La “devoción” ha hecho mucho daño a la mesa del pan y el vino. Allá por los siglos VII y VIII, el evangelio se había transformado en religión; la religión cristiana en religión de Europa y los imperios occidentales. Ya en plena cristiandad, la eucaristía se transformó en rito, culto, ceremonia, santo sacrificio, presencia física de Cristo convertido en pan y vino.

En aquel entonces se fraguaron los tres dogmas básicos del catolicismo: Eucaristía, Papado, y Virginidad de María. Desde entonces los papas han defendido y  exprimido estos dogmas como escudos y banderines populares para afianzar su poderío y  movilizar las masas.

María. Después de la expulsión de los musulmanes de Tierra Santa por los cristianos, un miembro de la familia Angeli, los gobernantes de Epiro, estaba interesado en salvar la Santa Casa de María en Nazaret, por lo que fue transportada primero a Trsat en la actual Croacia, en 1291, luego a Ancona en 1293 y finalmente a Loreto, 10 de diciembre 1294.  Según la tradición, bendecida por los papas, la Virgen envió a los ángeles para ayudar al comerciante Angeli Nicéforo en el traslado, por los aires, a Loreto. El Papado llegaba al frenesí mariano. Ese traslado angélico fue argumento para nombrar, más tarde, a María patrona de los pilotos de aviones.

El papado. El papa después de postrarse ante el diablo, aceptó lo que Jesús rechazó: “Todo esto te daré, si postrado me adoras”:

Este cambio fundamental lo argumentó con los evangelios en la mano. El exegeta fue el papa más poderoso que había tenido la cristiandad, Inocencio III (+1216). En carta al patriarca de Constantinopla escribe: “Cuando Jesús dijo a Pedro “apacienta mis corderos”, no le pidió sólo que guiara su Iglesia, sino que gobernara todo el universo”. (Curiosamente, junto a este monstruo de la exégesis bíblica y del poder, convivió Francisco el poverello de Asís”).

La Eucaristía. En el mismo siglo XIII se inventa la fiesta del Corpus Christi. La promotora fue Santa Juliana, huérfana desde pequeñita, vivió y murió en diferentes conventos y órdenes religiosas. Tuvo una visión de la Iglesia
bajo la apariencia de luna llena con una mancha negra. Estaba claro: ese manchón negro significaba la ausencia de una fiesta litúrgica de la Eucaristía.
Llegada que fue, la noticia de la visión, al alto clero entre ellos a Jacques Pantaleón, archidiácono de Liége, decidió ya papa Urbano IV, la institución del Corpus Christi. Año 1264.

A partir de esa institución litúrgica comenzaron las sagradas formas y los cálices  a sangrar por toda la cristiandad.

Es difícil calcular la rentabilidad, en términos espirituales, de estas tres creencias, dogmas o grandes devociones. Emanadas, fomentadas desde Roma. ¿Han sido productivas o perjudiciales para el evangelio?

Eucaristía: Sobredosis de Devoción y Misterio.

Hay tanto miedo al error. Se desconfía tanto y se tiene tanto miedo de no conseguir la vida eterna, que se recurre con excesiva facilidad a la devoción como a una póliza de seguros que cubra todas las incidencias.

Nos repetimos el principio de que la buena intención suple. La bondad lo tapa todo. Pero la bondad y devoción no nos libera de la obligación de crecer en sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres.

Gravísimo error el convertir la fe y la vida en Cristo en una devoción personal intimista más parecida a la huida de un cobarde que al vigor de un luchador a pleno sol y a plena noche.

Misterio y devoción. Ahí nos quieren los pastores: cercados por lo misterioso y lo devoto. Con tanto misterio y pietismo se difumina y enturbia  por ejemplo, la sencilla, luminosa, comprometedora y exigente realidad del “Este es mi cuerpo. Esta es la copa de mi sangre”

“Tened cuidado con la devoción. Vuestra misión es crear condiciones de convivencia humana”

 “Adorad el misterio, que no es otra cosa que la continua sorpresa del amor que os tengo. Mi amor es el misterio”

Esta cita bellísima está tomada de una conferencia pronunciada por Juan Matos S.J. en Zaragoza, allá por los años 90.

Estas frases textuales fueron recogidas hace más de cuarenta años. Y fueron dichas en medio de una celebración comunitaria  en Roma. Una de esas profecías que se dan y se darán siempre, dentro de la Iglesia católica, cuando se vive intensamente el mundo de la fe.

Luis Alemán Mur