesús. Extraña comunidad. Mucho más judía que cristiana. Dirigida por un pariente de Jesús, Santiago, que impuso la circuncisión. Como en cualquier sinagoga, un consejo de presbíteros, junto con los apóstoles, llevaba la dirección. La autoridad moral la tendrían los doce, con la evidente y destacada presencia de Pedro, pero el primer báculo lo tuvo el “hermanísimo”.

Más tarde se ve que cedió ante lo de la circuncisión, pero no en lo de comer animales estrangulados, o sangre. Parece que murió apedreado el año 62.

Su gran rival fue Pablo. Santiago hizo cuanto pudo para que no triunfaran las ideas de Pablo. Pablo salió vivo y con prestigio gracias a su valía personal y a la ayuda de Pedro, que aunque con titubeos, fue viendo cada vez más claro. “Realmente, voy comprendiendo que Dios no discrimina a nadie…” Hechos 10,34

La segunda iglesia “cristiana” fue creada en Antioquía (Siria) por judíos de habla griega, de muy diferente talante, fariseos ultraconservadores a medio camino entre la Torá y Jesús, y judíos convertidos a Jesús de cultura helena, que chocaron en Jerusalén con Santiago. Todos venían huyendo del ambiente turbulento con persecuciones y asesinatos de Jerusalén.

Allí, en Antioquía, se empezó a hablar de los “cristianos”. La creación de los siete diáconos (todos de nombre griego) está vinculada a esta comunidad más inquieta y más activa que la cada vez más conservadora y judaizante de Jerusalén. En Antioquía se le dio más espacio al Espíritu. Y desde allí salieron los misioneros con el mensaje de Jesús.

El tercer grupo de iglesias cristianas, las comunidades creadas por Pablo, estaban formadas por cristianos provenientes del paganismo, con problemas de costumbres, ideas y ritos muy diferentes.

Estas comunidades paulinas no tienen estructura presbiteral como la de Jerusalén. Sí aparece una gran cantidad de oficios, casi todos carismáticos unidos por el Espíritu. Y todos valen en la medida que procedan del amor. Unos saben leer. Otros saben interpretar las escrituras. Unos tienen el don de enseñar. Otros el don de discernir… Diversos carismas, pero un único Espíritu. Diversos servicios, pero un único Señor. Diversas funciones, pero un único Dios.

En estas comunidades paulinas brillan notablemente algunos personajes femeninos, en calidad de responsables y de apóstoles.

Finalmente, otra corriente eclesial, que fue pronto agostada. Las comunidades que nacieron alrededor del histórico o mítico discípulo amado, Juan. Quizá nunca sabremos si Juan escribió el evangelio y las cartas que se le atribuyen. Más bien parece que detrás haya un grupo de cristianos de cierto nivel intelectual, con tendencia al espiritualismo salpimentado con el pensamiento gnóstico de la época.

Comunidad muy de Jesús. Ajena a todo “poder” jerárquico. Confiando su porvenir al Espíritu. Bella y atractiva experiencia.

Luis Alemán Mur