Desde los tiempos más remotos la anáfora (oración dirigida al Padre por el que preside la cena o comida) fue precedida por la lectura de las Escrituras que interpreta la historia pasada y la realidad presente. Con toda seguridad en las eucaristías primeras se relataban las palabras y hechos de Jesús. Relatos que, más tarde, serían directa o indirectamente, base de los cuatro evangelios actuales.

La lectura de la Escritura hoy, y los recuerdos narrados en las primeras asambleas eucarísticas, no pueden convertirse en meros análisis exegéticos. La eucaristía no es una clase de Biblia. La escritura se escoge, se explica y se ilumina desde la convivencia eucarística. La escritura ilumina la mesa del Señor, y es comprendida desde la vida y la muerte del Señor. Toda la oración eucarística -toda la anáfora- es un dar gracias al Padre por haberse hecho presente en Jesús, aquel de Nazaret.

La homilía sólo tiene sentido si une escritura, pan y vida del Señor. Si el que preside la mesa no sabe hacerlo, que la misma comunidad señale a otro entre los hermanos que pueda hacerlo. El que preside no tiene por qué ser un hombre orquesta que toca todos los instrumentos. La misma Comunidad puede preparar, con tiempo, la homilía.

Urge volver a descubrir la fuerza de la Palabra oída y vivida en la mesa del Pan y el Vino.

No ha conseguido el Vaticano II sacarnos de los vicios heredados del periodo medieval. En aquel periodo se convirtió la homilía en sermón, se levantaron los púlpitos, se multiplicaron los predicadores. Desapareció la mesa del Señor para convertirse en altar. Lo pagano arrasó al evangelio. Jesús de Nazaret se empadronó en Roma. Las ruinas del templo de Jerusalén, cuya caída profetizó Jesús, se esparcieron como semillas por todo el imperio germinando en suntuosos y múltiples templos, en los que la mesa eucarística no encontró acomodo.

Es justo reconocer un esfuerzo visible y algunos frutos conseguidos, con las reformas del Vaticano II. Pero estas reformas llegaron tarde e insuficientes. Por otra parte, reformar la liturgia eucarística no es solo reformar ritos. Los que presiden las eucaristías (Es decir, todavía los curas) la mayoría no tiene preparación bíblica suficiente ni para conocer lo que dicen las escrituras, y ni siquiera cuál es el aspecto que se destaca dentro del ciclo litúrgico. De ahí que, la mayoría, se dedique a soltar el sermoncito moralizante, aburrido, con telarañas, rancio de siglos. Y eso, cuando no se aprovecha la homilía para criticar a los presentes, ausentes, al gobierno, a todo el que se mueve. Menos a su Santidad y su obispo, que son santos y predilectos de Dios, por naturaleza. Se perdió hace mucho tiempo el sentido de comunidad. Y la eucaristía presupone una comunidad y fabrica comunidad. Es un encuentro con hermanos para juntos encontrarse con el Padre. Nunca podrá haber eucaristía sin hermanos.