Lo que le preocupa a Dios es la humanidad.
La gloria de Dios es que el hombre viva.

Las Iglesias actuales (católica, protestantes, ortodoxas…) no son más que hermanos separados por pequeños e inconfesables egoísmos de herencia y de mando. Y todas ellas no son más que una entre las múltiples formas en las que pudo cuajar aquella brisa fresca que empezó en Nazaret.

Si la obra de Jesús, el de Palestina, fue organizar el clero, la jerarquía, el Vaticano y poner en el mercado una Suma teológica, no mereció la pena.

Pienso que a Dios le importa un rábano la Iglesia-Institución, el Papa, las Conferencias episcopales, los Templos y el Arzobispo de Westmister.

Pienso que si el Párroco de mi pueblo es honrado, amable, justo y generoso, Dios estará contento.

Pienso que si la Señora Antonia, esa mujer que está en la caja del supermercado, es feliz, buena, comprensiva… Dios estará feliz.

Pienso yo que Dios sufrirá ante tanto fracaso humano, ante tanta hambre, ante tanto desastre…y que eso sí le preocupa.

Pienso yo y también lo piensa Juan el evangelista y Pablo de Tarso, que lo que le preocupa a Dios es la humanidad. La gloria de Dios es que el hombre viva. Y que amó tanto al Hombre que escogió a uno, y se unió tanto a él para que la humanidad aprendiera cómo se ama, cómo se vive, cómo se muere.

La prueba del algodón para cualquier religión es comprobar si el núcleo de su actividad se centra en cuidar y defender al hombre, o se dispersa en otras sublimes zarandajas.

Al menos para mí, el error más grosero de cualquier institución religiosa es la de sentirse defensora de Dios en la tierra. Como si Dios necesitara un despacho de abogados para defender su honor y culto debido.

Con el evangelio en las manos, el “interés” de Dios en la tierra no es la defensa de su honor, ni conseguir las alabanzas y el culto de los hombres. Es el hombre mismo. Y entre estos, los más débiles. Dios no necesita del hombre para nada. Es el hombre el que se pierde al perder la referencia de Dios.

Dios no necesita ni santos ni mártires que den su vida por Él. Aquí los únicos santos y mártires son los que crean paz, progreso, y ayudan a la evolución de la raza humana, y a veces caen en la batalla por su trabajo, aunque no tengan un crucifijo en las manos.