¿La historia es sagrada o humana?
Increíble cómo se recurre a Dios
para explicar y justificar la barbarie humana

Hay que revisar, urgentemente, todo ese tinglado teológico del “pueblo elegido”, el “rey elegido”, el “sacerdote elegido”, el “sumo pontífice elegido” por Dios. La historia demuestra que no se puede atribuir al Espíritu Santo la presunta elección tanto de reyes del Antiguo Testamento, como de Emperadores, Generalísimos y Papas del último Testamento.

El único elegido es Jesús, el único ungido es Jesús, el único hijo amado es Jesús, el único Rey es Jesús, el único Sacerdote es Jesús. Los demás, todos los demás nos incorporamos por Jesús y en Jesús. Ya no hay más trono que la cruz. No hay más reinado que el suyo a los pies de los suyos.

¿Interviene Dios en el devenir humano? ¿Los aviones que cortan como un queso las Torres Gemelas forman parten de un plan divino? ¿El trozo de metralla etarra que rebota como una bola de billar en contenedores de basura y rompe el cráneo de un niño está previsto, querido, permitido por Dios? ¿Está Dios detrás de las desgracias y de las loterías humanas?

¿Están los malos en un bando y los buenos en otro? ¿Cuál es el papel de Dios en la historia? ¿La historia es sagrada o humana? ¿Cómo es posible que Bush, Ben Laden, Aznar, Arzalluz, Ariel Sharon, Arafat recen al mismo Dios?

Le he cogido rabia y miedo a las banderas, a los cañones, a los estandartes con dioses, a los pozos de petróleo y a los credos oficiales. Quizá sea preferible un terremoto a un fanático con un libro en una mano y en la otra un mandato de Dios.

Es increíble la facilidad en el recurso a Dios para explicar, frenar y justificar la barbarie humana: pueblos humillados por fanáticos y salvapatrias analfabetos, por redentores engreídos, por generales con cerebro de cerdo.

Los poderes públicos habían recurrido, siempre, a Dios para justificar sus actuaciones. Ahora es el clero quien se parapeta tras Dios, para sacralizar su gestión y su teología, monopolizando el pensamiento divino para interpretar la historia.

Israel se aferró tenazmente al monoteísmo. Es comprensible que Israel quisiera apropiarse de Dios y rentabilizar su fe. Ha ocurrido en todas las religiones, en todas las teologías. Siempre se buscó la manera de “rentabilizar” las creencias. Los israelitas lo hicieron. Constantino lo hizo. Los Papas lo hicieron. Franco lo hizo. Y hoy el Vaticano – la nueva Jerusalén –sigue ordeñando su fe.

Jesús esparció semilla. No arrancó la cizaña. Todavía pululan muchos elegidos, muchos reyes que viven del pueblo e innumerables templos que pasan por ser “signos” de cristianismo.

El camino será largo hasta llegar al Padre nuestro de Jesús que busca, por los caminos, marginados leprosos, hambrientos, cojos, paralíticos, ciegos y adúlteras. Y que escoge para sí al deshecho del mundo. Jesús pulveriza, en nombre de su Padre, el principio de elegidos, porque desde ahora hasta de las piedras pueden salir hijos de Abraham.

Se pierde, ya muy lejos, aquel Dios de Abraham. Aquel Señor amigo que viajaba con el patriarca. Abraham no era monoteísta. Incluso respetaba y saludaba a los dioses que se encontraba por el camino. Respetaba a los vecinos y a sus dioses. Él tenía el suyo. Caminaba con él y se fiaba de él. Aunque su Dios era muy difícil de entender. Abraham no se peleó con nadie por los dioses. Abraham no tenía ciencia de Dios. Simplemente se fiaba de él.

 “Sal corriendo a las plazas y calles de la ciudad y tráete aquí a los pobres, ciegos y cojos. Y desde ahora, los últimos serán los primeros. Y el que quiera ser como yo que se ponga a lavar los pies a los demás y que escoja el último sitio en la
mesa”.