Comienzan los enredos eucarísticos (día 11)

  Los conocimientos, la ciencia, la fe en Dios, en Jesús de Nazaret, todo lo humano y lo divino nos ha sido entregado por la Historia y con la Historia. De generación en generación, fue pasando de mano en mano conocimientos y experiencias conseguidos por los que nos precedieron. Y también nuestra fe. Esa fe que definimos como virtud teologal: Es decir procedente de Dios, también pasa por la Historia.

 Historia que también es portadora de errores y virus que amenazan, y a veces, destrozan nuestras vidas y nuestra convivencia.

 La “tradición” no es ninguna póliza de seguros. El simple hecho de repetir lo que siempre se hizo no nos exime del esfuerzo de tener que examinar continuamente lo que hacemos, lo que aprendimos, para detectar errores y vicios. La herencia nos entrega riqueza. Pero también deudas. Vida, pero también virus.

 Dos ejemplos sobresalientes y claves. Los católicos hemos heredados dos verdades importantes para nosotros: el papado y la eucaristía. Pero la Historia ha podido ser vehículo para transportarnos, junto a esas verdades, algún virus. Son herencias con trampas: papado y eucaristía.

 Trampas o virus que se incuban en las pequeñas desviaciones desde sus orígenes. Y el tiempo –la historia- es el caldo de cultivo en el se desarrollan.

 Esa es la historia del cristianismo, de cualquier movimiento profético, de cualquier revolución, y es también la historia concreta de la Mesa del Señor.

 Pequeños retoques, pequeñas trampas hicieron que, unos siglos más tarde, el movimiento de Jesús acabara en la mayor multinacional de poder. Incluso, actuara a veces al modo de mafia del crimen hasta convertirse en el centro de corrupción más escandaloso. En ningún sitio se cometieron más sacrilegios, ni se dio más degeneración que en el núcleo de poder del cristianismo.

 Si alguien busca un milagro que avale la presencia de Jesús hoy, que estudie la historia de los papas de Roma y estruje las piedras del Vaticano. Si Jesús vive todavía entre nosotros es que Dios está con Él.

 La eucaristía ha sido termómetro del cristianismo. Estudiar la historia de la eucaristía es estudiar la historia de la Iglesia. Si es difícil encontrar a Jesús en el Vaticano también es difícil encontrar a Jesús en nuestras misas. Las misas han sido con frecuencia, y siguen siendo, el motivo de que muchos creyentes en Jesús abandonaran las conferencias episcopales, las parroquias y también la eucaristía. He adquirido el compromiso de explicar el porqué yo sigo yendo a misa. Lo cumpliré. ¿Encuentro a Jesús en esas misas parroquiales? Sí. Lo digo honestamente. A mí mismo me costó comprenderlo. ¡Hay que saber a qué se va! Ya lo explicaré.

 Nos puede hacer daño la nostalgia de una iglesia primitiva ideal, que nunca existió. La iglesia no se sembró como un árbol traído desde los viveros del cielo. Fue una semilla. La eucaristía tampoco empezó hecha. Cuando empezó la eucaristía no se había escrito ningún tratado de sacramentos.

 Las primeras desviaciones eucarísticas comenzaron ya antes de aparecer los Evangelios.

1Cor 11:27

“Por consiguiente, el que come del pan o bebe de la copa del Señor sin darles su valor tendrá que responder del cuerpo y de la sangre del Señor.

Examínese cada uno a sí mismo antes de comer el pan y beber de la copa.

Porque el que come y bebe sin apreciar el cuerpo, se come y bebe su propia sentencia.

Esa es la razón de que entre vosotros muchos estén flojos y deprimidos y, bastantes, adormilados.

 Así que, hermanos míos, cuando os reunís para comer, esperaos unos a otros.

Si uno está hambriento, que coma en su casa, para que vuestras reuniones no acaben con una sanción. Lo demás lo arreglaré cuando vaya”.

 La iglesia de Jesús creció pronto, enredada a la cizaña. La mesa del Señor también se enredó en lo pagano. Y ahí anda la iglesia. Y la eucaristía. El recuerdo de Jesús, memoria paganizada. El Templo y la Torah se adueñaron del comedor. Es verdad que se oyen las palabras del Maestro, pero la ignorancia y los ornamentos de un clero usurpador la han convertido en magia.

Primer enredo. La mesa del Señor se paganiza en ofrenda sacerdotal.

 Terminada la clandestinidad y las persecuciones, el cristiano se encuentra en situación de inferioridad ante los gentiles. Los gentiles pagaban a sus sacerdotes por ofrecer sacrificios por sus difuntos y sobre todo para aplacar a sus dioses

 Los cristianos para rellenar ese hueco introducen en la anáfora, sólo para algunos días concretos, el memento de difuntos con los nombres de sus familiares, y pagan los gastos del nuevo culto cristiano. Aquel recuerdo a los muertos, terminó por quedarse incorporado. La mesa del Señor se convierte en ofrenda por los muertos y por los vivos.

 Actúa el virus. Acabará el clero “diciendo” tres misas el día de difuntos, porque son muchos los muertos y muchos los estipendios. La vivencia y convivencia en la fe de la bellísima “comunión de los santos”, se paganiza y se incorpora al negocio de la fe.

Hoy, todavía hoy, en la parroquia arciprestal de Almuñécar, al principio de la celebración de la misa, se leen los nombres por los que se ofrece el santo sacrificio. Previo pago de su importe.

 Segundo enredo. Se multiplican las mesas eucarísticas.

Sucedió lo inevitable y deseable. En sus comienzos, los cristianos eran pocos con una mesa eucarística en cada comunidad. Pero vino pronto la multiplicación. La cantidad de creyentes llevaron, con lógica, a la multiplicación de las misas. Y con esa multiplicación viene el gran traslado al Templo. El templo se adueña de la bella palabra iglesia

Occidente se llena de misas. Se presenta el  gran reto conservar la unidad. Respetar la diversidad humana dentro de la unidad en la fe. Hoy sigue siendo la gran meta a conseguir. Que todos sean uno en el amor. Los que vienen de los cuatro puntos cardinales; con multiplicidad de colores y razas; multiplicidad de lenguas: griegos, romanos, judíos, chinos; multiplicidad de culturas, y cada uno en diferente estadio de desarrollo. Santos, pecadores, pobres, ricos.

Cuando la iglesia de Jesús consiga la unidad sin eliminar la diversidad podrá hablar de fraternidad. Un signo sacramental para el mundo. No ha ocurrido nunca. Sigue siendo la utopía.

 El canon.

 Para conseguir esa unidad, a los mandatarios eclesiásticos, que actúan ya como dueños y nuevos ricos, no se les ocurre idea más brillante que fijar obligatoriamente, desde Roma, la anáfora, es decir: la oración de acción de gracias, de todos los pueblos, al Padre.

 Ese Canon, fijado entre el siglo cuarto al sexto, se mantiene aún. Con la belleza de lo antiguo y de lo tradicional, pero apolillado. Con el virus de una teología racionalista, parcial y aristotélica. A medida que Roma triunfa disminuye la Catolicidad (lo universal)

Ese Canon no sirve en China, en África, en Sudamérica, en la India. Ya no lo entienden ni en Europa. Sólo suena bien en el Vaticano y en latín.

Entonces, ¿a dónde voy a misa?