(Capítulo 12)

Thierry Maertens O.S.B., le llamó “rotura medieval”. Estudiando la historia de la misa comprobó que los siglos VII y VIII fueron letales para la Eucaristía.

 Puede que muchos defiendan ese periodo histórico, llamado Edad Media, como siglos en los que se pusieron los cimientos y se estructuró lo que hoy conocemos como cristianismo o cristiandad. Al estudiar la historia de la mesa del Señor se llega a la conclusión de que en esos siglos se articuló una teología, y un credo pret a porter. Teología a medida de aquellos tiempos. Europa se consideró a sí misma no sólo como el centro de la Tierra, sino como quicio de la Historia. Nunca ha sido la teología tan soberbia y engreída como en la Edad Media.

En esos siglos:

  • Se “refundó” una Iglesia –la actual- sobre principios políticos entreverados de Nuevo y Antiguo Testamento.
  • Se elaboró la teología del poder al modo de Israel, no al de Jesús.
  • Se asumió para la Iglesia de Jesús la estructura de organización y modo de gobierno del imperio romano -y no según el reinado de Jesús-
  • Se volvió al funcionariado del Templo, el de Israel y de todos los templos.
  • Se asumió el sacerdocio del Antiguo Testamento, similar al sacerdocio pagano y ausente por completo en el Nuevo Testamento.
  • Se inicia y se termina un sistema teológico que, formulado por Tomás de Aquino (s. XIII), dominaría a la iglesia de Jesús.
  • Ya en los siglos VII al VIII, la “mesa del Señor”, se transforma en el “misterio del culto”.

 En la historia de la misa se encuentra la prueba más clarificadora de que la Eucaristía y la Iglesia de Jesús no sólo caminan juntas, sino que existe una interacción entre las dos palabras. Si la Iglesia se corrompe, se corrompe la mesa del Señor. Toda regeneración de la Iglesia ha de empezar por y en la mesa del Señor.

 En la mesa del Señor, se reflejan y sufrimos toda la degeneración y los males que lamentamos en la Iglesia. En la historia de la “mesa del Señor”  descubrimos cuán lento es el proceso de la transustanciación de unos simples humanos en hijos de Dios. Ese gran convite del Padre, sólo llegará al final, al final del camino. Y en todo camino hay despistes, socavones, agotamientos. Y cunetas en las que quedan los muertos. Miedos y sueños de llegar.

 Sin duda la edad media era demasiado inmadura. Demasiado lejos de esa cena fraterna y filial. Volvieron los señores y los esclavos, presuntos santos y pecadores prefabricados, grandes ricos y pobres muy pobres, primogénitos y segundones. Resucitaron los de la tribu de Aaron y Leví. Volvió el olor a victima quemada.

 En aquellos siglos, el imperio se hizo cristiano y la Iglesia se hizo imperial. La Iglesia perdió la brújula cuando dejó de ser una suma de comunidades de pobres. Se embriagó de grandeza. Confundió el reino del Padre con el Imperio. Asumió y “bautizó” los privilegios oficiales. Creó una jerarquía integrada en la jerarquía social y económica. Desarrolló un espléndido culto para deslumbrar a las masas y para destacar su casta sacerdotal. (Véase: Historia del Cristianismo. Paul Johnson)

 En los siglos IV y V la Iglesia triunfa en una sociedad cuyas gentes hablan el latín. Sin embargo la Anáfora, la oración de la eucaristía, estaba escrita en griego. Se traduce, por tanto la eucaristía al latín, para que el pueblo plebes sancta, entienda y pueda decir al final el Amén. Todavía la única santa era la comunidad. Pero pronto el latín da pie a otras lenguas.

 En el siglo VI, al no encontrar rituales en el Evangelio de Jesús, la nueva Iglesia imperial los buscó en el Antiguo Testamento. La Biblia sirve para todo. A los reyes y a los sacerdotes se les ungen la cabeza y las manos para cumplir el precepto de Éxodo 28, 41 y Números 3, 3.

 En el siglo VIII Despliegue de un ceremonial grandioso para las aspersiones, incensaciones y las unciones. Todo fotocopia del Antiguo Testamento. Isidoro de Sevilla llama Aarón al Obispo; a los sacerdotes, hijos de Aarón; a los diáconos, levitas.

 Ha desaparecido la mesa del Señor. Se inventa la Misa. Los sacerdotes se separan del pueblo. Se adueñan del pan y el vino. Incluso amasar y cocer el pan de la eucaristía pasa a se privilegio de los clérigos.

 El latín, queda como la lengua sagrada, el lenguaje Dios. El que preside la mesa, convertido en sacerdote, se separa del pueblo. De espaldas al pueblo, reza en silencio la anáfora. El pueblo no se entera de nada. Ni si quiera de la Palabra de Dios: La Vulgata. No hay mesa. Sólo queda el misterio. En el momento mágico, alguien despertará al pueblo con unas campillas para que, caído de rodillas, contemple el invento: la transustanciación. Y adore el sanctum sacrificium et inmaculatam hostiam.

 Estamos en pleno siglo VIII. Se ha consumado el divorcio de la mesa y pueblo. ¡Que lejos queda aquella cena!:

 “El Maestro pregunta dónde está su posada, donde va a celebrar la cena de Pascua con sus discípulos”. Mc 14, 14

 Los eclesiásticos viven infectados de escalafones y prebendas. Los obispos son los grandes señores de grandes señoríos europeos. La discusión en las Cancillerías de la Cristiandad es saber quién manda sobre quién: el Papa sobre el Emperador, escogido por los hombres y ungido por el Pontífice, o el Emperador sobre el Papa. ¡Gran problema teológico!

 ¿Dónde está Jesús lavando los pies? En bellísimas pinturas colgadas en las paredes. ¿Dónde está la cena del Señor? Pregúnteselo a Da Vinci.

 A lo largo de la Edad Media, con el final de traca en el siglo XIII, “el cuerpo de Jesús” deja de ser su vida, su comportamiento, su forma de ser hombre, para convertirse (transustanciarse) en huesos, nervios, venas. Alguien (aún no se sabe quién) incorpora aquello de Misterium fidei. Así, convertido en misterio, hace menos daño. No hay que hacer lo que hacía Jesús, ni vivir como vivía Jesús. Basta con comérselo, ponerlo en una custodia y adorarlo.

 Y ya está. La mesa del Señor convertida en altar pagano.

 Yo no sabría decir si la iglesia, al olvidarse  del Jesús de Nazaret, necesitó un altar en vez de una mesa, o que al paganizarse la mesa resultó imposible mantener una iglesia con la molesta presencia del galileo.

 Lo que sí estoy seguro, por mi fe en Jesús, es que su iglesia se reformará, se vivificará. Aunque los que mandan tengan que creer en el Espíritu. Aunque todos tengamos que descubrir a los hermanos. Con la jerarquía o solos en el destierro.

 La humanidad necesita mesas de hermanos de todos colores y de todas las razas que “recuerden” con su vida a Jesús. Una humanidad defraudada por un Sistema Eclesial con sus Sínodos de Excelentísimos Obispos y Cardenales, disfrazados con no se qué tipo de gorro medieval y trajes de payasos. Presididos por un Sumo Pontífice (Dos palabras como dos puñaladas al Evangelio) que advierte al mundo del castigo de Dios.

 ¡Nauseas, sencillamente nauseas!

 Luis Alemán Mur