Benedicto XVI, mirando a la eternidad

“Hombre brillante y miedoso, situado en la línea divisoria del gran cambio de la Iglesia Católica”


Benedicto XVI llevaba casi diez años retirado, mirando a la eternidad, en un hotel-conventito de los jardines del Vaticano. Son muchos los que remiten a él, unos añorando su pasado, otros proyectando su figura hacia el futuro. Así quiero presentarle aquí como un cristiano de a pie y de cátedra, mirando a la eternidad. Muchos le comparan con el papa Celestino, de quien Dante parece haber dicho que era “Aquele que fez por vileza a grande recusa …  (aquel que hizo por vileza el gran rechazo/rifiuto”, Divina Comedia,  III, 59-60).

    Yo quiero definirle como un hombre brillante y miedoso, situado en la línea divisoria del gran cambio de la Iglesia Católica, entre el siglo XX y XXI, no como el papa del rechazo, sino como un teólogo que supo ver cosas ciertas, pero quizá fuera de tiempo, un hombre de miedo ante el cambio de la historia. Sus respuestas de Prefecto de la Fe y de Papa de la Iglesia católica pueden ser teóricamente impecables, pero carecían de la audacia radical del evangelio. Ahora que está mirando, cada día de más cerca, hacia la eternidad que le “invade” quiero recordarle, con cariño, pues para ser eternidad el Dios de Cristo ha querido encarnarse y se sigue encarnando en la historia, una historia que él quizá  no supo interpretar y animar desde el evangelio.

 VIDA. ESTUDIO Y PRIMEROS AÑOS

Nació en una zona rural de Baviera, Alemana (16, IV, 1927) y, tras entrar en el seminario, fue movilizado para combatir en el ejército alemán, en la era del Tercer Reino/Reich de los nazis, como ayudante del cuerpo de artillería y del servicio antitanques, de abril del 1943 a septiembre de 1944.

    Acabada la guerra, estudió filosofía y teología en el seminario de Freising y en las universidades de Munich y Friburgo (1946 a 1951). Pudo superar con ayuda de K. Rahner, la prueba de habilitación docente y fue llamado a enseñar en la Universidad de Bonn (1959-1963), pasando después a las de Münster (1963-1966) y Tübingen (1966-1968) haciéndose famoso por sus obras en colaboración con K. Rahner (Episcopado y primado, 1961; Revelación y tradición, 1965) y sobre todo por su Introducción al Cristianismo (1968), que le consagraría como teólogo de fama mundial.

En el Concilio Vaticano II (1962-1965), fue asesor teológico del Cardenal J. Frings, y muchos le vieron como “reformista” convencido, en la línea de K. Rahner, pero sus caminos se distanciaron después. Del 1966 al 1968 ocupó una cátedra de teología dogmática en la Universidad de Tubinga, pero las tendencias rupturistas de los movimientos estudiantiles le llevaron a pedir el traslado   Ratisbona (1969-1977), en unos años en los que, como profesor y miembro de la Comisión Teológica Internacional, trabó amistad con Hans Urs von Balthasar, que influyó poderosamente en su pensamiento posterior. En ese tiempo, ellos fundaron la revista Communio (1972), insistiendo en la fidelidad a la tradición teológica y eclesiástica de la Iglesia.

CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE. GUARDIAN DE LA ORTODOXIA CATÓLICA

El año 1977 fue nombrado arzobispo de Munich/Freising, y cuatro años después Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (1981). El año siguiente (1982) abandonó su ministerio diocesano para dedicarse a las cuestiones Congregación, y desde entonces, a lo largo de casi veinticinco años, ha dirigido el pensamiento oficial de la Iglesia (hasta ser nombrado Papa, 2005). Tres de sus documentos han marcado el “estilo” de vida oficial de la Iglesia en los últimos años:

a. Donum vitae (Instrucción sobre el respeto de la vida humana naciente y la dignidad de la procreación, 1987). Siguiendo en la línea de la Humanae Vitae (de Pablo VI), Ratzinger ha insistido en la necesidad de controlar las relaciones sexuales, insistiendo en el despliegue “natural” de la vida, de manera que no sólo ha condenado el uso de medios abortivos directos (con otras formas de interrupción del embarazo), sino también los métodos anticonceptivos que puedan afectar el despliegue y desarrollo “natural” la vida. No todos los moralistas y antropólogos cristianos han compartido la doctrina de este documento, la mayoría de los cristianos la ignora. Se trata de un documento “no recibido” por la Iglesia.

