LA LECTURA AMANERADA DE LOS EVANGELIOS HA DEFORMADO LA FE PERSONAL Y EL CRISTIANISMO
¿Jesús ya era Dios antes de morir?
O
¿Se encontró Hijo del Padre cuando el Padre lo levantó de la tumba?
La realidad popular e incluso la académica ha vivido, e incluso vive, bajo una aceptación mecanicista de la inspiración. Con la Biblia entre las manos, protestantes y católicos sufrimos una parálisis religiosa que nos llevó y lleva, al grave error de que más vale tragarse la Biblia de golpe con sus sentencias, historias, tiempos y proverbios. Sobre todo si se trata del Nuevo Testamento. El Espíritu –fuente de la inspiración- no admite preguntas, ni retoques, ni estudios que pudieran poner en duda su absoluto dominio. Se desconoce cómo funciona eso de la “inspiración”. Pare ser más un foco de larga distancia en el camino que un diccionario de mano. Se llega a olvidar por completo que el lenguaje bíblico e incluso hechos bíblicos no se pueden trasladar, sin más análisis, ni a la dogmática ni a la simple categoría de históricos.
Por ejemplo, los que se dedican a estudiar los evangelios se hacen preguntas muy atrevidas. Las bodas de Caná ¿fueron una realidad histórica o una descripción simbólica para explicar cómo ha llegado la hora de las bodas de Dios con su pueblo? Los evangelios de la infancia según Mateo y según Lucas ¿son relatos históricos o composiciones literarias con finalidad teológica, es decir, que aquel niño venía a la historia con un programa diseñado por el Padre de la humanidad? En concreto, llevaron al niño a Egipto para huir de Herodes o para poder citar al profeta Oseas 11,1 que se refería al pueblo de Israel “Desde Egipto llamé a mi hijo”. ¿Es historia el nacimiento en Belén o se quiso aprovechar una profecía de un tal profeta Miqueas 5.1 “Y tu Belén tierra de Judá no eres la más pequeña entre los príncipes de Judá pues de ti saldrá un jefe que pastoreará a mi pueblo” El pobre Miqueas, como ninguno de los profetas, pensó jamás en Jesús.
Los evangelios comenzaron a tomar forma unos cuarenta años después de la muerte de Jesús cuando ya la mayoría de los que convivieron con Jesús, habían muerto. Antes, los primeros cristianos se transmitieron unos a otros y a la generación siguiente colecciones de dichos y parábolas de Jesús, narraciones de hechos adornados todo con más o menos portentos o exageraciones populares, con más o menos fidelidad a la realidad y con más o menos intencionalidad circunstancial. Y todas estas primitivas narraciones repetían como tesoro especial la narración de la muerte en cruz y la resurrección. Jesús ya era el hijo de Dios. De estas tradiciones de diferentes comunidades surgió la principal base de datos de los evangelistas.
Todas estas tradiciones sobre Jesús de Nazaret y todo el nuevo testamento están empapados de vivencia y convicción de la resurrección. Esa vivencia y fe en la resurrección de Jesús fue y sigue siendo, el primer eslabón del cristianismo. Esas primeras comunidades creyentes crearon los evangelios y el Testamento nuevo. Todo desde la certeza de que Jesús era el Hijo de Dios. Aquellos primeros años del cristianismo, fueron unos años cortos, pero de una transcendencia desmesurada y confusa. En aquel breve espacio de tiempo se mezclaron de una parte, el Jesús de Nazaret y, de otra parte el Cristo Resucitado. Aquel Jesús galileo, que luchó contra un Templo podrido, contra unas creencias paganizadas opresoras de los hombres, quedó iluminado por la resurrección. Aquel mismo Jesús de Nazaret que fue crucificado por defender a Iahvé y al hombre, Dios Iahvé lo levantó de la muerte convertido en el Cristo, el Señor Hijo de Dios Padre y lo sentó a su derecha.
Además, en aquellos primeros tiempos ¿Qué se entendía por “Hijo de Dios”? Desde luego esa expresión de hijo de Dios no estaba dicha por filósofos de la antigua Grecia, ni por romanos hablando de sus dioses, ni tampoco por un teólogo cristiano del concilio de Nicea. Los que hablaban así eran judíos con un Antiguo Testamento en sus túnicas y en sus mentes.
Sin más análisis, la cristología de los primeros cristianos era simple y llena de fe: el Padre había escogido o acogido a Jesús como su Hijo amado. Y desde la resurrección, Jesús era el Señor, digno de adoración. Hoy, con un análisis sereno y con fe, podemos creer que la divinidad y encarnación le llegan a Jesús al final de su vida histórica.
Y ya, invadido por la Divinidad, al manifestarse ante los suyos deslumbrados, les hizo imposible escribir los evangelios desapasionadamente. Nazaret quedó muy lejos. Ciertamente el protagonista de lo marrado en los evangelios era aquel hijo de José y Maria con hermanos, conocido en el pueblo.
Pero desde la resurrección, lo importante era anunciar que aquel Jesús era Hijo de Dios. Y así queda reflejado en los sinópticos y en Juan. Un Jesús que lo sabía todo desde el principio, lo podía todo, lo adivinaba todo, no tenía que aprender nada. Sabía qué había en cada hombre y cuándo y cómo iba a morir. No cabe duda de que los evangelistas tenían fe y conocimientos históricos. Pero su objetivo al escribir era convencer a sus lectores de que Jesús era el Cristo y el hijo de Dios que vino a salvar al mundo. Y esto lo intentan conseguir no con mentiras sino proyectando su fe en la divinidad sobre la dura realidad de su humanidad. De ahí que para cualquier creyente y para los que escriben, el Maestro a quien siguen que al final fue escogido como Señor, lógicamente llevara ya puesta la divinidad desde antes de nacer.
Los evangelios se escribían para difundir esa noticia y para que todos creyeran que Jesús era el Señor. Hoy, para nosotros, la gran noticia del evangelio es que con el nacimiento, vida, muerte y resurrección de Jesús comenzó la era del triunfo de lo humano. Hubo un hombre que por creer en Dios luchó en defensa de su nombre y de los hombres y aunque lo mataron, destrozó aquel régimen. Dios coronó su fe haciéndolo Hijo suyo y nombrándolo Señor. Porque el gran proyecto creador, el Hombre, se ha conseguido. Lo humano es posible. Ya es una realidad: lo divino se puede transparentar en el hombre. El hombre es palabra de Dios. El pensamiento de Dios se ha hecho carne. El hombre puede entrar en la familia de Dios.
Luis Alemán Mur