Ruta por los palacios episcopales de España

Edificios arzobispales que destacan en cualquier ruta monumental y artística

 


La verdadera religiosidad no se les confiere a personas o a cosas ni solo ni fundamentalmente su consagración “oficial”. Son, o pueden ser, otros factores sus elementos más determinantes, y hasta imprescindibles, en el contexto evangelizador y cristiano.

Y hay turismos con sus respectivas programaciones, que se proclaman y se venden como “religiosos”, y que a la vez carecen de la mínima consideración piadosa y sobrenatural. Tal es el caso al que le dedico atención especial en este peregrinaje turístico, teniendo en cuenta tanto la idea como construcción de los llamados “palacios episcopales”, con sus magnificencias histórico-artísticas, que justifican visitas personales  y expediciones masivas.

La sola idea de vivir en palacio, exclusiva hoy en España para el colectivo de los obispos, ya es de por sí irreligiosa. El palacio-palacio como residencia habitual, familiar y cívico-ciudadana del obispo de la diócesis, no puede ser meta y destino de peregrinación “religiosa”. No edifica la fe. La profana y falsea.  La “desacraliza”. El palacio episcopal-arzobispal descristianiza a los moradores domiciliados en ellos con constancia en los censos municipales respectivos. Pero, además de la idea, el hecho de vivir –residir- en tales mansiones tan diferentes a las del resto de los diocesanos –cristianos o no- incapacita a los visitantes posibles a hacerse partícipes de no pocos de los mensajes que encarnan la religión cristiana y los evangelios. La cultura, el arte, la historia, no tienen por qué ser, y acaparar, el sentido y el contenido de lo religioso en cualquiera de sus actitudes y acepciones.

Desde estos supuestos y perspectivas eclesiales, ofrezco a continuación un listado de palacios episcopales de España, que destacan en cualquier ruta monumental y artística, pero no precisamente en las de condición y carácter sacros, con la feliz advertencia de que ya y por fin, con gozo y ejemplaridad, puedo apuntar que algunos de ellos fueron dedicados a actividades distintas de las de residencia doméstica de sus ilustrísimos prelados, palaciegos por vocación o por devoción.

Rutas palaciegas

Sin previo orden geográfico, administrativo, alfabético, civil o eclesiástico, destaco el palacio episcopal de Astorga, capital de la empobrecida Maragatería, obra de Antonio Gaudí, construido a instancias de un obispo paisano suyo, de la ciudad tarraconense de Reus, como obligada referencia en el peregrinaje paisajístico por estas mansiones que se dicen religiosas, “santo y seña” de la alta burguesía catalana.

Sobre los restos románicos del palacio del arzobispo compostelano Gelmírez, se erigió el actual de Santiago de Compostela, meta, objetivo y justificación de tantos y universales Caminos. “El Corral del Obispo”, en Orense, también románico, fue el origen de la majestuosa edificación actual. Rasgos y procedencia románica caracterizan los de Ávila, “Palacio del Rey Niño” (Alfonso XI), Pamplona, con  su señorial obispo Pedro de París, el de Barcelona, soberbio edificio clásico construido sobre otro del siglo XII, así como el colosal de Girona, de tiempos del obispo Guillén de Peratallada, en el mismo siglo.


Palacio Episcopal de Girona.

El de Almería no puede faltar en tan artística y grandiosa letanía palaciega. Tampoco los de Coria-Cáceres y el de verano de La Lagunilla, en la actual provincia de Salamanca, pero todos ellos —los tres— pertenecientes a la diócesis extremeña en cuya demarcación se halla la definitiva comarca de “Las Hurdes”.

Sobre el alcázar califal donado por Fernando III “El Santo” a don Lope de Fitero, obispo de Córdoba, fue construido el palacio dedicado hoy a museo. Don Remondo de Losada, primer obispo de la reconquistada ciudad de Sevilla, remodelado posteriormente con la generosidad y holgura de sus 6,700 m2, barroco por definición, del siglo XVIII, luce, como no podía ser de otra manera los colores albero y sangre de toro, del resto de los edificios característicos de la ciudad hispalense, que por cierto también cuenta con otro palacio de verano de sus Eminencias Reverendísimas, en Umbrete.

El de Tarazona, reducida diócesis de Aragón, merecería capítulo aparte. Es de estilo renacentista y fue también residencia de los Reyes de Aragón, —y posiblemente del papa Luna—, además de zuda —fortaleza— musulmana. Merecen atención especial cúpula de la escalera nobleel patio y el salón de los retratos de sus obispos. Felipe II celebró Cortes en él el año 1591, con regalo a su obispo de una coraza de plata, que por cierto, vendida a un anticuario, se exhibe en la actualidad en el Museo Británico, como una de sus joyas preciadas.