b. Orationis formas (Sobre las formas de orar, 1989). Diversos grupos de cristianos han empezado a orar compartiendo métodos e incluso contenidos de experiencia con creyentes de otras religiones (en especial, con las de oriente). En contra de eso, en este documento, Ratzinger insiste en la necesidad de mantener la identidad y distinción de la experiencia cristiana, criticando (rechazando) el riesgo de mezclar formas distinta de oración, pues de lo contrario el cristianismo podría diluirse y confundirse con otras formas de piedad o con un espiritualismo difuso, sin base en la historia de Jesús. No todos los orantes cristianos han estado de acuerdo con su propuesta

c. Dominus Iesus (El Señor Jesús, 2000). Ratzinger ha rechazado una visión inclusiva de las religiones, según la cual ellas serían caminos convergentes y complementarios de la revelación de Dios y de la búsqueda de la salvación humana. En contra de eso, él ha insistido en la experiencia y exigencia de potenciar el carácter único de una salvación cristiana, que se expresa a través del Dios trinitario y de su encarnación en Jesucristo. Muchos teólogos se han sentido incómodos ante el contenido de sus declaraciones, por pensar que ellas van en contra de las implicaciones del diálogo y respeto entre las religiones.-

d. El último Inquisidor teológico. En cierto momento (al menos desde el el siglo XIII-XV), en vez de ser animadora de la fe, cierta parte de la iglesia se convirtió en “inquisidora”, guardiana de la verdadera doctrina, encargada de mantener  un tipo de “castillo protegido de creyentes”, con notas a veces de “cárcel” de la fe, para que teólogos y fieles no se pierdan en la fala libertad de sus doctrinas y posibles experiencias contrarias a un tipo de fe establecida.

De esa forma, entre el 1981 y el 2005, por encargo del Papa Juan Pablo II fue el gran inquisidor (inquiridor) de las doctrinas de la iglesia, para mantener así un tipo de fe-vida doctrina segura, conforme a un tipo de tradición particular de una Iglesia, no de la gran tradición universal de libertad y vida que había recuperado el Vaticano II. En la línea de esa inquisición se empezaron a nombrar los obispos de la Iglesia universal (desde el 1981) y a valorar los nuevos movimientos “integristas” (integridad de fe) del mundo católico.

 BENEDICTO XVI, PAPA

Tras la muerte de Juan Pablo II, J. Ratzinger fue elegido papa el 18.4.2005, tomando el nombre de Benedicto XVI, quizá por la importancia los benedictinos tuvieron en la reforma eclesial de Gregorio VII. Sea como fuere, sus predecesores papas no habían tenido una personalidad teológica y eclesial tan marcada como la suya, y además ninguno había realizado una obra como la suya, al servicio de la “doctrina de la fe”, a lo largo del Pontificado de Juan Pablo II.   A pesar de ello, en cuanto papa, Benedicto XVI, no ha sido un mero continuador de J. Ratzinger, sino que ha insistido en unos aspectos de fondo que antes no había destacado. Entre ellos destacan la primacía de la caridad, la identidad racional del cristianismo y el orden mundial fundado en la justicia.

1. DEUS CARITAS EST. PRIMACÍA DE LA CARIDAD.

Un programa papal. Benedicto XVI firmó su primera encíclica (Deus Caritas est, Dios es amor) a los nueve meses de su elección papal, el 25 de diciembre del 2005, y en ella trata directamente de Dios, no de cuestiones sociales, como habían hecho algunos de sus antecesores, y lo hace desde una perspectiva de diálogo entre la razón y la revelación, en un plano antropológico de fondo (vinculación del eros humano con la caridad evangélica), más que de principios doctrinales.

a. Primacía de la caridad. Benedicto XVI insiste en el valor del eros humano (plano de la razón práctica), pero añade que la Iglesia debe centrar y desarrollar su propuesta en el nivel de la caridad cristiana: «La naturaleza íntima de la Iglesia se expresa en una triple tarea: anuncio de la Palabra de Dios (kerygma-martyria), celebración de los Sacramentos (leiturgia) y servicio de la caridad (diakonia). Son tareas que se implican mutuamente y no pueden separarse una de otra. Para la Iglesia, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que también se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia. La Iglesia es la familia de Dios en el mundo. En esta familia no debe haber nadie que sufra por falta de lo necesario»» (Dios es amor 25).

