Pues sí, así me lo imagino yo. ¿No se lo imaginan jugando con sus compañeritos? Yo sé. ¿No se lo imaginan pegándose con ellos? Yo sí. ¿No se lo imaginan escondiéndose de la vista de sus padres cuando estaba inventando algo que pudiera ser prohibido?. Yo sé. Y si hubiera estudiado como estudian hoy nuestros pequeños ¿no se lo imaginan, acaso, con una nota   mala en la boleta?. Pues yo sí.

Y es que, si desprendemos todas estas cosas de los niños, de cualesquiera de los niños, estamos matando, falsificando, distorsionando la niñez.

El niño Jesús tuvo que ser, necesariamente, un niño normal. Si no, no hubiese podido ser hijo de Dios. Pensar en lo contrario sería falsificarlo, es decir, continuar viéndolo de escayola. ¿Verdad que es preferible saberlo de carne?. ¿Verdad que es mejor sentirlo.

Dicen los entendidos que las taras de la adultez hay que indagarlas en la época de la niñez, y que un adulto equilibrado procede de una niñez sana, de eso que llaman “proceso de socialización ajustado”. Y ahí tenemos al Niño convertido en adulto. ¿Hay alguna existencia humana más ajustada que la de Jesús adulto?. ¿Sabemos de alguien que con tanto ahínco, con tanta energía, con tanta decisión, con tanta fuerza, con tanto descaro a veces, y a veces con tanta dulzura, haya tratado los “asuntos humanos” como Él?. Si así es como nos lo relata su historia, no podemos menos de pensar en el Jesús Niño: sentimental y peleón, extrovertido y confiado, sociable, malhumorado, obediente, también, por qué no, quejándose de que mamá siempre le mane a él ir a buscar las cosas a la tienda, o de que papá le envíe a casa del señor Joaquín a preguntarle si le sirvió el arreglo que le hizo al arado. Iría, claro que sí, porque en última instancia todos los niños van, pero le hubiese gustado quedarse un rato más en la calle dándole patadas al balón o ensayando la carrera de la tercera base.

Así me gusta imaginármelo, como a mis hijas, con esa rabia que nade de su inocencia cuando mamá le separa de la mesita para que no tire los adornos, o cuando se levanta del suelo llorando, porque quiere seguir andando a gatas, sin darse cuenta de que allí mismo puede haber algo que la dañe.

Así prefiero imaginármelo yo. Y no porque crea que mis hijas fueron como el Niño Jesús, sino porque creo que El  se ha parecido a ellas.

Adolfo Carreto

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