Jesús nació por lo menos cinco años antes de Cristo. Seguramente no nació en Belén, sino en Nazaret. La verdad histórica es que no sabemos ni cuándo ni dónde nació.

Pero no puede haber duda: Jesús de Nazaret fue un hombre sin trampa. Sin cartas en la bocamanga, sin privilegios. Con la ciencia y con la ignorancia de un hombre de su tiempo. No echemos purpurina, ni magia de circo sobre la realidad humana de aquel palestino llamado Yesuá.

Él es el triunfo de la humanidad. Y esta maravilla de Hombre no sale hecho de las manos de Dios. Ese hombre se ha ido haciendo.

Nada ha salido terminado de las manos de Dios. Dios no crea Hechos ni Personas. Dios crea evolución, crea historia. Jesús, como todo hijo de vecino, tuvo que “hacerse”. La llamada “encarnación” fue un hacerse. Como la llamada “creación” tampoco salió hecha de la palabra de Dios.

El “Verbo” no llega desde fuera del mundo y se hace carne humana. Según Karl Rahner, considerado por muchos el teólogo católico más grande del siglo XX, esto supondría la creencia en un dios que se viste de hombre como el que se pone un traje. Cristo no “viene” del cielo, “desciende” a los infiernos, y “sube”, de vuelta, al cielo. Eso es un enfoque mitológico, y por tanto herético. No cristiano.

Dios se fue haciendo presente, se fue “encarnando”. Dios no “vino” en una noche de Navidad. Dios fue entrando, noche a noche, día a día, en aquel judío llamado Yesuá. Navidad es el comienzo de la aventura. No hay fechas mágicas, ni automáticas. Todo es proceso. Todo es crecer. Dios crecía en Jesús, a medida que Jesús crecía como hombre.

Personalmente, considero que es bello -y real– pensar que el hombre Jesús desarrolla tan plenamente su humanidad, realiza tan plenamente “el proyecto de hombre”, que hace posible la “invasión” de la divinidad.

¿Qué es más verdad: que Dios “se hace” hombre en Jesús o que Jesús, un hombre, llega a ser Dios?