El cardenal de Madrid se resiste a dejar el poder en su Conferencia Episcopal. Jesús Bastante, en Religión digital

Ésa fue, y no otra, la causa del despido de Encarnación González de la Conferencia Episcopal. “Era la candidata. La gran candidata”

Este lunes arranca la Asamblea Plenaria que elegirá al sucesor de Martínez Camino como secretario general y portavoz de la Conferencia Episcopal. Una elección que marcará el futuro de la Iglesia española, y pulsará la fuerza que todavía tiene el cardenal de Madrid, Antonio María Rouco Varela. En las últimas semanas hemos planteado una serie de candidatos, que supondrían la continuidad o la reforma. A última hora, el cardenal Rouco, que sabe que en estos días se juega su futura influencia -y la de sus grupos de poder- en la Iglesia española, ha decidido apostar todos sus réditos a un candidato estrella: el obispo auxiliar de Madrid, Fidel Herráez.

De ser cierta, Rouco Varela se aseguraría el control para su entorno de la Casa de la Iglesia en los próximos cinco años. Sea quien sea su sucesor tanto en Madrid como en Añastro, el cardenal sabe que no existe un candidato con la suficiente fuerza para romper con la dinámica que el purpurado ha impuesto en las últimas décadas, y menos aún si el más fiel de sus colaboradores permanece “guardando la viña” de Añastro

Dejó El Pardo … llorando

Jaime Peñafiel en el Mundo

La muerte de Franco para su viuda no era nada. Lo que le dolía era la injusticia con la que podía ser tratada. Obligarla a obedecer la orden de desalojar El Pardo era contrario a su dignidad. Se sentía perjudicada al no querer hacer simplemente lo que era justo que hiciera, dejar el palacio. Doña Carmen lo consideraba como el origen de su desgracia. Las almas mezquinas siempre están dispuestas a convertir la obligación en una desgracia. Todavía recuerdo, porque testigo fui de ello, la tarde lluviosa y fría del 31 de enero de 1976, en la que una llorosa generalísima dejaba el paraíso junto a su hija Carmen y su nieta Mari Carmen, y a los acordes del Himno Nacional, para vivir en una planta baja de la madrileña calle de Hermanos Bécquer. Mientras la comitiva abandonaba lentamente El Pardo, una compañía de honores de la guardia del generalísimo presentaba armas a su paso, y una vociferante multitud, brazo en alto, la despedía gritando: « ¡Franco!, ¡Franco!, ¡Franco!». Patético.