Terminábamos el capítulo anterior con esta clave de Teresa: “para no acobardar el ánimo hay que tener grandes deseos“. Los deseos son el motor interior que nos estimula a actuar, a amar y a seguir en la vida. Son nuestras motivaciones, lo que nos determina y da esperanza. Conocer cuáles son nuestros deseos más íntimos es un trabajo de conocimiento propio, es entrar dentro y saber quién soy y qué quiero.
Reconocer mis deseos es haber dado ya un paso en el propio conocimiento, eso que tanto valora Teresa como andar en la verdad, es decir, la humildad de lo que soy, supone que ya se ha recorrido un camino en la oración, en ese entrar dentro de sí y descubrir que no estamos huecos, sino que hay quien nos acompaña.
Ahora toca agrandar estos deseos, darles alas para no acobardar el alma ni el ánimo, a Teresa no le gustan las personas pusilánimes, es decir, encogidas ante sus complejos, atemorizadas por los miedos de sus falsas humildades. Hay que salir cada mañana con ánimo decidido, paso valiente y firme a comerse el mundo y ponérselo por montera. La persona de oración no se esconde en los rincones, sino que es alguien dispuesto a la lucha diaria, a mirar de frente, sin miedo ante nada ni nadie, porque tiene en quien apoyarse, sabe de quien se ha fiado.
Este no dejar acobardar el alma nace de una verdadera libertad que no tiene nada que perder, porque ya no hace caso de lo que Teresa denomina “honra”, es decir, lo que hoy apreciamos tanto como “la buena imagen”. La verdad no depende de lo que los demás digan, sino de lo que realmente soy ante Dios, esa es la seguridad que aleja todos los miedos.
Por eso su deseo ahora es querer estar con él, recogerse en el interior, en otras palabras, hacer un proceso de introspección y buscar ahí dentro al Dios que nos habita, hablar con él, estar con él, darle nuestra compañía y amar. Ahora es nuestro deseo querer estar a solas con Dios, recogernos con deseo de estar ahí, en ese silencio y soledad con Dios. El deseo que motiva se convierte en deseo que actúa y pone por obra, es dinámico y transforma, genera vida.
Textos para la lectura
C 35 1. Heme alargado tanto en esto, aunque había hablado en la oración del recogimiento de lo mucho que importa este entrarnos a solas con Dios, por ser tan importante. Y cuando no comulgareis, hijas, y oyereis misa, podéis comulgar espiritualmente, que es de grandísimo provecho, y hacer lo mismo de recogeros después en vos, que es mucho lo que se imprime el amor así de este Señor. Porque aparejándonos a recibir, jamás por muchas maneras deja de dar que no entendemos. Es llegarnos al fuego que, aunque l haya muy grande, si estáis desviadas y escondéis las manos, mal os podéis calentar, aunque todavía da más calor que no estar adonde no haya fuego. Mas otra cosa es querernos llegar a El, que si el alma está dispuesta -digo que esté con deseo de perder el frío y se está allí un rato, para muchas horas queda con calor.
C 35,2. Pues mirad, hermanas, que si a los principios no os hallareis bien (que) podrá ser, porque os pondrá el demonio apretamiento de corazón y congoja, porque sabe el daño grande que le viene de aquí), haraos entender que halláis más devoción en otras cosas y aquí menos. No dejéis este modo; aquí probará el Señor lo que le queréis. Acordaos que hay pocas almas que le acompañen y le sigan en los trabajos; pasemos por El algo, que Su Majestad os lo pagará. Y acordaos también qué de personas habrá que no sólo quieran no estar con El, sino que con descomedimiento le echen de sí. Pues algo hemos de pasar para que entienda le tenemos deseo de ver. Y pues todo lo sufre y sufrirá por hallar sola un alma que le reciba y tenga en sí con amor, sea ésta la vuestra. Porque, a no haber ninguna, con razón no le consintiera quedar el Padre Eterno con nosotros; sino que es tan amigo de amigos y tan señor de sus siervos, que, como ve la voluntad de su buen Hijo, no le quiere estorbar obra tan excelente y adonde tan cumplidamente muestra el amor que tiene a su Padre.
C 35, 5. ¡Oh mi Dios! ¡quién pudiera importunaros mucho y haberos servido mucho para poderos pedir tan gran merced en pago de mis servicios, pues no dejáis ninguno sin paga! Mas no lo he hecho, Señor; antes por ventura soy yo la que os he enojado de manera que por mis pecados vengan tantos males. Pues ¿qué he de hacer, Criador mío, sino presentaros este Pan sacratísimo y, aunque nos le disteis, tornárosle a dar y suplicaros, por los méritos de vuestro Hijo, me hagáis esta merced, pues por tantas partes lo tiene merecido? Ya, Señor, ya ¡haced que se sosiegue este mar! Noande siempre en tanta tempestad esta nave de la Iglesia, y salvadnos, Señor mío, que perecemos.
