A los siete u ocho años, cuando la primera comunión, lo difícil era el misterio de la Trinidad. Se solucionaba de múltiples formas. Por ejemplo el árbol con tres ramas. Pero en definitiva, la Trinidad era el misterio. Y sin misterio no hay religión que valga.

En mi última vida laboral, tuve un compañero de claustro de instituto muy preparado en su materia, la lengua. Se confesaba ateo. Me mostraba un gran respeto y afecto. A mí, profesor de religión. Conocía bien la Biblia sobre todo el Antiguo Testamento. Le molestaba que, con las modernas ciencias de exégesis e interpretación, se despojara a la Biblia del aura de Libro Misterio. Para él, los libros sagrados deben estar llenos de cábalas y sentidos ocultos. ¿Para qué puede servir la Biblia sin jeroglíficos que descubrir? Sería como peregrinar al Machu Picchu sin oír el misterio.

En el siglo VII, aparece en el Canon de la misa la interpolación Mysterium fidei (sacramento de la salvación). Según Thierry Maertens, “ningún historiador ha podido datar ni justificar con exactitud esta cuña”. Lo que está muy claro es que coincide- siglos VII y VIII –con una profunda crisis del concepto de sacerdocio. Ni en el Nuevo Testamento ni en la literatura  cristiana de los tres primeros siglos, se designa jamás como hiereus sacerdos a los ministros del culto. Este cambio transforma no solo la asamblea cristiana sino la eucaristía que la asamblea celebra.

En esos siglos, las dimensiones de la Cristiandad inducen a copiar las prácticas y teología del Antiguo Testamento: El sacerdocio se convierte en asunto de especialistas y en un monopolio. Ha nacido el clero, funcionario, separado del pueblo. Se multiplican los grados, escalones y purificaciones entre Sumo sacerdote y el pueblo.

Un pueblo que entiende cada vez menos lo que se hace y se dice allá en el altar del Santo sacrificio. Los problemas de la lengua litúrgica, los compromisos del clero con la administración imperial y la interpretación del “misterio del culto” modelan un sacerdocio pagano. Cerca, o muy cerca del Antiguo Testamento y de los hijos de Aarón. Lejos, muy lejos de la cena del Señor. Los fieles dirigidos por el clero abandonan la mesa y se postran ante el misterio de los sagrado: Mysterium fidei. Ese espacio en el que nadie se entera de nada porque eso es el misterio. Lo que en los primeros siglos era “comunicación divina”, ahora misterio se traduce por “incomprensión”.

Cuanto más misterio hay, más enredo. Entre cristianos con fe, hoy volvemos al enfoque primitivo: el único gran misterio es aceptar y comprender cómo es posible que Dios ame tanto al hombre. Y no encontramos más respuesta que ver y oír a Jesús el de Nazaret.

Hoy, cuando ya soy mayorcito, no me interesan los misterios del catecismo. Dios no es el Misterio. El misterio es el hombre. ¿Cómo es posible que hablemos del misterio de Dios cuando somos nosotros el misterio más inquietante?

Luis Alemán Mur