Buenas tardes, Luis:

Tu antiguo amigo “desconocido” de Córdoba se alegra de recibir tu correo.

Gracias a un problema con el servidor me felicita la Navidad una persona de la que guardo un gratísimo recuerdo por lo mucho que me ayudó y me ayuda con sus comentarios en internet.

Aunque te cueste creerlo, todos los domingos en la Eucaristía, cuando rezo el padrenuestro, extiendo hacia afuera mi mano derecha y la uno con la tuya, con la de José María Castillo, y con la de tantos hermanos del mismo Padre que no están físicamente a mi lado pero me han ayudado a encontrar en mi búsqueda.

De ti aprendí, amigo Luis, que por encima de la coreografía absurda de la misa, el padrenuestro era un momento de unión con los hermanos. Por eso de ti me acuerdo y pido por tu fe cansada, tu achacosa salud y me siento hermano tuyo.

Como lo siento de José María Castillo, a quien leo todos los días su comentario del Evangelio. Me ha dado tanta confianza conocerlo en sus libros, descubrir su bondad y valentía, la humanidad que contagia y que nos anima a contagiar, esa Humanidad que Dios revela en Jesús.

Llega la Navidad, tiempo de recuerdos y añoranzas, de ternura y sencillez, de decirle a los amigos como tú gracias por tu ayuda en el camino de la vida, por tu generosidad y fraternidad.

Feliz Navidad, Luis.
Que Dios te bendiga.

Un abrazo
Antonio L