Mc 16:17-18. (Mt 10:28. Lc 9:2-6)

“A los que crean, los acompañarán estas señales: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en la mano y, si beben algún veneno, no les hará daño; aplicarán las manos a los enfermos y quedarán sanos.”

Comenta Eugen Drewermann (Clérigos. Psicodrama de un ideal):

“Para un teólogo cristiano, más que para cualquier otra persona, tiene que valer como promesa y como pauta de acción la garantía que, como testamento, dejó Jesús a sus discípulos en el apéndice al evangelio según Marcos: podrán coger víboras y hasta beber veneno sin temer ningún daño.”

No es que Jesús, en su despedida antes de subir al Padre, pensara en los teólogos. Habla de los que crean en Él: “A los que crean”. La vida de un creyente es como un tratado de teología.

Pues bien, según el texto evangélico, ese teólogo o ese creyente cuando tiene que comprometerse, no puede ser prudente a la hora del compromiso. Los evangelios están plagados de simbolismos. Se cogen víboras, se bebe veneno siempre que se afrontan cuestiones candentes. “Fronterizas” las llaman en teología. Situaciones límites.

Cuestiones cargadas del veneno de las calumnias y de las mordeduras amenazantes a todo aquel que se atreva a analizar, desde la fe, cuestiones o situaciones como el aborto, la eutanasia, el papado, la revelación, la eucaristía, la homosexualidad, la virginidad, el infierno, el clero, el Vaticano, Roma Etc. Si eres teólogo, o peatón creyente, ten en cuenta que esos temas, y cien más, esconden víboras que muerden y venenos que matan. Y no olvides que las víboras pueden llevar mitra y el veneno puede servirse en cálices de oro.

Esa firmeza ante las víboras y el veneno forma parte de las máximas (logia) de Jesús según la fuente “Q”. Ese conjunto de dichos que, según los entendidos, forman la base más primitiva en la que bebieron los tres evangelios sinópticos (Mt, Mc, Lc)

Si algún creyente no puede ser, hoy, prudente, ese es el teólogo, comprometido con su fe y con la comunidad. Ellos (Aguirre, Masiá, Castillo, Tamayo Queiruga, G. Faus, Sobrino y tantísimos dentro de España) conocidos o desconocidos tienen como misión “remover los pedregales para levantar víboras o incluso beber el veneno” servido en cálices de oro, con la esperanza de sobrevivir espiritualmente.

Una Iglesia de creyentes, consciente de su misión, está dotada de un especial sentido para descubrir y airear los errores y la maldad que dañan a los hombres y la comprensión del Padre.

Y añade Eugen Drewermann: “Si hay algún tema que la Iglesia católica deba afrontar con absoluta sinceridad, sin tapujos de ninguna clase y sin la más mínima constricción interna o externa, es precisamente la situación de los clérigos.”

Luis Alemán Mur.