La segunda petición del padrenuestro tiene la misma formulación en Mateo (6,9) y en Lucas (11,2): ἐλθέτω ἡ βασιλεία σου = elthétô he basileía sou. La Vulgata tradujo al latín: “adveniat regnum tuum”. Y esa misma traducción se hizo para la oración oficial del padrenuestro en alemán (Dein Reich komme), francés (que ton règne vienne), inglés (Thy kingdom come) e italiano (venga il tuo regno).

Sin embargo, en las lenguas y dialectos de la península ibérica somos más chulos que nadie y le añadimos un “a nosotros“: “venga a nosotros tu reino”. Tenemos honrosas excepciones como la del euskera, donde no aparece el “a nosotros”, según me dice un amigo vasco. Y también en dos variantes dialectales del asturiano. Cosa curiosa: la versión española que figura en la Iglesia del Padre Nuestro en Jerusalén sólo dice: “Venga tu reino”.

Alguien me ha sugerido que se añadió el “a nosotros” para evitar la confusión de la fórmula verbal “venga”. Efectivamente, “venga” puede ser imperativo tanto del verbo “venir” como del verbo “vengar”. Claro, sería un lío. Aunque esta razón fuera cierta, no justifica en absoluto la introducción del “a nosotros”.

Pero hay más. Llama la atención que se haya mantenido ese “a nosotros” cuando se ha actualizado la versión oficial del padrenuestro. Significa una clara infidelidad al texto original y, en mi opinión, limita el sentido universal de la petición. Tomamos nota de esta importante deficiencia.

Otro punto: la traducción “tu reino” se presta a confusión. Es más correcto traducir “tu reinado”. Y me explico. Reino se define como: “territorio y súbditos gobernados por un rey”. Contiene tres elementos: 1) territorio y súbditos; 2) acción de gobierno (gobernados); 3) persona que ejerce la dignidad real (rey-reina). Lo que destaca en primer lugar la palabra “reino” es el territorio y los súbditos. ¿Es eso lo que expresa de forma primordial esta petición?

En griego y en latín disponían de una sola palabra: βασιλεία – “basileía” y “regnum”. Pero en casi todas las lenguas modernas disponemos de tres palabras según queramos destacar uno u otro de los tres elementos antes citados. Podemos seguir repitiendo “reino” de forma rutinaria. Pero esto significa empobrecer el propio lenguaje español. Por ejemplo, nosotros no decimos “el reino de Fernando VII fue desastroso para España”, sino que decimos “el reinado de Fernando VII…”, porque destacamos su modo de gobernar. Ya se entiende que esta mezcolanza limita también nuestra capacidad de comprensión de muchos pasajes evangélicos. Por ejemplo, “mi reino no es de este mundo” (en otra ocasión volveré sobre este pasaje).

Una de las acepciones de “reinado” en español es ésta: “acción de gobierno realizada por un rey sobre un territorio y unos súbditos”. Los mismos tres elementos antes citados, pero que figuran en orden distinto: 2), 3) y 1). Es decir, “reinado” subraya la acción de gobierno. En el padrenuestro, pedimos la actuación de Dios en la historia humana. Y aquí tropezamos con dos complejas dificultades

En primer lugar, la mentalidad religiosa tradicional que todavía perdura en muchas personas tiene una imagen intervencionista de Dios. La expresión popular “si Dios quiere” o “lo que Dios quiera” lo refleja muy bien. Nada sucede sin el control divino. Además, Dios puede intervenir en cualquier momento y realizar obras maravillosas. Por eso, se hacían rogativas para pedir la lluvia y muchas personas siguen creyendo en los milagros como una intervención excepcional de Dios en la historia.

Además de esta mentalidad intervencionista, la religiosidad judía en tiempos de Jesús estaba convencida de que era inminente la irrupción de Dios en la historia humana para establecer su reino en pleno poder. Jerusalén sería el centro de todos los pueblos y el Dios de Israel sería reconocido como Rey universal y definitivo. Un sector dirigente judío pensaba que esa intervención tan esperada era independiente de toda acción humana. En cambio, otro sector opinaba que la acción humana significaba una colaboración que podía acelerar la venida gloriosa de Dios.

En ese contexto de ansiada expectativa, la petición de “que llegue tu Reinado” tenía unas resonancias individuales y colectivas difícilmente imaginables para nuestra mentalidad moderna. Entroncaba con la excitación mesiánica que saltaba a borbotones en la sociedad judía, especialmente en las capas populares más marginadas.

Otra dificultad añadida es que la metáfora “Reino-Reinado de Dios” forma parte de la imaginería cultural propia de la religiosidad judía, pero resulta muy lejana para una mentalidad laica y hasta dificulta la comprensión del significado. En efecto, subraya la relación superior-súbdito, propia de las monarquías absolutas, que ya no se compagina con una sociedad igualitaria en derechos. Aquellos autores del evangelio no escribieron, como a veces se ha dicho, para todos los tiempos y todas las culturas. Muy al contrario, eran hijos de su tiempo y de su cultura.

Para mantener la fidelidad al texto original y para desentrañar, al mismo tiempo, su sentido más allá del ropaje que reviste, necesitamos una doble traducción. En primer lugar, traducir el texto original con la mayor fidelidad posible. Y, en segundo lugar, añadir una traducción comentada que acerque el texto a nuestra realidad cultural presente.

La traducción literal es de Juan Mateos:

Padre nuestro, el del cielo,

         Que se proclame ese nombre tuyo,

         Que llegue tu reinado.

Posible traducción comentada:

Padre nuestro, el del cielo,

Que vayamos descubriendo cada día más que Tú eres nuestro Padre, el Padre de todos los seres humanos.

         Que tengamos coraje y valentía para hacer realidad tu reinado de fraternidad entre todos los seres humanos.

Vemos que estas peticiones tienen un contenido gozoso y consolador. Pero, al mismo tiempo, son interpelantes y desestabilizadoras. La sociedad fraterna se construye desde el saludo cariñoso a una persona hasta la implicación exigente para construir unas estructuras de solidaridad donde se garantice que ningún ser humano queda excluido de la mesa común.

Ingente tarea la que asumimos con el rezo del padrenuestro. Sabemos de sobra que más de dos tercios de la humanidad no tienen acceso a los bienes más elementales como el agua potable o la comida diaria. ¡Ya tenemos tajo para arrimar el hombro según nuestras posibilidades!

Una última observación. Queda muy claro que ese reinado de Dios no es la Iglesia (¡tremenda apropiación indebida la que ha realizado durante siglos!). También queda claro que es anterior al propio Jesús y es anterior a todas las religiones. Eso sí, de una forma o de otra está presente en todas las religiones y en todas las personas de buena voluntad. Para alegría y compromiso motivador, esa utopía se encuentra también formulada en el art. 1 de la Declaración Universal de DD. HH.: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.”

Pope Godoy