No sé cómo se imaginan ustedes al niño Jesús. Yo, durante mucho tiempo, me lo imaginé de escayola. Muy bonito pero de escayola. Gordito sin exagerar, pero de yeso. Casi ni podía tocarlo. Colocado allí, en su cuna, el cura lo recogía del pesebre y nos lo daba a besar. Teníamos que besarlo en la punta del pie, o a lo más en la rodilla. Nunca en la cara. El cura limpiaba cada uno de los besos que íbamos dejándole y yo, en aquella época, no comprendía cómo un beso, y más dado al niño Jesús, pudiera contaminar.

Luego, cuando el niño había salido ya del portal y de la persecución de Herodes, me lo imaginaba quietecito, siempre en brazos de su madre, si no riéndose a carcajada limpia, sí esbozando una sonrisa muy a lo Hijo de Dios. Quiero decir con esto, que el niño Jesús estaba un poco distante, o lo había puesto distante de mi cuando yo era precisamente niño.

Ahora no. Ahora mi lo imagino como mis hijas cuando tenían su edad. A ratos risueño, a ratos llorón, peleando por corretear por el piso, por llevarse todo a la boca, tirando al suelo lo primero que agarra y haciendo esa mueca de disgusto cuando le dicen: “eso no”.

Me lo imagino también en el momento de salirle los primeros dientes, y la alegría de José y María cuando descubren que el primero ya rompió la encía. Y en la preocupación de José y María cuando tienen que correr con él, no porque los soldados de Herodes pueden arrebatárselo sino porque la fiebre le ha llegado a treinta y nueve.

Es decir, ahora me lo imagino niño de verdad, con sus locuras infantiles y sus rabietas egoístas. Esto es. Un niño como Dios manda. Lo más alejado de un niño de escayola.

Tuvo que ser tremendo. Ya a los doce años dio un desplante a sus padres, eso que hoy diríamos “una mala respuesta”. Era un chaval de carácter. Y no podía ser de otra manera: ya de mayor puso todo su empuje a valer y dijo cosas tan duras como aquello de “raza de víboras”, y expresiones tan violentas como aquella de “echar a latigazos a los ladrones del templo”.

Yo me imagino al niño Jesús como lo que fue, que a veces no es igual a como nos lo pintan. Y como me lo imagino así, mañana les sigo contando cómo me lo imagino.

Adolfo Carreto(+)
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