Camino 36, 3. Mas, Señor mío, ¿si habrá algunas personas que me tengan compañía y no hayan entendido esto? Si las hay, en vuestro nombre les pido yo que se les acuerde de esto y no hagan caso de unas cositas que llaman agravios, que parece hacemos casas de pajitas, como los niños, con estos puntos de honra. ¡Oh, válgame Dios, hermanas, si entendiésemos qué cosa es honra y en qué está perder la honra! Ahora no hablo con nosotras, que harto mal sería no tener ya entendido esto, sino conmigo el tiempo que me precié de honra sin entender qué cosa era; íbame al hilo de la gente. ¡Oh, de qué cosas me agraviaba, que yo tengo vergüenza ahora! Y no era, pues, de las que mucho miraban en estos puntos; mas erraba en el punto principal, porque no miraba yo ni hacía caso de la honra que tiene algún provecho, porque ésta es la que hace provecho al alma. Y qué bien dijo quien dijo, que honra y provecho no podían estar juntas, aunque no sé si lo dijo a este propósito. Y es al pie de la letra, porque provecho del alma y esto que llama el mundo honra nunca puede estar junto. Cosa espantosa es qué al revés anda el mundo. Bendito sea el Señor que nos sacó de él.
C. 36, 6 ¡Oh Señor, Señor! ¿Sois Vos nuestro dechado y maestro? Sí, por cierto. ¿Pues en qué estuvo vuestra honra, honrador nuestro? ¿No la perdisteis, por cierto, en ser humillado hasta la muerte? No, Señor, sino que la ganasteis para todos.
6. ¡Oh, por amor de Dios, hermanas!, que llevamos perdido el camino, porque va errado desde el principio, y plega a Dios que no se pierda algún alma por guardar estos negros puntos de honra sin entender en qué está la honra. Y vendremos después a pensar que hemos hecho mucho si perdonamos una cosita de éstas, que ni era agravio ni injuria ni nada; y muy como quien ha hecho algo, vendremos a que nos perdone el Señor, pues hemos perdonado. Dadnos, mi Dios, a entender que no nos entendemos y que venimos vacías las manos, y perdonadnos Vos por vuestra misericordia. Que en verdad, Señor, que no veo cosa (pues) todas las cosas se acaban y el castigo es sin fin) que merezca ponérseos delante para que nos hagáis tan gran merced, si no es por quien os lo pide.
C. 36, 7. Mas ¡qué estimado debe ser este amarnos unos a otros del Señor! Pues pudiera el buen Jesús ponerle delante otras, y decir: «perdonadnos, Señor, porque hacemos mucha penitencia, o porque rezamos mucho y ayunamos y lo hemos dejado todo por Vos y os amamos mucho»; y no dijo «porque perderíamos la vida por Vos», y -como digo- otras cosas que pudiera decir, sino sólo «porque perdonamos». Por ventura, como nos conoce por tan amigos de esta negra honra y como cosa más dificultosa de alcanzar de nosotros y más agradable a su Padre, la dijo y se la ofrece de nuestra parte.
«Efectos que deja el buen espíritu».
C 36, 8. Pues tened mucha cuenta, hermanas, con que dice: «como perdonamos»; ya como cosa hecha, como he dicho. Y advertid mucho en esto, que cuando de las cosas que Dios hace merced a un alma en la oración que he dicho de contemplación perfecta no sale muy determinada y, si se le ofrece, lo pone por obra de perdonar cualquier injuria por grave que sea, no estas naderías que llaman injurias, no fíe mucho de su oración; que al alma que Dios llega a Sí en oración tan subida no llegan ni se le da más ser estimada que no. No dije bien, que sí da, que mucha más pena le da la honra que la deshonra, y el mucho holgar con descanso que los trabajos. Porque cuando de veras le ha dado el Señor aquí su reino, ya no le quiere en este mundo; y para más subidamente reinar, entiende es éste el verdadero camino, y ha ya visto por experiencia la gran ganancia que le viene y lo que se adelanta un
alma en padecer por Dios. Porque por maravilla llega Su Majestad ahacer tan grandes regalos sino a personas que han pasado de buena gana muchos trabajos por El. Porque, como dije en otra parte de este libro, son grandes los trabajos de los contemplativos, y así los busca el Señor gente experimentada.
C. 36, 10. De estas personas está muy lejos estima suya de nada. Gustan entiendan sus pecados y de decirlos cuando ven que tienen estima de ellos. Así les acaece de su linaje, que ya saben que en el reino que no se acaba no han de ganar por aquí. Si gustasen ser de buena casta, es cuando para más servir a Dios fuera menester; cuando no, pésales los tengan por más de lo que son, y sin ninguna pena desengañan, sino con gusto. Es el caso que debe ser a quien Dios hace merced de tener esta humildad y amor grande a Dios, que en cosa que sea servirle más ya se tiene a sí tan olvidado, que aun no puede creer que otros sienten algunas cosas ni lo tienen por injuria. 11 Y que si no tiene estos efectos y sale muy fuerte en ellos de la oración, crea que no era la merced de Dios, sino alguna ilusión. 13. El que las recibiere mayores, mire en sí cómo van creciendo estos efectos; y si no viere en sí ninguno, témase mucho y no crea que esos regalos son de Dios -como he dicho- que siempre enriquece el alma adonde llega. Esto es cierto, que aunque la merced y regalo pase presto, que se entiende despacio en las ganancias con que queda el alma. Y como el buen Jesús sabe bien esto, determinadamente dice a su Padre Santo que «perdonamos nuestros deudores».
Mª Rosa Bonilla