b. Sociedad civil e Iglesia se sitúan en dos planos. La sociedad ha de organizarse en un plano de justicia universal, es decir, de racionalidad humana, resolviendo a ese nivel los temas de la economía y la administración política, buscando un orden que no sea es ya el “imperio cristiano” de Bizancio o Carlomagno, sino una sociedad universal de naciones, con un tipo de dirección unificada en el plano racional, no religioso. Pero, superando ese nivel, la iglesia debe insistir en la caridad concreta, que no va en contra de la justicia, sino que la supone y sobrepasa, en perspectiva sobrenatural (sacramental). La mayor dificultad del documento es que, a la postre, acaba siendo elitista, no parte de la palabra y vida de los excluidos: de los hambrientos y extranjeros de los enfermos y desnudos (carentes de dignidad) de Mt 25,31, 46; no comienza con el anuncio del evangelio a (y de) los pobres, de Lc 4, 17‒18.

Fue un programa teóricamente impecable, un documento esencial para entender el cristianismo. Pero daba la impresión de  que no llegaba a la hondura radical del sermón de la montaña, al lugar del que surge en Dios el amor como potencial de vida liberada y liberadora. Daba la impresión de que se trataba de un amor “ordenado” (es decir, integrado y protegido dentro de una verdad superior, custodiada por la iglesia jerárquica).

2.DISCURSO DE RATISBONA. PRIMACÍA DE LA LIBERTAD EN RELIGIÓN

El texto más discutido de Benedicto XVI es quizá la Lección que dictó en la Universidad de Ratisbona (12.9.2006), donde había sido profesor de Teología, tras haber abandonado la Müster, en el tiempo de las “revoluciones del año 1968. Retomando el hilo de sus lecciones antiguas, el Papa-Profesor quiso poner de relieve las implicaciones humanas, racionales (y en el fondo helenistas) del cristianismo, citando unas palabras del año 1391 en las que Manuel II Paleólogo, emperador bizantino, acusaba a los musulmanes de emplear la violencia (guerra) para extender la fe, en contra de la razón occidental que es dialogante y no guerrera; quiso poner así de relieve que,  a diferencia del Islam, la Iglesia no emplea violencia para expandir o defender la religión.

Fue una lección espléndida, bien articulada desde la libertad teórica de la razón occidental, de tipo griego…  Pero quizá la faltaba la “finura” para distinguir entre un tipo de verdad-libertad ontológica y la verdad concreta en el camino de la historia… Quizá no llegaba a expresar el sentido más profundo de la libertad del evangelio… dentro de la complejidad de la historia. De un modo consecuente, muchos musulmanes se sintieron juzgados y condenados.

b. Argumento de fondo, querella sobre el Corán. Retomando el argumento del emperador Manuel II, Benedicto XVI parece acusar a los musulmanes afirmando que ellos olvidan (no aceptan) el fondo racional, dialogal (de libertad), de la vida, y que así corren el riesgo de apoyar (extender) la fe por la fuerza, sin respetar la exigencia radical de libertad en la religión. En esa línea, el Papa distingue en el Corán dos etapas: (a) En una, que sería más antigua (aunque los técnicos no concuerdan sobre ello), Mahoma defendió la libertad en el nivel de la religión (Corán, sura 2, 256: «Ninguna constricción en las cosas de la fe»). (b) Pero en una etapa posterior, el mismo Mahoma habría invitado a “luchar” a favor (=en defensa) de la fe, introduciendo así la violencia en el interior del mismo Islam.

c. Reacción musulmana y precisiones del Papa. Ese discurso encendió los ánimos de muchos musulmanes, que se sintieron acusados por el Papa, quien se sintió obligado a volver a sus palabras, precisando su propuesta: (a) Las religiones deben superar toda forma de violencia para expresarse y extenderse, y eso ha de hacerlo, quizá, de un modo especial el Islam, por el riesgo que ha tenido y tiene en ese contexto. (b) En el fondo de las religiones (y de todas las relaciones humanas) ha de expresarse un logos o razón universal, fundada en la libertad originaria del hombre, abierta siempre al diálogo, sin que ninguna cultura o religión pueda imponerse por la fuerza sobre las demás, pues en ese mismo momento dejaría de ser religión humana, racional. (c) Conforme a la visión de Benedicto XVI, ese “logos” que vincula a todos los seres humanos se ha expresado de manera ejemplar en Grecia, y forma parte del sustrato original del cristianismo, que puede y debe vincularse con la razón humana como indicaría el discurso de Pablo en el Areópago de Atenas (Hch 17, 22‒31).

