Octavo día

La teología del sacrificio fue una huella pagana en el Antiguo Testamento. El “sacrificar” la vida para agradar y aplacar a los dioses es específico del paganismo. Implica un repugnante concepto de la divinidad y arruina al hombre. Pero ese virus religioso prolifera en toda religión. Incluso hoy día, se detecta no sólo en nuestras prácticas religiosas, también en nuestra misma teología.

La relación del israelita con Yahvé copió del paganismo la práctica de ofrecer sacrificios a los dioses. Aunque Israel nunca llegó hasta el sacrificio de hombres, gracias a la luminosa fe de Abrahán. Después de Abrahán, los profetas dan un paso más: les repugnaba incluso la sangre de animales sacrificados en los altares.

Instalado el pueblo en la tierra conquistada, los jefes de familia israelitas son dueños de parcelas y rebaños abundantes. Viven sobre tierra bendita. Yahvé era el dueño: producía la lluvia; suya era la cosecha. El rocío de las madrugadas caía de un hisopo celestial.

Dt 26, 1-10. Liturgia para agradecer.

Cuando entres en la tierra que Yahvé tu Dios te da en herencia, cuando la poseas y habites en ella, tomarás las primicias de todos los frutos de la tierra que coseches en la tierra que Yahvé tu Dios te da, las pondrás en una cesta y las llevarás al lugar elegido por Yahvé tu Dios para poner allí la morada de su nombre. Te presentarás al sacerdote que esté entonces allí y le dirás:

«Yo declaro hoy a Yahvé mi Dios que he entrado en la tierra que Yahvé juró a nuestros padres que nos daría.»

El sacerdote tomará de tu mano la cesta y la depositará ante el altar de Yahvé tu Dios. Tú tomarás la palabra y dirás ante Yahvé tu Dios:

«Mi padre era un arameo errante, y bajó a Egipto y residió allí siendo unos pocos hombres, pero se hizo una nación grande, fuerte y numerosa. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron dura servidumbre. Nosotros clamamos a Yahvé, Dios de nuestros padres, y Yahvé escuchó nuestra voz; vio nuestra miseria, nuestras penalidades y nuestra opresión, y Yahvé nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido, con gran terror, con señales y con prodigios. Y nos trajo a este lugar y nos dio esta tierra, tierra que mana leche y miel. Y ahora yo traigo las primicias de los frutos de la tierra que tú, Yahvé, me has dado.»

El Deuteronomio (Segunda lectura de la ley) como toda la Biblia, es recuerdo de la historia pasada. Su finalidad es moralizante, producto de movimientos religiosos sociales promovidos por el devoto rey Josías. Los versículos citados se ponen en boca de Moisés. Es un texto pasado por el tamiz teológico de la corriente Sacerdotal (P). Ver Jacques Vermeylen en Sal Terrae.

Sacrificios para alabar: Fiesta de los Tabernáculos.

Final de la cosecha. La religiosidad del rico y satisfecho judío labrador. Sobre los altares el holocausto y el sacrificio de sangre y grasa. La medida de la religiosidad se mide por la cantidad de sangre derramada.

Según 2 Crónicas 7, 3-5 con motivo de la dedicación del Templo:

“Todos los israelitas, viendo descender el fuego y la gloria de Yahvé sobre el templo, se postraron rostro en tierra sobre el pavimento y adoraron y alabaron a Yahvé «porque es bueno, porque es eterna su misericordia».

Luego el rey y todo el pueblo ofrecieron sacrificios ante Yahvé.

El rey Salomón ofreció en sacrificio 22.000 bueyes y 120.000 ovejas. De este modo el rey y todos los israelitas dedicaron el templo de Yahvé”.

Los oferentes son jefes de tribus o los reyes. Intervienen como espectadores. No se implican en el sacrificio. La víctima, una oveja o un toro. El sacerdote actúa como matarife. Es una oferta o sacrificio de algo. El hecho litúrgico es similar (¡permítase la comparación!) a una ceremonia de Estado en la que se celebra una misa sin compromiso ni participación alguna de los oferentes.

Sacrificios para expiar: Destierro babilónico.

El pueblo está humillado. Los jefes, los ricos y los fuertes han sido deportados a Babilonia para servir a otro pueblo. Nabucodonosor ha destruido el Templo (año 586 a. C.) La historia es una gran maestra. Dura lección.

No hay bueyes ni carneros ni cosechas. Sólo lágrimas. No es posible cantar dentro, ni lejos de Jerusalén.

El pueblo soberbio de antaño sufre las consecuencias de su sordera. No quisieron oír la advertencia profética: Redujeron su compromiso con Yahvé al cumplimiento de leyes, a la sangre y el humo de sus altares. Dios estaba harto de becerros, de fiestas litúrgicas sin implicación personal. Ese no era el camino. Los profetas lo habían avisado:

Amós 5, 21-24 (784-744 a.C.)

“Yo detesto, aborrezco vuestras fiestas,

no me aplacan vuestras solemnidades.

Si me ofrecéis holocaustos…

no me complazco en vuestras oblaciones,

ni miro vuestros sacrificios de comunión de novillos cebados.

¡Aparta de mí el ronroneo de tus canciones!

¡No quiero oír la salmodia de tus arpas!

¡Que fluya, sí, el derecho como agua

y la justicia como arroyo perenne!”

Isaías 1, 10-17 (Hijo de Amós. Nació hacia el 770 a.C.)

“¿A mí qué, tanto sacrificio vuestro?-dice Yahvé-.

Harto estoy de holocaustos de carneros, de sebo de cebones;

y sangre de novillos y machos cabríos no me agrada, cuando venís a presentaros ante mí.

¿Quién ha solicitado de vosotros esa pateadura de mis atrios?

No sigáis trayendo oblación vana: el humo del incienso me resulta detestable.

Novilunio, sábado, convocatoria: no tolero falsedad y solemnidad.

Vuestros novilunios y solemnidades aborrece mi alma:

me han resultado un gravamen

que me cuesta llevar.

Y al extender vosotros vuestras palmas, me tapo los ojos por no veros.

Aunque menudeéis la plegaria,

yo no oigo.

Vuestras manos están llenas de sangre: lavaos, limpiaos.

Quitad vuestras fechorías de delante de mi vista,

desistid de hacer el mal,

aprended a hacer el bien,

buscad lo justo,

dad sus derechos al oprimido,

haced justicia al huérfano,

abogad por la viuda”.

No hicieron caso a los profetas. Dura lección de teología la de la historia. A partir del destierro, la fiesta de los Tabernáculos (para agradecer) ya no es la más importante. Ahora es la de la Expiación. No es alabar por los bienes, sino ofrenda del pecador. El orgullo ha sido herido. Se busca el perdón de Yahvé. Antes se ofrecía sangre y grasa para agradecer. Ahora la sangre y la grasa quemada buscan el perdón. Sacrificios para expiar pecados.

¿Qué dirá, hoy, el Viejo Yahvé de nuestras Eucaristías, nuestros pontificales?

Seguimos con sacerdotes que ofrecen sobre el altar un sacrificio con sangre y cuerpo de una víctima. Pero Jesús puso fin a los sacrificios. En vez de sangre puso vino, en vez de muerte puso pan. Comer ese pan para vivir como él. Beber ese vino, para amar sin medida, como él. La sangre la exigieron los sacerdotes del Templo.