Cárceles mentales,
con rejas de cánones y tradiciones,
cuyo producto final ha sido un sucedáneo de lo humano.

Parece evidente que Dios ha proyectado al hombre para que llegue a su plenitud.

Parece que el Universo es como una factoría cuyo producto final es lo humano. Conseguir el Hombre: ese individuo inteligente, reflexivo, libre, social, comunitario, dueño de su propio desarrollo, creador de historia, sometido y, a la vez, dueño del espacio y el tiempo.

Para el creyente, la gloria de Dios es el Hombre.

Jesús, el de Nazaret, fue el prototipo, la culminación del diseño.

Jesús no fue un cristiano. Ni vino a fundar el cristianismo, y mucho menos una Iglesia. Los llamados milagros -paralíticos, cojos, ciegos, leprosos, encorvados, endemoniados…- son signos evidentes de su acción liberadora con el expreso deseo de ayudar a conseguir la calidad del “producto” hombre.

Un hombre fracasado es un fracaso de la factoría de su Padre. Un hombre sometido al sábado, esclavo de una religión, servidor de un templo es un ser humano sometido, sirviente de poderes inferiores a él.

Lo que llamamos “cristianismo”, “catolicismo” o “religión” de cualquier tipo habrá contribuido en mayor o en menor grado al desarrollo del “Hombre”, pero no es lícito omitir que también fue un engranaje más de esos grandes sistemas, que, desde siempre, han pretendido someter al Hombre. Cárceles mentales, con rejas de cánones y leyes, condenas y premios, ritos, hábitos y tradiciones cuyo producto final ha sido, no pocas veces, casi siempre, un sucedáneo de lo humano. El proyecto de Dios, descafeinado.

El cristianismo ni ha sido fiel a Dios, ni se ha fiado nunca del hombre. Curiosamente utilizó, manoseó el nombre de Dios para corregir su obra: el hombre.

Los poderes cristianos han pretendido “mejorar” la obra de Dios, castrando al hombre. Y, como hicieron desde antiguo todas las religiones, construyeron un altar sobre el que moldear, domesticar, uniformar, controlar el atrevido proyecto de Dios: un animal, inteligente, libre, señor de sí mismo. Un riesgo demasiado audaz para ser asumido por los poderes de la tierra.

Creo en el hombre

Es grande el Universo. Pero mucho más el hombre.

Me asombra el misterio de los agujeros negros en el Espacio. Pero más enigmático es el interior del hombre.

Las profundidades del mar, la riqueza inagotable de la selva, las soledades blancas de Siberia, el ardor de fiebre en el trópico, el viento, la lluvia, la tormenta, la sed agrietada del Sahara, la magia de las noches negras, la sinfonía multicolor de la vida.

Pero más bella la sonrisa de un niño, la arruga de una abuela, la soledad de una muchacha, la lágrima de una madre, el sudor de un hombre para alimentar a su familia, el orgullo mordido por salvar su dignidad.

Bello es el Universo. Pero el hombre es la obra.

Las ideas, para el hombre. El arte, para el hombre. La ley, para el hombre. Dios para el hombre (Ese es el Dios cristiano).

Malditas Pirámides, amasadas con sangre de esclavos.

Malditas Catedrales, levantadas con el sudor de los hambrientos o la compra venta de conciencias humanas.

Maldito Stalin, constructor del canal más largo del mundo con la vida de 50.000 muertos.

Maldita toda religión que honre a su Dios con sangre de becerro, de hombre, o con el clítoris ensangrentado de una niña.