En el año 1940 casi toda España sangraba en silencio. Las gentes de los pueblos acudían los domingos a la iglesia parroquial, entre otras razones, para que el Alcalde jefe local del Movimiento y la Guardia Civil comprobaran que eran ciudadanos de buena conducta. Aquel pueblo se llamaba Huetor Vega. Las mujeres llenaban los bancos de la Iglesia. Los hombres resignados aguantaban de pie al fondo de la Iglesia, junto a la puerta. A la hora de la homilía se salían a la plaza y volvían cuando el cura acababa el sermón.

Hoy 72 años después ha cambiado todo. Ha desaparecido aquella Casería de Sto. Domingo, donde yo vivía, antiguo convento de dominicos del año 1.600 y pico. Hoy Huetor Vega es casi un barrio residencial de Granada, tomado por los señoricos. Ya no es frecuente encontrarse con un ejemplar de clérigo como aquel párroco. Tampoco es normal que los hombres se salgan a la calle en tiempo de homilía. Ya no se ora a Dios en latín. El rito ha cambiado algo. Lo que sí perdura es el rollo del sermón. Pasa el tiempo, cambia el paisaje, las ciencias adelantan, pero continúa el soniquete moralizante, cansino, pobretón y repetitivo de las homilías. ¡Que largas se suelen hacer!

¿Es que no les enseñan? ¿Es que en los seminarios no hay profesores especialistas en el entendimiento de las escrituras? ¿Nadie les enseñó lo que es una homilía? Los obispos destinan a los seminarios a los más devotos, a los más fieles. No a los mejor preparados e inteligentes.

Me atrevo a insinuar una causa del desastre. La formación del clero en general, se basa fundamentalmente en los dogmas, y en la moral. Algunos cleros con pretensiones de carrera añaden especialidades de derecho canónico. El estudio de las Escrituras, en la mayoría de los casos, se reduce a meditaciones devotas de los evangelios y los salmos, y sus textos se utilizan para confirmar los dogmas y la moral clerical.

Y es que la Iglesia, sobre todo la católica, ha vivido y se ha desarrollado muy de espaldas y con miedo al estudio en profundidad de la Biblia, y en concreto, del Nuevo Testamento. Las Escrituras fueron utilizadas más como como libro de piedad que como revelación sobre la novedad del ser humano.

Ives Congar fue un dominico perseguido por el Vaticano hasta el extremo de empujarle al suicidio como cuenta él mismo (Diario de un teólogo) Era especialista en el tratado de Iglesia y en el estudio de las sagradas escrituras. En el concilio Vaticano II fue reconocido y ensalzado hasta elevarlo posteriormente al cardenalato. En una conferencia en Roma, contaba cómo un nuevo profesor le comunicó gozoso que ya había terminado su texto sobre la asignatura Iglesia y añadió: “Sólo me queda añadir textos de las Escrituras”. El buen hombre, había escrito su visión de lo que era la Iglesia, sin contar con la escritura, pero luego buscaría citas bíblicas para dar prestigio a su visión. Es decir, las escrituras no eran la fuente de la Iglesia sino el adorno.

Resumen. Se ha repetido otras veces.

1.-La homilía no es una clase de biblia. Pero debe partir del conocimiento científico, histórico, de lo que realmente se dice en la escritura.

2.-Hay que saber lo que realmente dijo Jesús. No es digno aprovechar cualquier parábola para echar un sermonazo o un sermoncito.

3.-Al menos, haber estudiado qué entiende Jesús por Reino de los cielos, hombre nuevo, vida eterna, cuerpo, pan etc.

4.-Un mínimo de conocimientos sobre las características de cada evangelista: Qué entiende Juan cuando habla de los judíos; Quienes son discípulos para Marcos, o los Doce cuando escribe Mateo. Por no estudiarlo, hacemos decir a Jesús lo que a nosotros nos interesa. Y así no se construye iglesia de Jesús.

5-Finalmente, hay que aplicar a nuestra realidad actual el pensamiento de Jesús. Dicho todo con sencillez, brevedad y calor de fe.

Luis Alemán Mur