2º de Adviento

Lc 3, 1-6

En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilatos gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe de Iturea y Traconítide, y Lisanio birrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la Palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del Profeta Isaías: “Una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios”.

1. No es posible saber si este sincronismo histórico corresponde a la realidad y, por tanto, refleja con precisión las autoridades que gobernaban cuando Juan Bautista empezó su ministerio. La dificultad radica en que no se sabe qué calendario utilizó Lucas para datar el “año quince” del reinado de Tiberio. Sea lo que sea de esta cuestión, lo que interesa es que el evangelio de Lucas quiso fijar el momento en el que la Palabra de Dios se hizo presente en la historia humana, por medio de la predicación del Bautista.

2. El evangelio empieza viendo la historia como “historia de los que mandan”. Es decir, se trata de la historia tradicional, que ha sido (durante siglos) “historia de los vencedores”. De ahí que se hace mención de los poderosos de la política y de la religión. Así se nos ha presentado casi siempre la historia, como historia del poder y la gloria. Sin embargo, la gran novedad del Evangelio es que, como enseguida se ve, a medida que avanza el relato, lo que al Evangelio le interesa es la “historia de los vencidos” y, por tanto, la historia del dolor y la humillación de los últimos de este mundo.

3.Por eso, la historia de la Palabra de Dios en este mundo no empieza ni en el palacio de Pilatos, ni en el Templo de Jerusalén. Y sus protagonistas no son ni el gobernador romano, ni el sumo sacerdote. La historia de la Palabra de Dios empieza en el desierto. Y está asociada, no a un sacerdote (Zacarías), sino a un profeta (Juan). Y, sobre todo, es Palabra que allana montes y barrancos, endereza caminos y hace que “lo escabroso se iguale”. Es, pues, la historia de la liberación del dolor del pueblo y de la esperanza para quienes viven sin esperanza.