El Concilio fue consciente de esta realidad y quiso recordarnos dos aspectos de máxima importancia para la situación actual. El primero es una confesión explícita y humilde de que “las instituciones, las leyes, los modos de pensar y sentir, heredados del pasado, no siempre parecen adaptarse bien al actual estado de cosas”. Lo que significa que la verdad no ha sido descubierta de forma definitiva y se requiere un esfuerzo constante para conseguir un conocimiento progresivo. Y en segundo lugar, reconoce también, consciente de su limitación, que, a pesar de la revelación, no posee “siempre la inmediata respuesta a cada cuestión”,  SEQ CHAPTER \h \r 1e invita a los cristianos que se unan a los demás hombres «en la búsqueda de la verdad y en la solución de tantos problemas que surgen en la vida individual y social».

         Y es que el concilio no fue solo un intento de diálogo con el mundo, la cultura y las otras religiones, sino que buscó también una comunicación interna más profunda que promoviera “en la misma Iglesia la mutua estima, reverencia y concordia, admitiendo toda legítima diversidad para que se establezca un coloquio cada vez más fructuoso entre todos los que constituyen un único pueblo de Dios, ya sean pastores o simples cristianos”. Buscaba una nueva forma de comprenderse no a partir de la jerarquía, sino del pueblo de Dios que la constituye

         Desde entonces, se han publicado excelentes documentos sobre el diálogo, como la primera encíclica de Pablo VI, en la que manifiesta el deseo de “que el diálogo en el interior de la Iglesia se haga más intenso en lo que se refiere a cuestiones y a participantes, para que así crezca la fuerza vital (de la Iglesia)”. El mismos Sínodo de 1985, convocado para analizar la aplicación del concilio, no dudó en afirmar que “la eclesiología de comunión es el concepto central en los documentos del concilio”. Hay, sin embargo, una sensación generalizada de que semejante intento se ha quedado frustrado, sin llegar a realizarse en toda su profundidad.

         En muchos ambientes se ha creado una cierta desilusión. La “neurosis de paternalismo”, que ya había denunciado Häring hace tiempo no parece que haya desaparecido. Frente al desconcierto que algunos experimentan por el pluralismo existente, se busca la unión con el poder de la autoridad y una vigilancia extrema sobre cualquier posible desviación. La docilidad que se consigue, en estas circunstancias, no brota del respeto amoroso ni del convencimiento personal, sino del miedo a sufrir las consecuencias. Nada hay más peligroso que sacralizar la norma para darle mayor énfasis; presentarla como patrimonio absoluto de la tradición cuando, a lo mejor, es fruto de pequeñas tradiciones.

         En el campo de la praxis cristiana, sobre todo, el recurso a la autoridad de Dios no siempre se hace posible, pues muchos de los problemas que nos afectan no se explicitan en la revelación. Es cierto que el magisterio goza de especiales garantías por la presencia del Espíritu, pero sus enseñanzas concretas no quedan liberadas de una justificación razonable. La demanda de este esfuerzo no supone ninguna rebeldía, sino un derecho a que la conducta brote de un convencimiento personal. El hecho de que la doctrina de la Iglesia exija del creyente una actitud de docilidad y sumisión, de acuerdo con la doctrina el Vaticano II, no supone prescindir de este recurso pastoral, cada vez más necesario. La autoridad tiene muchos mecanismos para imponer por la fuerza sus criterios, pero así solo se consigue un silencio temeroso, que no ayuda a la formación de conciencias convencidas y responsables.

