Juan (6,51-58):

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Entonces Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron, el que come este pan vivirá para siempre.»

Palabra del Señor

«Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»

Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»

 

¿QUÉ COMULGAMOS?

“El deseo de dejar en el centro de su corazón a Jesús”, Papa Francisco.

Comulgar “significa pensar como él, amar como él, ver como él”

 

Desde luego no comemos huesos, venas, carne de Jesús. Una de las acusaciones de los romanos de los primeros tiempos contra los cristianos era de antropófagos. Los romanos llegaron a la conclusión de que “comían” a su fundador. Y la culpa de la acusación la tenían los cristianos por no saber explicar lo que hacían cuando comulgaban. Y esta ignorancia se ha prolongado durante muchos siglos. Aún hoy, la explicación catequética a los niños de siete años para su primera comunión sigue siendo antropofágica. Y con ese enfoque increíble se sigue en la mayoría de sectores católicos.

 

El “misterio” lo tapa todo, lo digiere todo. Cuando nos asalta algo incomprensible un absurdo, acudimos a lo misterioso. Es un misterio. El misterio es el recurso de la ignorancia o de la pereza.

 

Aquí no negamos el misterio. ¡Claro que existe e incluso nos invade el misterio! Pero el recurso a lo misterioso innecesario nos traslada a tiempos primitivos.

 

“Esto es mi Cuerpo”: Esto es mi forma de actuar; esto es mi forma de ser humano; esto es mi forma de pensar y de amar; esta es mi vida.

“Esta es la sangre de mi alianza nueva”: Con ella firmo mi compromiso con los hombres. Y así queda firmada la nueva forma de ser hijo del Padre y hermano de los hombres.

 

No es que cuando comulgas te conviertas en un sagrario o un cáliz. Es que cuando comulgas, si has comprendido lo que haces, al salir del templo sales más capacitado para mirar a los demás de otra forma, el dinero tendrá otro valor, la muerte tendrá un sentido. Incluso puede que te atraiga el enfermo, puede que no te importen tanto los que mandan, puede que no tiembles ante el mañana, puede que mires al mundo y su historia con esperanza.

 

Y hoy domingo, a pesar de lo mal que los encargados organizaron la comida del Señor, a pesar de lo rollo que fue la homilía, a pesar del sin fin de ritos realizados con monotonía y sin sentido, a pesar de los ropajes pretensiosos que vestían los que presidieron la comida llamados, paganamente, sacerdotes, tú te pusiste en cola y comiste una hostia, redondita y demasiado bien hecha, en recuerdo del pan que distribuyó el Maestro. Comulgabas su querer, su amar, su mirar, su adhesión al Padre.

La historia lo ha enredado todo, menos tu fe sencilla como la de aquellos personajes del evangelio.

Luis Alemán Mur