“Una limitación seria del libro de Ratzinger:

no aborda el por qué mataron a Jesús”

La personalidad del autor, que firma Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, explica, en buena medida, el éxito de ventas de su segundo libro sobre Jesús y que abarca desde el Domingo de Ramos hasta la Resurrección, los acontecimientos que estos días celebra el mundo cristiano. Es notable que un Papa escriba un libro a título personal sin implicar la autoridad de su cargo.

Pide simplemente al lector «simpatía sin la que no es posible la comprensión», al tiempo que reconoce que es libre «para contradecirle». Confieso que no me ha costado la simpatía requerida por el tema del libro, por el talante con que está escrito y porque me imaginaba a su autor, una persona mayor con mil responsabilidades, sacando tiempo con mucho esfuerzo y disciplina para culminar la obra de su vida, escribiendo a mano y con lápiz, una a una sus páginas, usando fichas acumuladas durante muchos años y volcando la reflexión de toda su vida.

El libro responde a una preocupación que el Papa ha reiterado muchas veces: el abismo creciente entre la investigación bíblica crítica y la consideración creyente de los textos. Concretamente afirma que la reciente y numerosa investigación sobre Jesús no le satisface porque no penetra en lo más real de su persona, a la que solo la fe puede acceder. Ratzinger no deslegitima los métodos críticos, pero dice que es hora de ir más allá de ellos.

El libro afronta los problemas histórica y teológicamente más difíciles de la vida de Jesús. Como es imposible abarcarlo todo selecciona determinados episodios. Su método consiste, por una parte, en descubrir cómo las palabras y acciones de Jesús se relacionan con el Antiguo Testamento y resuenan en otros lugares del Nuevo; por otra parte, en mostrar la continuidad de Jesús en la vida de la Iglesia y, en ocasiones, su relevancia social.

Las reflexiones bíblicas explicitan el dinamismo de fe del que nacen los textos y lo hace con profundidad espiritual y con respeto a los textos, a veces incluso con referencias filológicas valiosas. En general prescinde de los problemas de crítica histórica, pero en algunos casos sí los aborda, pero siempre movido por razones ideológicas.

Afirma que Jesús fue crucificado cuando en el Templo se sacrificaban los corderos de la cena pascual, como dice el Evangelio de Juan y en contra de los sinópticos para los que la última cena tuvo un carácter pascual. Si Ratzinger opta en un problema histórico tan complicado es porque la opinión que defiende le sirve para subrayar el carácter sacrificial de la Eucaristía contra quienes dan prioridad a la dimensión comunitaria y liberadora de la cena pascual.

El otro problema histórico que afronta es el del papel de los judíos en el juicio y muerte de Jesús. La responsabilidad última fue de la aristocracia sacerdotal, que acusaban a Jesús de un delito de blasfemia, pero en absoluto se puede culpar a todo Israel. Esto es cierto y bien sabido, pero no está de más repetirlo. Sin embargo queda muy diluido el papel de Pilato, el representante del poder romano.

Según Ratzinger «desde el aspecto del ordenamiento romano (…) no había nada contra Jesús». Pero es indudable que hubo una sentencia romana. Si Pilato se hubiese limitado a permitir la ejecución de una sentencia judía, habrían lapidado a Jesús. La cruz era el suplicio que los romanos reservaban para los esclavos y los delincuentes políticos. En mi opinión, se pone aquí de manifiesto una limitación seria del libro de Ratzinger. Ahonda en por qué murió Jesús y en cómo afrontó la muerte, pero hay un problema previo, en el que se juega la densidad histórica del conflicto que atraviesa toda su vida: ¿por qué le mataron?

La investigación crítica actual procede muy mayoritariamente del mundo anglosajón y es muy desigual, pero está haciendo una contribución de máxima importancia: contextualizar mejor histórica y socialmente la vida de Jesús, lo que permite comprender más adecuadamente el conflicto que le costó la vida.

El Papa cita casi exclusivamente literatura germana y no considera la investigación anglosajona de los últimos veinte años (solo cita un autor, importante, pero poco representativo). Está claro que el anuncio de Jesús sobre el Reino de Dios, situado en su contexto, tenía que resonar como un peligroso desafío a las pretensiones cuasi-divinas del emperador. Está en juego la repercusión política del mensaje de Jesús.

En este tema, en que le falla la debida contextualización histórica, sin embargo Ratzinger se mueve con profundidad y brillantez manejando las ideas. Reconoce que en aquel mundo la religión y la política eran inseparables y dice que fue Jesús quien comenzó a deslindar los dos ámbitos, en la medida en que se entendía como un Mesías que renuncia a todo poder político y esto llevó a «una separación que ha cambiado el mundo»; «en el Crucificado, en Aquel que es despojado de todo poder terrenal (…) aparece el modo nuevo en que Dios domina el mundo».

El libro tiene unas páginas especialmente brillantes cuando glosa el diálogo de Jesús con Pilato. Jesús confiesa que es «rey porque ha venido a dar testimonio de la verdad». El romano comenta escéptico: «¿qué es la verdad?». Si renunciamos a la búsqueda de la verdad el poder de los fuertes se convierte en el dios de este mundo. No hace falta elevarse a consideraciones metafísicas, tan queridas a Ratzinger, para decir, con Pablo de Tarso, que «la verdad es aplastada con la injusticia».

Captar los factores históricos que influyeron en la cruz de Jesús -en absoluto fue un mero conflicto teológico intrajudío- es decisivo para comprender su vida y para que los creyentes podamos considerar las cruces de las víctimas de la historia como el lugar de revelación del Dios cuyo reinado proclamaba Jesús. Jesús, acusado de blasfemo, nos invita con su comportamiento a blasfemar de quienes se erigen en dioses de este mundo.

Rafael Aguirre (El Correo)