         No resulta exagerado afirmar que existe una preocupación por insistir en la unidad, mediante la exclusión de todo pluralismo, y promover la autoridad de Roma, cuyo control se impone de múltiples maneras. El hecho es que las sospechas mutuas y los recelos profundos por parte de la jerarquía y de los teólogos impiden cualquier tipo de diálogo que pudiera llevar al esclarecimiento de los problemas. Y es evidente que en esta dificultad de comunicación la culpa tengamos que repartirla entre todos. Una jerarquía sin diálogo con los fieles, como sucede con frecuencia, es tan peligrosa y poco creíble, como unos fieles que prescinden de la jerarquía, como también acontece. De la misma manera que no es enriquecedor que, cuando se fomenta algún tipo de encuentro, se realice fundamentalmente con los de la propia ideología.

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  Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo de hoy, nº 7.

Ibid., nº 34

Ibid., nº 16. Cf. S. MADRIGAL, “El ‘aggiornamento’, clave teológica para la interpretación del Concilio”, Sal Terrae 98 (2010) 111-127.

Ibid., nº 92. Cf. J. DIAS DA SILVA, “Gaudium et spes: un novo paradigma das relaçôes Igreja-Mundo”, en G. URIBARRI, (ed.), Teología y nueva evangelización Universidad Pontificia de Comillas: Madrid 2005,155-197. V. BOTELLA, “Balance de la recepción conciliar y futura del Vaticano II”, Ciencia Tomista 132 (2005) 443-471. L. GONZÁLEZ-CARVAJAL, “Una nueva actitud de la Iglesia ante el mundo en la ‘Gaudium et spes'”, Estudios eclesiásticos 81 (2006)421-433. M. DE FRANÇA, “Igreja e sociedade na “Gaudium et spes” e sua incidência no Brasil, Revista Eclesiástica Brasileira 66 (2006) 89-114.

PABLO VI, Ecclesiam suam, nº 45.

J. MARTÍNEZ GORDO, “La renovación eclesial: del Vaticano II a nuestros días”, Lumen 61 (2012) 35-75. M. VIDAL, ‘”Gaudium et spes’ y Teología Moral. A los 50 años del Concilio Vaticano II“, Moralia 35 (2012) 103-153. AA. VV., “250 números desarrollando el proyecto del Concilio”, Iglesia Viva, nº 250 (2012).

B. HÄRING, “La ética teológica ante el III milenio del cristianismo”, en AA.VV., Conceptos fundamentales de ética teológica, Trotta: Madrid 1992, 19.

Cf. el interesante artículo de M. SOTOMAYOR, “Historias, historia y condicionamiento histórico”, Proyección 40 (1993) 225-240. J. I. GONZÁLEZ FAUS, La autoridad de la verdad. Momentos oscuros del magisterio eclesiástico, Sal Terrae: Santander 2006, ofrece abundantes hechos históricos para comprender el cambio de ciertas tradiciones, incluso dentro de las mismas enseñanzas de la Iglesia.

Ver el interesante artículo de C. MACCISE, “La violencia en la Iglesia”, Testimonio 200 (2003) 41-49, (resumido en Selecciones de Teología 43 (2004) 187-193), donde analiza otras formas más sutiles de violencia. Y en B. TIERNEY,  “Modelos históricos del papado”, Concilium 108 (1975) 207-218 cómo se han vivido  históricamente.

J. MARTÍNEZ GORDO, “El gobierno de la Iglesia: síntomas de un malestar”, Surge 62 (2004) 443-465. W. BEINERT,
“Diálogo y obediencia en la Iglesia”, Selecciones de Teología 39 (2000) 61-70. J. A., RUIZ DE GOPEGUI, “O Concilio Vaticano II quarenta anos depois”, Perspectiva Teológica 37 (2005) 11-30. Mª J. ARANA, “El diálogo en el interior de la Iglesia”, Sal Terrae 94 (2006) 143-154. J. DE LA TORRE DÍAZ, “El magisterio moral de la Iglesia dentro de una eclesiología de comunión”, Sal Terrae, 98 (2010) 447-478. N. CASTELLANOS FRANCO, “Otra manera de ser iglesia hoy es posible”, Selecciones de Teología 50 (2011) 163-174.

Eduardo Lopez Azpitarte
Dr. En teología moral