 d. Un tema vivo. Los ecos de aquel discurso no se han apagado todavía (2020) y, aun reconociendo su claridad y valor, sus palabras suscitan algunas cuestiones que siguen siendo esenciales para la cultura y vida de la humanidad:

‒ Podemos preguntar si la razón griega, tal como se ha desarrollado en occidente, con las cruzadas del siglo XII, las guerras de religión del XVII, las revoluciones del XVIII‒XIX, el fascismo y comunismo del XX, que desembocan en el capitalismo total del XXI, no tiene en sí un fondo de violencia “estructural”, como han puesto de relieve muchos pensadores, sobre todo judíos.

‒Debemos seguir preguntando si el Islam no contiene en sí unos gérmenes de libertad y pacificación distintos (pero no menores) que los del occidente helenizado. El tema en sí no es la historia pasada, sino el posible futuro del Islam en un momento lleno de tensiones y posibilidades como el nuestro. El problema no es por tanto el Islam, como religión particular, sino el fondo de violencia latente en el conjunto de la cultura humana, en este siglo XXI.

‒ Finalmente, las palabras de Benedicto XVI (ejemplares por lo que suponen de búsqueda de libertad racional y religiosa) han de entenderse y aplicarse de un modo extenso, no sólo en el campo de las religiones establecidas, sino en la política, en la economía y en la “ideología” (cultura de consumo) de la humanidad actual. En ese contexto, el problema no es ya el Islam como religión particular, sino el capitalismo mundial, con la cultura de consumo y mercado que entrega a los hombres (especialmente a los más pobres) en manos de un Mammón de muerte (cf. Mt 6, 24).

e. ¿Oportunidad o falta de prudencia?  Ciertamente, el Papa tenía buenos motivos para evocar la reflexión del emperador bizantino (M. Paleólogo). Pero el tema está en saber si esa reflexión era oportuna y verdadera (si recogía la inspiración más honda del Islam) y, al mismo tiempo, si ayudaba a penetrar en las raíces de la comunión religiosa de musulmanes, cristianos y judíos (con las relaciones entre razón griega, Biblia y Corán). Los conceptos de razón y libertad que emplea el Papa merecen todos los respetos, pero quizá están demasiado vinculados a una tradición occidental, de tipo helenista, que es también limitada y propensa a la violencia.

3. CARITAS IN VERITATE. UN PROGAMA PAPAL PARA EL SIGLO XXI 

a. De Spe Salvi (2007) a Caritas in Veritate (2009). El año 2007, Benedicto XVI publicó su segunda encíclica titulada Spe Salvi (Salvados en esperanza), que trata de temas de religiosidad profunda, destacando el aspecto trascendente de la esperanza cristiana. Es una encíclica ejemplar, quizá el documento más sabio y técnicamente más perfecto de la iglesia católica en el último siglo, un texto para recuperar y recrear el cristianismo, desde la perspectiva de la escatología bíblica, tal como ha sido reformulada a lo largo de su historia por la teología y espiritualidad de la Iglesia Católica.

 Pero más significativa ha sido, en un contexto de diálogo de la Iglesia con el mundo, la tercera encíclica, Caritas in Veritate (2009), en la que, manteniendo la dinámica espiritual del Evangelio, el Papa afirma que la Iglesia, por su mismo testimonio creyente, debería potenciar el surgimiento de una autoridad universal, de tipo económico-político, en línea racional (de libertad y diálogo), teniendo en cuenta la función supraestatal de las Naciones Unidas. De esa forma asume y vincula la diferencia (y complementariedad) de las cosas del César (autoridad política) y de las cosas de Dios (cristianismo; cf. Mc 12, 13‒17) actualizando la doctrina política de la Iglesia de Roma, desde las cartas de los papas a los emperadores bizantinos (en el siglo VI), pasando por la reforma gregoriana y la lucha por las investiduras (siglo XI), con las guerras de religión y el absolutismo (siglos XVI‒XVII) hasta la actualidad.

