El Papa Benedicto sigue haciendo esfuerzos para atraer a los ultraconservadores de Lefebvre. Estos señores se declaran opuestos, entre otras muchas cosas, a las reformas litúrgicas del Vaticano II. Siguen con su latín, con sus casullas, dando la espalda al pueblo para elevar sus manos y oraciones al Altísimo. Ordenan a sus obispos y sus sacerdotes. Ni aceptan el último concilio, ni nada de lo nuevo.

Fueron excomulgados de la comunión católica. Benedicto quiere ahora librarles de la excomunión. Les ha mandado un sobre lacrado y en mano con un posible acuerdo sobre mínimos con el fin de integrarlos de nuevo en el seno eclesial. El teólogo de santo oficio se siente comprensivo con la ultraderecha.

La excomunión es una figura jurídica, a la que se quiere dar sentido teológico y fundamento evangélico. Fue un invento en circunstancias históricas ya anacrónicas. No soy profeta de futuros, ni vidente. Pero calculo que estos sistemas no durarán más allá de dos generaciones: La generación de los Rouco, los Ratzinger, y la generación de los hijos de los Rouco y los Ratzinger. La sociedad no aguanta más tiempo a esta Iglesia Clerical, engendrada por el Derecho Canónico Romano. Hoy, la “excomunión” es un producto devaluado. Es moneda fuera del mercado.

Hoy el problema es muy distinto. No se trata de que Roma pueda o no excomulgar a sus miembros. Lo frecuente, hoy, es encontrarse a grupos o individuos que se quieren auto excomulgar y no encuentran el modo.

20 años. Estudioso. De buenas costumbres. Familia de atmósfera cristiana. Sin conflictos conocidos. Pregunta si se puede desapuntar de católico. Su abuela le explica que el bautismo es un sacramento, que no se borra. No sé si me produce más tristeza el deseo del joven o la respuesta de la abuela.

¿No tiene responsabilidad la Institución Iglesia católica para que sean frecuentes los que desean desapuntarse?

La enfermedad eclesiástica es de tal profundidad que resulta comprensible que los ultraconservadores prefieran seguir dando la espalda al pueblo, y celebren sus santos sacrificios al modo del Antiguo Testamento. Al menos allí queda lo misterioso.

Es muy difícil seguir yendo a la misa de los domingos, celebrada con restos de un Vaticano II a medio hacer, con la rutina de siempre, con esos sermones a los que llaman homilías, el mismo protagonismo de cleros ignorantes, -casi siempre- de lo que hacen.