La formulación griega es la misma en Mateo (6,9) y en Lucas (11,2): ἁγιασθήτω τὸ ὄνομά σου = hagiasthêto tò ónomá sou. La Vulgata latina tradujo “sanctificetur nomen tuum” y la formulación “santificado sea tu nombre” la repiten todas las traducciones oficiales del padrenuestro en las lenguas europeas más cercanas: alemán, catalán, español, euskera, francés, gallego, inglés, italiano, portugués y valenciano.

Nos interesa analizar el significado del verbo griego ἁγίαζω – hagiádsô, que aparece 28 veces en el Nuevo Testamento. El Diccionario Griego Español del Nuevo Testamento (GENT) lo define así: “”Hacer que alguien sea partícipe de la excelencia divina”: santificar, consagrar.  Podemos ver algunos ejemplos. En su polémica con los fariseos, Jesús dice de sí mismo: “el Padre lo consagró y lo envió al mundo” (Juan 10,36). En la última cena, Jesús pide por sus discípulos: “conságralos con la verdad” (Jn 17,17). Pablo desea a la comunidad cristiana de Tesalónica “que el Dios de la paz os consagre íntegramente” (1Tes 5,23). En Hebreos 13,12 se afirma que “Jesús consagró al pueblo con su propia sangre”.

Como consecuencia, los miembros de la comunidad cristiana son “los  consagrados”. Esta formulación aparece con el participio del verbo ἁγίαζω – hagiádsô o con el adjetivo  ἅγιος – hágios que tiene la misma raíz. Los textos son muy abundantes. “Para daros la herencia con todos los consagrados” (Hch 22,32). “Para que tengan parte en la herencia de los consagrados” (Hch 26,18). Otros pasajes en Heb 10,10; 10,14. En el Apocalipsis aparece más de diez veces (8,3 y 4; 11,18; 13,7 y 10; 14,12; 16,6; 17,6; 18, 20 y 24; 19,8…).

La persona ya consagrada puede profundizar en esa consagración. De nuevo, en la última cena, dice Jesús orando al Padre: “Por ellos llevo a término mi propia consagración para que ellos también queden consagrados” (Jn 17,19). Y  Apocalipsis 22,11 da un consejo: “el consagrado siga llevando a término su consagración”.

Una persona puede entrar en la órbita de una comunidad ya santificada. El texto más explícito está en 1Cor 7,14: “el marido no cristiano queda santificado por su mujer, y la mujer no cristiana queda santificada por el hermano”.

Hagiádsô se aplica también a objetos inanimados, como sería en nuestra tradición consagrar un templo o bendecir el agua o una imagen. Jesús utiliza esta acepción en una diatriba contra los letrados y fariseos, que ya se nos queda muy lejana y alude al oro o a la ofrenda que quedan consagrados cuando se ofrecen en el santuario. (Mt 23,16-19).

Hasta aquí, aparece bastante claro el significado de ἁγίαζω – hagiádsô, con sus distintos matices o acepciones. El problema se nos plantea cuando el término es Dios, el nombre divino o Jesús. ¿Qué sentido tiene “santificar” o “consagrar” a Dios? Tenemos pocos ejemplos en el Nuevo Testamento pero,  por fortuna, disponemos de todo el Antiguo Testamento traducido al griego en el s. II a. C. Se conoce como la traducción de los Setenta (LXX) y es la que utilizan los autores del Nuevo Testamento cuando citan textos del AT.

En el AT existen numerosos pasajes donde el término del verbo hagiádsô es Dios o el nombre divino. En el DGENT podéis ver todos los textos. La expresión literal griega “fui santificado / consagrado en medio de ellos” aparece en Números 20,13. Y la expresión “seré santificado / consagrado en medio de ellos, en medio de vosotros…” figura varias veces en el profeta Ezequiel. La Nueva Biblia Española traduce: “sabrán / reconocerán que yo soy el Señor, su Dios” (Ez 28, 26; 36,23; 38,23; 39,28). Siempre con el verbo hagiadsô, Isaías nos dice: “proclamadlo como único Señor” (8,13); “reconocerán la grandeza de mi nombre” (29,23).

Todos estos ejemplos nos hacen descubrir una nueva acepción del verbo hagiádsô. Cuando el término es Dios, el nombre divino o Jesús, la traducción correcta es reconocer, proclamar. Así el apóstol Pedro nos anima: “reconoced en vuestros corazones al Mesías como [único] Señor” (1Pe 3,15). Y en la invocación del padrenuestro, Juan Mateos traduce: “proclámese ese nombre tuyo”. Parece que el doble “ese ese” no es agradable al oído. Por eso, prefiero traducir: “que se proclame ese nombre tuyo”.

Damos un paso más. En el Antiguo Testamento se proclamaba el poder y la grandeza de Dios. Pero Jesús da un vuelco sustantivo. Se ve más claro en la versión de Lucas (11,2): “Padre nuestro, que se proclame ese nombre tuyo”. ¡Tu nombre de Padre, claro está!

Jesús nos invita a sumergirnos en aquella experiencia deslumbradora que cambió su vida. Atisbamos su mundo interior en el relato que hace Marcos del bautismo de Jesús (Mc 1,9-13). Ni siquiera el Bautista conoce a Jesús, ni se da cuenta de nada. Fue una experiencia personal que Jesús debió contar más de una vez a su grupo: “Tú eres mi hijo”. A partir de ahí, Jesús necesita digerir un cambio de valores, se va al desierto y vuelve con la conciencia de una misión muy concreta: transmitir la experiencia de Dios, como Padre.

Las oraciones de petición tienen un efecto de rebote. Provocan en quienes la formulan un deseo de interiorizar eso mismo que se pide. Lo vemos así:

Ø    Lanzamiento: ¡Que se proclame ese nombre tuyo (de Padre)!

Ø    Rebote: Que experimentemos cada día más que Tú eres nuestro Padre, el Padre de todos los seres humanos.

 

De esta manera, dejamos el camino abierto para la segunda petición del padrenuestro:

“venga a nosotros tu reino”.

O con una traducción más exacta:

“que llegue tu reinado”