b. Una autoridad mundial sobre las naciones particulares. Éste es, en línea formal, el documento papal más perfecto sobre la relación de la iglesia con la política mundial, en la línea de  Mc  12, 13‒17 (devolved al César lo que es del César y a Dios…), pero con la novedad de que el papa pide el surgimiento de un “buen César”, de una autoridad mundial, que responde a la exigencia de la razón, iluminada (pero no dominada) por el Evangelio.

c. Han de existir dos poderes, el de Dios (que estaría encarnado en la Iglesia) y el del César (autoridad política mundial). Así lo propone Benedicto XVI, que deslinda, a su modo, el orden espiritual de la Iglesia (en un plano de interioridad creyente) y el orden secular de los estados, que han de unirse y formar un Gran Estado Mundial (un imperio de justicia) al servicio de la comunión de fondo y de la fraternidad de todos los seres humanos. Quien haya seguido nuestra exposición verá que se trata de una forma nueva (actual) de plantear el tema de los dos reinos (dos espadas), que ha estado en el fondo de la teoría político-social de la Iglesia Romana, desde el Papa Gelasio (492-496) a la Reforma Gregoriana del XI (con Gregorio VII, Inocencio III y Benedicto VIII).  Pero hay una diferencia.

(a) Los antiguos papas pensaban que el “imperio” (estado mundial) tenía un carácter cristiano, de forma que el mismo emperador era representante de Dios. Por el contrario, Benedicto XVI afirma que el Estado Mundial debe regularse sobre bases de libertad y razón, al servicio de la humanidad, por encima de las religiones y naciones particulares, sin apelar al Dios cristiano, aunque sí a la divinidad.

(b) La Iglesia cristiana y las otras confesiones religiosas (como el Islam) han de situarse en un plano de iluminación más alta, en línea de testimonio y compromiso creyente, de manera que no pueden imponerse (ni apoyarse ni criticarse) de un modo violento. En esa línea, el papa se opone a un tipo de cristianismo político (un césaro‒papismo), pero también a una interpretación y aplicación política del Islam (en la línea del Estado musulmán  o de otra religión particular)

d. Poder político, autoridad cristiana (religiosa). Benedicto XVI ofrece así una conclusión luminosa y coherente a las visiones de la política papal (imperial) de los últimos mil quinientos años de la Iglesia (desde el Papa Gelasio), aunque separando los niveles, pues el Estado ha de situarse en el plano de la razón universal, mientras la Iglesia (la religión, el mismo Islam) han de ofrecer su palabra en un plano de revelación de Dios y de gratuidad creyente. Ésta es una buena solución, pero algunos piensan que se debería insistir más en la novedad del evangelio, que no sólo separa en un momento los niveles (Dios y el César, religión y razón), sino que los vincula de un modo mesiánico, no en línea de poder, sino de apertura de los hombres y mujeres en un plano superior gratuidad, en servicio de amor, desde los más pobres.

Ciertamente, el Papa insiste en los riesgos inherentes a la “razón política” (del Gran Estado mundial), que corre el peligro de abandonar su nivel de mediación al servicio de la comunicación universal, en línea justicia, para convertirse (como está sucediendo en la actualidad) en un tipo de capitalismo mundial (Mammón). Pero pienso que no lo ha destacado de un modo suficientemente claro, corriendo así el riesgo de poner su proyecto bajo el imperio de un tipo de racionalismo económico que termina fatalmente en manos de un capitalismo mundial, con Mammón como único poder (Mt 6, 24) y un Dios cristiano encerrado en la pura subjetividad de los creyentes. No queda aquí nada claro el imperativo cristiano del evangelio de los pobres.

e. Un tema abierto: Sistema político‒económico, mundo de la vida. Significativamente, la propuesta del Papa se sitúa en la línea del pensamiento político‒social formulado de manera clásica por J. Habermas, en su Teoría de la Acción Comunicativa (1981), donde distingue y vincula el plano económico‒político (cosas del César), por el que puede elaborarse un orden sistémico mundial y el mundo de la vida (las cosas de Dios), en las que se mantienen e influyen las tradiciones familiares y afectivas, religiosas y morales de la historia de la humanidad. En un sentido “formal” la propuesta de Habermas y el proyecto del Papa Benedicto tienen gran valor. Pero, de hecho, ambos niveles se “contaminan” e influyen de manera poderosa, pues el “sistema” depende del mundo de la vida (es decir, de la experiencia y opción personal y afectiva, moral y religiosa de los hombres) y el mundo de la vida puede ser colonizado y destruido por un tipo de sistema que tiende a volverse dictatorial.  Para que el proyecto del Papa Benedicto funcione hay que dar prioridad a la palabra y acción de los pobres del evangelio, cosa que no queda clara en su argumento.

