Lo evangélico no está diseñado para dominar,
no está hecho para triunfar,
sino para que triunfe la humanidad.

¿Alguna vez será el mundo como Jesús soñaba?

Yo no se. Puede que ni Dios lo sepa. Puede que ni Dios tenga sobre su mesa una auditoría fiable sobre cómo acabará el negocio. Y es que existe un elemento no contabilizable: el corazón del hombre, libre, imprevisible.

¿Va esto contra la “omnisciencia divina”? Pienso que no. Dios sabrá todo lo que es cognoscible. Pero se complicó la vida poniendo en marcha, por amor, un ser inteligente, libre, contingente, un maravilloso monstruo.

La historia no está escrita. Y Dios no juega con las cartas marcadas. Quizá sea eso lo más preocupante: que Dios juega con el riesgo de haber creado el ser humano.

Por tanto, puede que Él, a estas horas, no sepa el final de la película.

Parece, efectivamente, que el mundo y su historia depende de nosotros mucho más de lo que creemos.

“Que llegue tu reinado”. Y no se pide que venga el cristianismo, ni el reinado del papa, ni que todos vayan a misa los domingos, ni que venga el Corazón de Jesús a sentarse en la ONU. Ni siquiera se pide que venga el “reino” de Dios. Se pide que llegue su reinado. Es decir, que se realice la visión que Dios tiene del hombre y la comunidad humana. Eso es su reinado. No pedimos que los templos se llenen de fieles sino que los hombres se desarrollen y convivan a la manera y a la imagen de Dios Padre.

Una comunidad de seguidores de Jesús no debe hacer otra cosa que desear que los hombres se lleven bien, se ayuden, se aguanten, se perdonen, que aprendan unos de los otros, que inventen formulas de reparto, economías justas, técnicas que ayuden al hombre para liberarlo de toda esclavitud.

Que no haya grupos que impongan sus filosofías, sus idiomas, su poder, sus pistolas, sus dogmas, sus genes, su color o sus banderas. Que globalización sea comunicación y no imposición y dominio: por ahí va eso de que “llegue tu reinado”.

Lo evangélico no parece que esté diseñado para dominar, para mascarse como tropezones de una paella. Creo que el evangelio sólo da sabor. El evangelio es levadura que fermenta, sal que condimenta. No está hecho para triunfar sino para que triunfe la humanidad.

El evangelio no construye sociedades, ni estructuras de cemento, ni leyes, ni sistemas económicos: sólo pone la levadura, la sal para que lo humano, el hombre sea el final, el objetivo de toda política, de toda economía, de todo templo, de todo Dios.

La cizaña no ahogará el trigo. Al final, el esfuerzo de Jesús no resultará inútil. Al final lo humano triunfará.