Tú que hablabas tanto, que acallabas a los doctores, que deslumbrabas a fariseos y sacerdotes, cuando llegó el momento de la verdad, pasaste la barrera del sonido y entraste en el silencio. Lo más desconcertante, tu misterio, estuvo en el silencio.

“Palabra de Dios, palabra de Dios”, repetimos ingenuamente en la liturgia… ¡Pero si Yahvé no dijo nunca nada! El misterio de Dios está, sigue estando, al otro lado del silencio.

Mientras tanto, los que dicen representarte, tus delegados, no hacen más que hablar, hablar… Y quieren que todos callen, pero ellos no cesan de hablar.  ¿Cuándo callarán? A ver si en medio de un gran silencio oímos tu palabra.

No entendieron bien, Señor, aquello de “id y anunciad el evangelio”. Lo tradujeron mal. Te han convertido en un detergente, en una pasta de dientes. Se ha entrado en la competencia publicitaria. Renovar, actualizar tu mensaje es encontrar un nuevo spot publicitario.

Creyeron que anunciar era hablar y hablar. Y, de tanto hablar, se han resquebrajado las campanas.

Ya nadie escucha tu palabra de silencio.

Tú eres levadura que fermenta en silencio.

Tú eres luz que no deslumbra.

Tú eres trigo que se hunde en la tierra.

Tú eres tesoro escondido.

Tú eres piedra de valor perdida.

Tú eres oración a medianoche.

Tú eres sal que se disuelve.

Tú eres campesino anónimo de Nazaret.

Tú eres el silencio crucificado.

Luis Alemán Mur