¿Y por qué Dios no nos ha dicho claramente, directamente, irrefutablemente lo que Él es, lo que Él quiere, lo que Él exige, lo que es bueno y lo que es malo, lo que es verdad, lo que es medio verdad y lo que es mentira? ¿Por qué este juego de adivinanzas? Esta historia de Dios y el ser humano ¿no huele un poco a cachondeo? Si nos ama tanto… ¿por qué no habla claro de una puñetera vez?

Esto lo he pensado yo más de una vez. Y quizá lo has pensado tú, y tú, y el otro.

Sin embargo, la respuesta es no sólo buena, sino bella.

Cuenta la Biblia que los Israelitas, en el desierto, comprendieron que ellos no podían hablar directamente con Yahvé. Porque si lo hacían morirían, “moriremos”.

Iba quedando claro que Yahvé era distinto a los demás dioses: de Yahvé no podían hacer una imagen, no sólo material, es que ni siquiera moral, ni sicológica, ni ideológica… (Esto lo demuestra muy bien el gran Gerhard Von Rad, en su Teología del Antiguo Testamento).

De Dios no podemos saber casi nada. Quien crea en Jesús, a través de Jesús sacará algo. Pero, al modo humano, difícilmente transportable a lo divino. Jesús es lo más que puede decirle Dios al hombre.

Para que haya ser humano, tiene que haber libertad. La libertad exige, por definición, la posibilidad de elegir. Si “ves” a Dios, ya no puedes elegir otra cosa, y dejas de ser eso que llamamos: ser humano en la tierra en su condición mortal. Si por “ver” a Dios el hombre pierde su libertad, nos quedamos sin hombre.

Por eso la bruma; por eso la duda; por eso la necesidad de la fe –moviéndose siempre en la penumbra-.En este caso, la luz total mataría al hombre.

El evangelio nos ayuda a encontrar a Dios. Pero ¡con qué trabajo! Jesús es camino que no se “impone”. El que no quiera ver, no ve. ¡Máximo respeto al hombre!

Luis Alemán Mur