Nos quejamos, con toda la razón del mundo, del azote de la crisis económica en Europa, concretamente en España. Pero da que pensar – y mucho – el contraste aterrador de la situación económica global en este momento. Exactamente ahora, a pesar de la crisis, los que más dinero tienen son los que más han aumentado sus increíbles riquezas. Esta acumulación de dinero en pocas personas es de tal magnitud, que ya no se habla de “millonarios”, sino de “billonarios”, término que se utiliza para designar a las personas que poseen más mil millones de dólares. Y lo más sorprendente es que la lista de los billonarios se ha disparado precisamente en estos años de la crisis, pasando de 97 a 214. Entre ellos, 54 nuevos que proceden de China y 31 de Rusia.

Estos datos son más indignantes cuando sabemos que, en España, tenemos más cinco millones de parados, miles de personas que subsisten por las ayudas que reciben de la limosna y la beneficencia, familias enteras que tienen los días contados en sus viviendas y – lo que es más sobrecogedor – las aterradoras noticias que nos vienen del Chad o de los países del Cuerno de África donde miles de criaturas, sobre todo niños, se mueren de sed y de hambre, en condiciones de extrema miseria y sin esperanzas de futuro.

Así las cosas, propongo a las personas, que visitan este blog, que dediquen el tiempo que puedan a leer y releer, sin prisa, las parábolas que los evangelios dedican al espinoso tema del dinero. Jesús dijo, en el Sermón del Monte: “Dejaos de amontonar riquezas en la tierra” (Mt 6, 19). Y enseguida añadió: “Porque donde tengas tu riqueza tendrás tu corazón” (Mt 6, 21). La conclusión que saca el mismo Jesús es tajante: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 6, 24). Es decir, a juicio de Jesús, el corazón puesto en el dinero es incompatible con el corazón puesto en Dios.

El peligro, que puede tener una lectura equivocada de estas palabras de Jesús, estaría en  pensar que el Evangelio “rechaza el dinero” o, lo que sería más grave, andar diciendo que Jesús “quiere la pobreza”. Por favor, no digamos tonterías. El dinero puede servir para acumularlo y disfrutarlo o para producir bienes de uso y consumo, dar trabajo, crear abundancia y bienestar. Las parábolas de los evangelios se refieren al dinero de manera que siempre lo ven como fuente de “productividad” para todos. Y también como peligro que envenena al que sólo piensa en el dinero como fuente de “acumulación” para la propia seguridad y el propio bienestar.

Algunos ejemplos para poner en la pista de una lectura evangélica de las parábolas: 1) Jesús rechaza la “economía del miedo”, como queda patente en la parábola de los talentos (Mt 25, 14-30; Lc 19, 11-27): el que afrontó el tema del dinero desde el miedo, en el mido y por el miedo encontró su propia perdición. 2) Si el miedo al dinero lleva a la perdición, la “codicia” por los bienes de la tierra convierte a los codiciosos en asesinos, como destaca la parábola de los viñadores homicidas (Mt 21, 33-46; Mc 12, 1-12). Es verdad que esta parábola entraña una enseñanza mucho más honda. Pero no deja de ser elocuente que Jesús exprese su enseñanza de forma que es la codicia lo que desencadena la violencia y la muerte. 3) Cuando el dinero lleva  a pensar solamente en uno mismo, en el propio bienestar, la consecuencia es el más escandaloso desinterés por el sufrimiento ajeno, o sea el pecado de omisión en su más repugnante brutalidad. Es lo que destaca la parábola del rico epulón y Lázaro (Lc 16, 14-31). De forma que quien vive de esa manera, se hará sordo a la palabra de Dios, a la propia conciencia e incluso a los muertos que se levantaran de sus tumbas. 4) El dinero, además, es el germen de la más desmesurada intolerancia ante las miserias de los demás, por pequeñas que sean, al tiempo que engorda la tolerancia del  sujeto ante sus propias miserias. Es una de las cosas que quedan más claras en la parábola del perdón (Mt 18, 21-35). 5) El dinero, pensado y deseado solamente desde el punto de vista de la acumulación y la seguridad que eso produce, tiene la fatal consecuencia de que trastorna a la persona hasta hacerle incurrir en la insensatez, en la más insensata necedad. Eso exactamente es lo que enseña la parábola del rico necio (Lc 12, 13-21). Y es que la estupidez del rico satisfecho  le pone una venda en los ojos y lo ciega ante las inevitables limitaciones que entraña la condición humana. 6) Y hablando de dinero, es decisivo caer en la cuenta de que, a juicio de Jesús, Dios no se relaciona con los seres humanos según el principio calculador de la retribución estricta, sino desde el criterio desconcertante de la bondad que no se fija sino en lo que el otro necesita. En el fondo, eso es lo que enseña la parábola de los jornaleros que van a trabajar a diversas horas de la jornada (Mt 20, 1-15). 7) Y para acabar, resulta elocuente la extraña parábola del administrador injusto (Lc 16, 1-13). La sentencia final de la parábola deja las cosas claras: “No podéis servir a Dios y al dinero”. La parábola, por tanto, no pretende en modo alguno justificar  la codicia por la ganancia. Y menos aún si eso se consigue haciendo trampas, con mentiras, engaños y cuentas falsas. Todo eso, lógicamente, no es sino corrupción pura y dura. Entonces, ¿qué sentido puede tener que “el señor elogie al administrador injusto”? La enseñanza de la parábola es, por lo menos, ésta: la codicia por el dinero lleva derechamente a la corrupción. Y lleva a eso hasta el extremo de que incluso es el que es engañado elogia y pone como modelo al  “habilidoso” que se maneja en la vida de forma que, si es preciso, hace trampas y comete fraudes, pero sale ganando. O sea, es la perversión total. Termino: el capital “productivo” es fuente de vida. Pero tan cierto como eso es que el manejo del dinero, si se hace con la intención de “acumular”, desencadena inevitablemente corrupción, la degradación de la vida y, sobre todo, sufrimiento y muerte. Que cada cual vea cómo se sitúa en este asunto tan central siempre, sobre todo en este momento.

José M. Castillo