1. La lectura de la pasión presenta una dificultad enorme, que consiste en esto: en el imperio romano, crucificar a un hombre era un acto “profano”, “humillante”, un “castigo para esclavos obstinados en la insumisión y para rebeldes políticos” (Josefo, Tácito; cf. M. Hengel). Por el contrario, en el cristianismo, lo que allí sucedió se recuerda como un acto “sagrado”, “heroico”, “ejemplar”, “divino”. Es decir, lo que fue un “fracaso” y una “exclusión” total, hoy se lee y se predica como un “triunfo” y un “ejemplo” totalizador. Lo que produjo “repugnancia”, hoy se lee con la máxima “devoción”.

2. ¿Es posible entender la pasión y la cruz siendo (como de hecho fue) un suceso que hoy se lee y se explica de una manera literalmente contradictoria? Es capital caer en la cuenta que esta dificultad no se supera mediante piedad o devoción. Y menos aún, representando aquel horror en el espacio sagrado de nuestras liturgias de viernes santo, con la solemnidad que le ponen los sacerdotes, con el lujo de no pocas cofradías y quizá peor todavía sobrecargando de ascética y mortificación lo que en realidad no fue nada de eso.

3. Hay que tener en cuenta, además, que una reacción comprensible de los cristianos y de los evangelistas, al tener que relatar el horror que vivieron, fue recurrir a textos de la Biblia para explicar y justificar (de alguna manera) lo que allí se vivió. De ahí las frecuentes referencias en el sentido de decir: “Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura”.

4. Los cristianos tenemos que inventar formas completamente nuevas de recordar la pasión y la muerte de Jesús. Por lo menos, no hacer eso de forma “sagrada”, ni “solemne”, ni “piadosa”, ni “ascética”…. Sino hacerlo en manifestaciones de cercanía humana al dolor del mundo, a la marginación social, a la exclusión de los más extraviados, mediante actos que remedien algo lo mal que van las cosas. ¿Será eso posible? Tendríamos, por lo menos, que pensarlo en serio.

José Mª Castillo