4º de Adviento

Lc 1, 39-45

         
En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías, y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo, y dijo a voz en grito:
“¡Bendita tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú, que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”.

 
1. El contraste de este evangelio con el de ayer es claro: a Zacarías le dijo el ángel: “guardarás silencio, sin poder hablar… porque no has creído” (Lc 1, 20); por el contrario, a María le dice Isabel (“llena del Espíritu Santo”): “¡Dichosa tú que has creído!” (Lc 1, 45). Se trata del contraste entre la falta de fe y la presencia de la fe.

2. El sacerdote Zacarías, en el Templo, y en el momento sagrado del culto oficial, representa y pre-anuncia lo que sucedió en la vida, en la pasión y en la muerte de Jesús: “lo sagrado” se asocia a la incredulidad. Por el contrario, en la María, la sencilla mujer del pueblo, se representa y pre-anuncia lo que igualmente sucedió en la vida y hasta la muerte de Jesús: “lo profano”, la gente sencilla e ignorante, se asocia a la fe, a la aceptación del mensaje de Jesús.

3. La consecuencia fue que Zacarías se quedó mudo, mientras que María habló (en el “Magníficat”). La venida de Jesús al mundo anuncia un cambio asombroso en la experiencia religiosa de la humanidad: el encuentro con Dios y su proyecto sale del Templo, deja de estar limitado a los rituales y ceremonias de los sacerdotes. Porque todo eso enmudece, no tiene nada que decir. Por el contrario, la mujer sencilla del pueblo, María, toma la palabra para anunciar un nuevo estado de cosas, una situación que todavía nos asombra y nos desconcierta. Así se dieron los primeros pasos del proyecto de Jesús.