SIN PÁRPADOS NI OREJAS

Diez años después de Marcos, escribe Mateo su evangelio. Sus destinatarios ya no son (como en el caso de Marcos) de origen pagano, sino en su mayoría creyentes de origen judío y, por lo tanto, impregnados por la mentalidad y la cultura de este pueblo. Por eso Mateo elegirá como primer milagro de Jesús la curación de un leproso.

El relato dice: “Cuando Jesús bajó del monte, lo fue siguiendo una gran muchedumbre. Entonces se le acercó un leproso y se arrodilló ante él, diciéndole: ‘Señor, si quieres puedes limpiarme’. Jesús extendió la mano, lo tocó y le dijo: ‘Quiero, queda limpio’. Y al instante quedó limpio de su lepra. Y Jesús le dijo: ‘Mira, no se lo digas a nadie. Vete y preséntate ante el sacerdote y llévale la ofrenda que ordenó Moisés para que les sirva de testimonio'” (Mt 8, 1-4).

¿Por qué Mateo eligió este como el primer milagro de Jesús? Porque para la mentalidad judía de aquel tiempo (como para muchas culturas antiguas) no había enfermedad más terrible y espantosa que la lepra.

Si bien en ese entonces se llamaba “lepra” a cualquier afección de la piel, algunos testimonios que conocemos de esas patologías son pavorosos: se caían las orejas, se desprendían los párpados, la piel se volvía una masa ulcerosa y se perdían paulatinamente los dedos de las manos y los pies. Poco a poco, los músculos del cuerpo se desintegraban, y las manos se contraían hasta adquirir el aspecto de garras o pezuñas. Entonces el enfermo perdía la razón, entraba en coma y, finalmente, sufría una horrenda muerte.

Era tal el terror de los judíos hacia la lepra, que la Biblia conservó dos capítulos enteros dedicados a ella y a su prevención (Levítico 13-14), lo que no ocurrió con otra enfermedad.

UN MUERTO EN VIDA

Pero si el sufrimiento físico del leproso era terrible, su situación social era aún peor. En cuanto a alguien se le diagnosticaba lepra, inmediatamente se lo expulsaba de su familia y del pueblo, y no podía volver a entrar en la ciudad. Estaba condenado a vivir solo en el campo (Lv 13, 46), vestirse con harapos, usar cabello despeinado, la boca cubierta de vendas y, al caminar, debía gritar: “Impuro, impuro” (Lv 13, 45). Era, realmente, un muerto en vida.

La ley judía enumeraba sesenta y un contactos que convertían a alguien en impuro. Y el segundo en orden de importancia (después del contacto con un muerto) era el contacto con un leproso. Bastaba que uno de estos introdujera la cabeza en una casa, para que esta quedara contaminada desde los cimientos hasta el techo. Nadie podía acercarse a menos de dos metros de un leproso; y, si el viento soplaba de su lado, este debía alejarse a cincuenta metros.

Había maestros judíos que se jactaban de no haber comido un huevo comprado en una calle por donde había pasado un leproso. Otros, de arrojarles piedras para que se fueran. Otros, de esconderse o salir corriendo cuando los veían de lejos.

ANTEPASADOS SANADORES

La purificación de un leproso, pues, debió de haber sido un milagro lo suficientemente impresionante para un judío, como para que Mateo lo colocara en primer lugar en la lista de los prodigios hechos por Jesús. Sobre todo por la forma asombrosa cómo lo hizo: tocándolo. Algo jamás visto por un judío. Quizás no sea exagerado pensar que, para los lectores de Mateo, la frase más escalofriante de su evangelio haya sido: “Jesús extendió la mano y lo tocó” (8, 3).

Pero había una segunda razón por la cual Mateo colocó este relato como el primer milagro de Jesús. Y es que los grandes personajes de la tradición judía habían gozado del poder de curar leprosos. Así, la Biblia contaba que Moisés había sanado de la lepra a su hermana María (Nm 12, 9-16) y que el profeta Eliseo hizo lo mismo con el general sirio Naamán (2 Re 5, 1-14). Por lo tanto, con este milagro Mateo quiso también enseñar que Jesús estaba al mismo nivel que Moisés y que el profeta Elías, los dos grandes antepasados del pueblo de Israel.

EL DEMONIO REPETIDO

Más o menos por esta misma época, escribió san Lucas su evangelio. Y, al igual que Marcos, se dirige a un grupo de cristianos de origen pagano. Por lo tanto, en su escrito él prefirió volver al otro “primer milagro” de Jesús. Es decir, a la curación del endemoniado en la sinagoga de Cafarnaún (Lc 4, 31-37). De esta manera, esperaba lograr en sus lectores paganos el mismo efecto que había logrado Marcos

Profesor Ariel Álvarez Valdés