El arzobispal de Valencia tiene a gala haber sido residencia temporal de los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI, en sus respectivas y recientes visitas pastorales a España, la de este último tan discutida en las cuentas oficiales —delictivas— de su Comunidad Autónoma. Como otros palacios episcopales, el de la ciudad levantina tiene acceso directo a la catedral, a través de un arco, o puente elevado, sugiriéndoles a algunos, laicos o no, malpensados, que de esta manera, sus “moradores” –por lo del color de sus atuendos pontificales, no tienen por qué “confundirse” con el  pueblo, ni antes ni después de sus solemnes “celebraciones” litúrgicas.


Palacio Episcopal de Valencia.

Mención espectacular reclama el palacio de Granada, con su portada de mármol, a modo de retablo y en el que es fama que en su construcción intervinieran Diego de Siloé  y Alonso Cano, genial arquitecto  y artífice de la fachada de la catedral granadina.

Basta y sobra con la simple y escueta cita del palacio arzobispal de la imperial ciudad de Toledo, Primado de las Españas, con algunos de sus conocidos y reconocidos titulares de “Terceros Reyes de España”, todopoderosos, e inmensamente ricos, guerreros y hasta prolíferos. Sus dimensiones y riquezas son ciertamente imperiales y “papables”, y al que tampoco le falta el puente elevado para que su usuario no sea distraído por las demandas del pueblo, sea o no “pueblo de Dios”, que eso interesa poco, o nada, a la hora de las distracciones “litúrgicas” o “funciones” catedralicias y también políticas.

En Orihuela, Sigüenza, Barbastro, Albarracín, Castellón, Cuenca, Segobre, Cádiz, Ciudadela, Palma de Mallorca, Oviedo, Palencia, Calahorra, Plasencia, Jerez de la Frontera, Urgell, Las Palmas de Gran Canaria, Segovia, Solsona, Burgos…, las referencias a sus respectivos palacios episcopales son inequívocas. También lo fué el de Salamanca, con remembranzas caudillistas recientes y las más antiguas del “Castillo-palacio del Buen Amor” de sus “pecadores” prelados Fonsecas, sin echar en olvido el de San Sebastián-Donosti, con la venta de parte del mismo para dedicar el solar a viviendas de “altura social”.

Huelga reseñar que eslóganes tales como “Siervo de los siervos de Dios”, y escudos de armas (II), honran —deshonran— salones y fachadas, aunque estén en latín y tal asignatura no les facilite a algunos su interpretación correcta. Del piso-palaciego de la calle Bailén de Madrid, expresamente acondicionado y preparado cardenaliciamente a imagen y semejanza de su ya jubilado arzobispo Mons. Antonio- María Rouco Varela, merece mención aparte.

Corona por ahora, y curiosamente, este listado de mansiones episcopales palaciegas, el de la pequeña diócesis de Tortosa, verdadera joya de la arquitectura gótica civil catalana, con su escalera flotante y su patio, con imborrables recuerdos nobles para su obispo Berenguer de Prats, allá por el siglo XIV . Precisamente de esta sede episcopal salió para ser designado papa, Obispo de Roma, que fuera mentor del Emperador Carlos V, el Cardenal Adriano de Utrecht —Adriano VI— “por la gracia de Dios,” el año 1522.

En la actualidad y por circunstancias especiales, habría que alargar este peregrinaje palaciego por las nuevas residencias que les son acondicionadas aciertos “ex” arzobispos que lo fueron de Sevilla, de Burgos, Madrid y otras ciudades a los que, al menos, habría de sugerirles que su retiro, con todas sus consecuencias pastorales y ministeriales, fueran ejercidas en diócesis distintas a las que rigieron, aún en el caso de “Emeritísimo” Benedicto XVI residente en el Vaticano. Cuando redacto estas líneas me llega la noticia de haber caído un rayo en el palacio episcopal de Huesca, con serios quebrantos para la edificación. Y es que los rayos no respetan nada ni a nadie. Por eso también pueden caer y caen sobre las más humildes chabolas

No quiero terminar esta programación viajera, sin insistir en que, desde valoraciones simplemente turísticas al uso, la visita a los palacios episcopales ayudará a los profesionales del ramo a enriquecer sus conocimientos propios y ajenos, para satisfacción y disfrute culturales, aunque constando explícitamente  que en cualquier planteamiento y organigrama del llamado “turismo religioso”, ilustrado y fundamentado en la fe, jamás habrá de ausentarse la idea elemental de que “turismo” y “religioso” no podrán tener cabida en los palacios episcopales y difícilmente entre quienes son sus habituales moradores.