3º de Adviento

Lc 3, 10-18

        
En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan: “Entonces, ¿qué hacemos?” Él contestó: “El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene y el que tenga comida, haga lo mismo”. Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron: “Maestro, ¿qué hacemos nosotros?” Él les contestó: “No exijáis más de lo establecido”. Unos militares le preguntaron: “¿Qué hacemos nosotros?” Él les contestó: “No hagáis extorsión a nadie, ni os aprovechéis con denuncias, sino contentaos con la paga”. El pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: “Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego: tiene en la mano la horca para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga”. Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba la Buena Noticia.

 
1. Lo primero, que destaca este evangelio, es la autoridad moral que tenía Juan Bautista. A él acude la gente, los recaudadores de impuestos, los solados romanos. Grupos humanos tan diversos, de creencias tan distintas y de formas de vida tan contrarias, todos ellos piensan que Juan les puede decir la palabra que necesitan para orientar sus vidas. Gentes tan diversas, por cultura, religión y costumbres, preguntan a quien les merece credibilidad. Porque, sin duda, veían en Juan algo previo a toda cultura, a toda religión y toda nacionalidad. ¿Qué tenía Juan Bautista ante gentes tan heterogéneas?

2. Juan no tenía títulos, ni cargos, ni dignidades. No tenía, por tanto, “poder” alguno. Pero tenía “autoridad”. Y gozaba de credibilidad. Juan tenía autoridad y credibilidad porque su vida coincidía con sus enseñanzas. Es lo contrario de lo que, tantas veces, ocurre con los “hombres de Iglesia”. Tienen cargos, títulos y poder, pero carene de autoridad. Y mucha gente no se fía de ellos. Ni a la gente se le ocurre acudir a ellos cuando quieren saber lo que tienen que hacer en la vida.

3. Juan, además, fue un hombre humilde, que no se creía superior a nadie. La equivocación de Juan estuvo en que anunció un Mesías amenazante y justiciero. Pero sabemos que Jesús no fue así. Por eso, cuando más tarde, estando en la cárcel de Herodes, se enteró de lo que hacía Jesús, tuvo que mandar unos discípulos a preguntar si Cristo era el que tenía que venir o había que esperar a otro (Mt 11, 2-3 par). La predicación de la amenaza no produce nada más que desconcierto, incluso cuando el predicador es nada menos que Juan Bautista.