Hablo de las próximas elecciones desde mis convicciones religiosas más profundas.  Jesús de Nazaret nació, vivió y murió en un país dominado por dos poderes “opresores”  (Mt 2, 5; Lc 4, 18; Is 61, 1): el poder religioso de los sacerdotes y el poder político de los romanos. Lo sorprendente es que, estando así las cosas, Jesús se enfrentó abiertamente con el poder religioso de los sacerdotes, mientras que los evangelios (a primera vista, al menos) no dicen ni palabra de enfrentamiento alguno entre Jesús y los romanos. Es más, sabemos que cuando llegó la hora de la verdad y Jesús se vio implicado en un juicio en el que estaba en juego su propia vida, el valedor que tuvo fue precisamente Poncio Pilatos, el gobernador romano, que  insistentemente intentó defender la inocencia de Jesús y salvarlo de la muerte. ¿Quiere esto decir que Jesús no se metió en política y sólo se interesó por los asuntos de la religión que nos relacionan con la otra vida?

Está fuera de duda que los motivos religiosos fueron determinantes en la condena a muerte de Jesús. Pero es igualmente cierto que Jesús fue condenado a morir crucificado en un juicio regular, de acuerdo con las leyes del imperio. Además, se sabe que sólo el procurador romano podía dictar una sentencia de muerte en cruz. Y tenía que hacerlo, como es lógico, por hechos justificantes y documentados del delito. El historiador judío de aquel tiempo, F. Josefo, da cuenta de esto con ejemplos elocuentes (“Ant”., 18, 3, 2; “De Bell”. 2, 9, 4). Por tanto, es evidente que Pilatos encontró en la conducta y enseñanzas de Jesús motivos de orden político que justificaban la condena a muerte. ¿Qué motivos pudieron ser éstos?

Dicho brevemente: Jesús no dio muestras de preocuparse por el comportamiento injusto de los gobernantes de su tiempo, sino que su preocupación política se centró en el comportamiento responsable y ejemplar de los gobernados. O en otras palabras: no tenemos constancia de que a Jesús le preocupara cambiar al emperador de Roma o al procurador de Palestina. Lo que sin duda le interesó a Jesús fue cambiar la mentalidad social, la responsabilidad política y la libertad de los ciudadanos de Palestina. Es decir, Jesús pensó y vivió su opción política exactamente al revés de cómo la pensamos y la vivimos nosotros. Para nosotros, en efecto, el problema político es el problema del sistema y de los gestores del sistema. Para Jesús, por el contrario, el problema político es el problema de la responsabilidad ética, de la honradez ciudadana y, sobre todo, el problema de la libertad ante los poderes que se nos imponen y de la sensibilidad ante las injusticias, desigualdades y sufrimientos a que nos someten quienes dicen que quieren gobernarnos y arreglar el mundo. Y esto, exactamente esto, es lo que de verdad preocupa, inquieta y hasta resulta insoportable para quienes apetecen el poder o se empeñan en mantenerse en él. Los gobernantes no soportan ciudadanos libres. Sólo pueden soportar gente sumisa, cuyas apetencias no pasan de vivir lo mejor posible, trabajando lo indispensable.

La historia es elocuente en este orden de cosas. Los problemas más serios, que padecen los pueblos, no se arreglan cuando cambian los gobernantes, sino cuando los gobernados empiezan a pensar y ver la vida, no con la mentalidad de siervos sumisos, sino con la libertad de seres humanos que ponen por encima de todo su propia humanidad y la dignidad de todos. Las transformaciones más profundas se han producido así. Baste pensar en lo que representó la Ilustración y la Modernidad. O lo que está suponiendo la Posmodernidad. En los países de América Latina, hoy es inimaginable el retorno masivo de dictaduras que se impusieron brutalmente sobre aquellos pueblos hace 30 o 40 años. Ahora eso es impensable, no porque las apetencias de mandar se hayan moderado, sino porque la gente ya no soporta los abusos de antes. La Inquisición se acabó en la Iglesia, no el día que se convirtieron los inquisidores, sino cuando llegó el momento en que la mentalidad de la los fieles ya no soportaba semejante barbarie. Y algo de eso, según parece, es lo que está ocurriendo en los países del norte de África.

Volviendo al Evangelio: si la cosa se piensa despacio, pronto se da uno cuenta de que, en el fondo, todo el Sermón de Monte no es sino un proyecto de vida que, a quienes lo integran en su vida, los cambia por completo. Y cuando digo “por completo”, estoy afirmando que la fuerza de las convicciones evangélicas, no sólo hace que quienes las toman eso en serio sean buenos cristianos, sino que, además de eso y antes que eso, los hacen ciudadanos ejemplares: personas que jamás anteponen su propio bienestar al bienestar de los demás; personas para quienes lo primero es acabar con el sufrimiento de los últimos; personas que no se acercan al altar de Dios si saben que alguien tiene algo contra ellos; personas que no toleran la injusticia, ni la mentira, ni la ofensa…

Los evangelios insisten en que los dirigentes religiosos de Israel, en tiempo de Jesús, “tenían miedo” (Mc 11, 18. 32; 12, 12; Mt 14, 5; 21, 26. 46; Lc 20, 19; 22, 2). Pero, ¿a quién le temían? ¿A los romanos? No. Le temían a la gente. ¿Por qué? Porque aquellas gentes habían tomado en serio el mensaje de un profeta que nunca les habló contra los políticos, sino contra las conductas que llevan derechamente a la corrupción.

José Mª Castillo