Los signos valen cuando significan algo.
Los signos los crean los tiempos,
las culturas, las circunstancias.

Hemos bautizado lo antiguo, olvidando que todo bautizo es una muerte y que la vida nueva solo florece sobre la tumba de lo viejo.

Los ritos sacramentales, las ordenaciones sacerdotales, las consagraciones de obispos y de templos, las aguas benditas, los aceites, las unciones, los ayunos, las abstinencias, las cenizas, los altares… son hipotecas del Antiguo Testamento o residuos meramente paganos.

Por supuesto que el hombre como materia y poesía que es, tiene que manifestarse y encontrarse a través de signos. Pero los signos valen cuando significan algo. Los signos los crean los tiempos, las culturas, las circunstancias. Una mano tendida; un abrazo en silencio; el regalo de una flor; una corbata bien o mal colocada; un anillo; una cadena de oro en el cuello o unos grilletes en los pies; una sotana negra por las calles de Madrid… Todos son signos que, en su silencio, van hablando o gritando un discurso, armonioso o distorsionante.

Pero los signos valen cuando dicen algo que se entiende. ¿Son muchos los que pueden captar el significado de los ropajes, gestos o rituales litúrgicos? Signos de otros tiempos tras los que se esconde una historia desconocida o, lo que es peor, una filosofía y una teología errónea.

Seamos sinceros. Hoy dia, el ceremonial del culto, en la mayoría de los casos, no ayuda a unir al pueblo entre sí, ni hace presente a Jesús en medio de la asamblea.

El Vaticano II llegó tarde y se quedó corto. Hay que reconocer el esfuerzo del Vaticano II por actualizar la liturgia. Pero además de llegar tarde, quedó reducido al abandono del latín, a unas guitarras y canciones, y a que el cura no tuviera la mala educación de dar la espalda al pueblo.

Sigue intacto el engranaje conceptual, la simbología y el lenguaje teológico procedente del Antiguo Testamento, vestidos con ropajes de imperialismo pagano. O, en el mejor de los casos, se ha conseguido una mezcolanza insulsa y a veces contradictoria.

Se sigue hablando de “santo sacrificio, expiaciones, víctimas propiciatorias, rescate, corderos,  tabernáculos, Jerusalenes celestiales, purificaciones…” Y se sigue recurriendo a signos ya huecos, anacrónicos. ¡Qué pocas celebraciones litúrgicas son digeribles o simplemente inteligibles! Faltó valentía y coraje para permitir que floreciese una celebración cristiana de perdón mutuo, fraternidad, y alegría ante un destino y un Padre común.

En la actual liturgia falta teología cristiana. Casi todo se reduce a una mala actualización de los ritos, símbolos y terminología del Antiguo Testamento. El pueblo sigue “asistiendo y oyendo misa”. Y siempre en un Templo: la casa del Señor. A pesar de que había quedado claro que la única casa de Dios era el hombre y la comunidad humana.

¿Cómo quieren Uds. que para encontrar a Jesús haya que repetir el ritualismo y la terminología del Antiguo Testamento en un mundo informatizado e iluminado por el láser, que se pasea por la Luna y por Marte, en el que se enfrentan no civilizaciones distintas sino en el que se ven obligados a convivir el siglo V con el siglo XXI, masas analfabetas y hambrientas con el lujo más refinado?

¿Qué le dice hoy a la gente lo del divino cordero, el pan ázimo, la unción etc.? ¿Qué significado tienen las casullas, las mitras?

-“¡Es que son símbolos!”
– Pero, hoy, la simbología del mundo es otra.

-“¡Hay que conocer la historia!”
– Por supuesto que hay que conocerla. Pero no para repetirla.

Hay que tener coraje para crear la historia.

Luis Alemán Mur