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 Para Jesús el de Galilea, su vida, su historia sólo tenía un sentido: hacer posible que los hombres pudieran llegar a la plenitud. Había nacido para que tengan vida, y vida abundante. Esta era su razón de ser. Su misión no era pagar el precio de una deuda, ni salvar a nadie de un imaginario infierno. Sino conseguir que la obra del Padre llegue a su culminación.

 Los hombres nos enredamos con multitud de trampas, instintos poderosos, caemos bajo la esclavitud de poderes (“potestades y dominaciones”) que nos roban lo más preciado: la imprescindible libertad. Terminamos como muñecos de trapo al servicio de religiones, filosofías e intereses ajenos. Insectos atrapados en leyes que chupan nuestra vida. Deslumbrados por la inmediatez. Quedamos paralíticos, ciegos, marginados, como endemoniados. ¡Para eso no nos dio el Padre la vida!

 Ese es el porqué de la historia de Jesús: liberar al hombre. La Torah no ayudó al pueblo. Había creado inválidos. La Ley se preocupó de Iahvé, pero castró a los hombres.

 Aquella noche, la última, fue el final del Antiguo Testamento. Sobre la mesa se puso un pan y un vino como primeras piedras del Nuevo Testamento. Pan y vino: la nueva vida. Ese pan era símbolo eficaz de la vida de Jesús. Quien come ese pan asimila la vida de Jesús. La vida de un hombre que se le indigestó a los maestros de la Ley. Ni el Templo, ni la Torah aceptaron a Jesús.

 Él lo dejó claro: Quien cree en mí, quien acepta mi proceder, tendrá vida eterna.

 Celebramos la vida. Eso es una “celebración” cristiana. Afirmar la vida en medio de tanta muerte. La fe no nos elimina el dolor ni las desgracias. La celebración eucarística no es magia ni superstición, es certeza -producida– por la fe de que estamos integrados, ya, en la plenitud del Hijo del Hombre.

 Inmersos en la finitud y en el desgarro. Sometidos a la incertidumbre. Caminantes en la niebla, cercados por tanta muerte, tanto dolor y tanta hambre, con miedo bajo nuestros pies y en el corazón, los que creemos en Él, celebramos la alegría de la vida. Venció a la muerte. Quien come ese pan y bebe ese vino, sabiendo lo que come y bebe, vencerá también a la muerte.

 Eso es Eucaristía. Una fiesta que celebra la vida de hoy y cree en la vida de mañana. La humanidad tiene la posibilidad de esperar.

 

Luis Alemán Mur