(Extracto y presentación de un artículo del profesor Juan Masiá Clavel: Blog en Religión digital. Estas reflexiones han sido condenadas por el arzobispado de Murcia. Sin firma. Ya no sólo condenan los Obispos. Esta fiebre condenatoria que han implantado Rouco y su fiel escudero Camino, ha contagiado a los “arzobispados” Pues que sigan, que eso es gratis)

Alguien preguntaba desde Roma, con escrúpulos de ortodoxia y miedo a relativizar, si peligra la verdad al mezclar las leyendas. Para su tranquilidad, la explicación del filósofo Paul Ricoeur:

«Los sofistas, para persuadir, dicen la mentira por medio de la retórica. Los racionalistas buscan la verdad por medio de la lógica. Los poetas y pensadores profundos se acercan a la realidad por medio de la ficción».

En 1591 el catecismo del P. Ripalda decía que Jesús nació milagrosamente «saliendo del vientre de la Virgen como el rayo del sol por el cristal sin romperlo ni mancharlo».

-En 1940 comentaba el P. Márquez el «hecho histórico de la Encarnación» (sic) diciendo que fue igual que cuando «salió del sepulcro a través de la losa sin romperla, abrirla ni separarla».

-Hoy la hermenéutica revisa esa teología literalista y recupera, tras la modernidad, el sentido mito-poético de los antiguos creyentes.

La teología apologética se creía obligada a exponer la fe al modo racionalista.

Faltaba el sentido poético de Lucas y Mateo. Con metáforas navideñas supieron «decir la Realidad por medio de la ficción». La Realidad, con mayúscula, es más que historia y por eso sólo se la puede captar simbólicamente.

Pero en la era de lo digital nos falta sensibilidad para los símbolos.

El fundamentalismo lee los textos mito-poéticos de la religiosidad al pie de la letra y provoca el ataque de los anti-teistas. Ambos (fundamentalistas y ateos caen en el mismo fallo, como expone atinadamente Karen Armstrong en su último libro: The case for God. What Religion really means, (London, 2009).

Necesitamos recuperar sensibilidad poética para transmitir a las generaciones venideras la epifanía de la Fuente de la Vida.

-La iconografía piadosa y los prejuicios sobre sexualidad ocultaron la riqueza de las narraciones simbólicas en los evangelios de la infancia de Jesús. «La Navidad pone de manifiesto el sentido profundo de todo nacimiento humano», decía Juan Pablo II (Evangelium vitae, n. 1).

-la metáfora de la Anunciación, para poner de relieve lo extraordinario de todo nacimiento humano. En vez de medir el nacimiento de Jesús con el patrón que confunde lo divino con lo anormal, vemos los demás nacimientos a la luz de éste.

Con imágenes de mitologías paganas, depuradas por la reflexión judía, el evangelista no habla de fisiología, sino de realidad profunda: Asumir una maternidad y paternidad humanas es dejar que Dios se revele en la criatura nacida. Varón y mujer se unen para que aparezca en el mundo la realidad de Enmanuel, Dios con nosotros.

Metáforas evangélicas, malentendidas desde enfoques negativos sobre la sexualidad, veían la actuación del Espíritu como opuesta a la relación matrimonial.

Metáfora del anuncio a José, a quien diría un ángel en sueños: «No dejes de acostarte con María. Aunque intervenga el Espíritu, tu papel no está de sobra; es compatible con que Jesús sea el rostro de Dios.»

Jesús no viene como Deus ex machina en tragedia griega. Nacido de mujer (Gal 4,4), Emmanuel muestra a Dios cercano. Se equivocaban quienes decían: «un dios olímpico se acostó con una virgen y nació un héroe, semidios y sobrehumano». Se equivocaban quienes objetaban: «si nace como nosotros, no puede ser divino». Se equivocaban quienes pensaban: «si violan a la madre y el desposado la acoge, o si concibe antes de la boda, no es digno ese embarazo». Se liaban los teólogos especulando sobre «naturaleza y persona»…

Las metáforas de los evangelistas aclaran la confusión. Ni Jesús es hijo de padre desconocido, ni sobrehumano, sino verdadero hombre, epifanía de Dios.

La metáfora de Isabel y María, ambas en sexto mes de embarazo: riesgo y gozo, peligro y promesa, presencia activa de Espíritu en cada nacimiento humano. Isabel: muy mayor para concebir. María: muy joven para dar a luz. Ambas, fiándose de una palabra que las desborda. Con esta hermenéutica, sin minusvalorar a María, redescubrimos la cercanía privilegiada de toda mujer al enigma del origen de la vida, cuando conciben, a la vez, con la ayuda del varón y la fuerza del Espíritu.

Juan Masiá Clavel (“La Verdad”)