Por último, Benedicto XVI habla de la escena que cierra el Evangelio de la infancia (Lc 2,41-52), y la titula: “Jesús en el templo a los doce años” (p. 125). Destaca que la obligación de la familia era llevar los hijos al templo, a partir de los trece años. A veces se adelantaba la edad para que se acostumbraran a cumplir con la Torá. El niño se queda en Jerusalén, en el templo, y los padres se dan cuenta de que no está con ningún miembro de la caravana, y deciden volverse a Jerusalén. “A los tres días” lo encuentran en el templo, sentado entre los doctores, respondiéndoles y preguntándoles (Lc 2,46). Benedicto XVI admite que los tres días puede ser lenguaje simbólico y referirse al periodo entre la muerte y la resurrección de Jesús (p. 128). Recalca la importancia del templo para Israel y para la Sagrada Familia desde la infancia de Jesús (p. 126-127), pero creo que exagera cuando afirma: “Jesús no está en el templo por rebelión a sus padres, sino justamente como quien obedece, con la misma obediencia que lo llevará a la cruz y a la resurrección” (p. 129). Además, Jesús no va a la cruz por obediencia al Padre, lo arrastran a la cruz los sacerdotes y los jefes del pueblo, porque lo consideran una persona subversiva, un malhechor y un blasfemo. El Padre, resucitando a Jesús, confirma tu actividad y su mensaje durante su vida pública.

Ante el reproche de María: –”Hijo, ¿por qué te has portado así con nosotros? ¡Mira con qué angustia te buscábamos tu padre y yo!” (Lc 2,48), Jesús le responde:
“Por qué me buscabais? ¿No sabíais que debo ocuparme de lo que pertenece a mi Padre?” (Lc 2,49).
Benedicto XVI comenta así este pasaje: “En esta respuesta hay sobre todo dos aspectos importantes. María había dicho: “Tu padre y yo te buscábamos angustiados”. Jesús la corrige: yo estoy en el Padre. Mi padre no es José, sino otro: Dios mismo”. El texto no dice que José no sea su padre. Aquí hay una manifiesta contraposición entre tu padre, en labios de María, y mi Padre, en boca de Jesús. Es decir, Jesús no niega que José sea su padre terrestre, pero, a esta paternidad, contrapone otra paternidad, para él más importante: con la expresión mi Padre, referido a Dios, se está proclamando Hijo de Dios, como en la Anunciación (Lc 1,35), y como en el pasaje de Lc 10,22: “Mi Padre me lo ha enseñado todo; quién es el Hijo lo sabe sólo el Padre; quién es el Padre lo sabe sólo el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”.

Escudero Freire