Frase evangélica: «Yo soy la puerta de las ovejas»
1. Al permitir la entrada en la casa o en la ciudad antigua y defender la seguridad de sus moradores, la puerta expresa simbólicamente acogida o rechazo, defensa de peligros y entrada para compartir. Pero junto a «las puertas de la muerte» (Sal 107,18) o puerta de los «ladrones y bandidos», está «la puerta del cielo» (Gn 28,17), que es libre acceso a los dones de Dios (Mal 3,10) o entrada en el reino de la gloria (Sal 24,710). En definitiva, Dios es el dueño de las puertas. Cerradas las puertas del paraíso por el primer pecado (Gn 3,24), es necesario que Dios descienda por las puertas celestiales para que el ser humano las vuelva a franquear de nuevo (Is 63,19).
2. Con ocasión del bautismo de Cristo se abren de nuevo las puertas del cielo (Jn 1,51). Jesús es «la puerta» tras de la cual puede el hombre ponerse a salvo y encontrar los pastos, es decir, la comida que produce vida «abundante». Pero no todos los pastores son iguales; los hay «ladrones y bandidos» que no conocen la entrada, que entran por donde no deben y que son incapaces de hacer entrar o salir a las ovejas por su verdadero camino. Todos somos invitados a ser guardianes de nuestros hermanos, pero a veces nos comportamos como sus ladrones, al ser porteros descuidados o pastores mercenarios.
3. Ahora bien, aunque sean estrechas (o exigentes), las puertas del reino están abiertas a todos los que llaman con fe. Jesús abre a todo el que llama (Ap 3,20). La puerta de Cristo es puerta de libertad (bautismo) y de alimento (eucaristía). A veces hay en la Iglesia demasiados muros y escasas puertas. La Jerusalén celestial, con doce puertas, se abrirá de par en par al final de la historia (Ap 21,12-25). Allí no habrá mal alguno, y será el lugar de la perfecta justicia y seguridad (Is 1,26; 26,1-5).
REFLEXIÓN CRISTIANA:
¿Nos cerramos o nos abrimos a los demás?
¿Cuáles son nuestras puertas?