f. En contra de  iglesia de orden impuesto…Ese programa del papa teólogo alemán ofrece quizá el mejor panorama teórico de iglesia y de creación de un nuevo orden universal de justicia y esperanza sobre el mundo. Pero es un programa de orden (esto es, de ley), no de evangelio, en el sentido radical del Jesús de Pablo y del evangelio de Marcos, por poner dos ejemplos… El Papa Benito XVI olvida un principio radical cristiana:  Para cosechar libertad tienes que sembrar libertad; para cosechar esperanza tienes que sembrar esperanza, y muchos tuvimos ya entonces la que impresión de que su camino era una “vía cerrada”, sin salida.

 3. LUCES Y CRUCES DE UN PAPADO, UN  CAMINO SIN SALIDA 

He presentado a Benedicto XVI como un gran papa y lo ha sido, sin duda ninguna, y, como acabo de indicar, sus grandes documentos nos sitúan ante los campos más significativos de la gran misión cristiana, que ha de ser siembra de amor, en libertad (diálogo religioso) y en justicia (nuevo orden mundial). Ciertamente, esos planteamientos nos sitúan ya de lleno ante el tercer milenio, pero algunos piensan que el Papa Ratzinger les ha dado unas respuestas que son del segundo milenio “europeo” (ontológico en línea del ser como poder) más que del evangelio. La siembra de amor “en toda tierra” implica un retorno más radical a la libertad creadora del amor; y lo mismo sucede en el campo del diálogo religioso y de la exigencia de justicia universal, que tiene que situarnos de nuevo ante los pobres de Jesús. El tema no es la religión en sí, ni la justicia teórica universal, sino los cojos‒mancos‒ciegos de Jesús, los expulsados sociales, los descartados del mundo, la libertad verdadera.

La tarea de fondo de su tiempo (tras la gran involución orgánica de Juan Pablo II) hubiera sido soltar las amarras de la iglesia,  volviendo a la libertad originaria del evangelio, como siembra en gratuidad y libertad, en toda tierra. Pero Benito XVI, por talante personal y por formación social, no fue un hombre de libertad en el amor. Quiso ser y fue “agustiniano”, pero de un Agustín final del “miedo a la libertad”… No siguió al Agustín juvenil de la conversión al amor en felicidad y libertad. Quiso un amor organizado desde una verdad aparentemente superior, pero “impositiva” y se equivocó.

    Por su formación y por momento que le ha tocado vivir (entre los estertores del nazismo y la nueva humanidad global), Benedicto XVI ha sido un Papa clave en la nueva historia de la iglesia, un papa de grandes luces, con un claro programa teológico, pero también de sombras, en un tiempo de escándalos de iglesia (económicos y clericales) que han marcado su pontificado y que, al fin, han conducido a su renuncia y dimisión como papa, el año 2013. Es muy posible que, después de Juan Pablo II, Benedicto XVI haya sido un papa adecuado, para recoger una herencia milenaria (mil años de reforma gregoriana) y para repensar los temas de fondo del cristianismo en una línea teórica, de gran hondura teológica.

     Pero el tema no era conservar la herencia, sino recrearla desde la raíz el evangelio, y en ese sentido ha sido quizá menos adecuado para dialogar con los nuevos impulsos, tareas y riesgos de la Iglesia del siglo XXI, en línea de salida de las seguridades eclesiales y de diálogo con las periferias y de escucha de las grandes minorías. Quizá no ha tenido en cuenta que conservar significa perder, en un momento en que las grandes masas de occidente (y en parte de América Latina) empezaban a separarse silenciosamente de ella (en la línea de lo que he llamado post‒religión). En ese contexto, a modo de resumen, quiero destacar algunos conflictos, que han marcado la cara y cruz del papado de Benedicto XVI:

1. Judíos y cristianos. No supo “leer” el  holocausto (la shoah), la relación con el judaísmo.

 En su visita al campo de Auschwitz (mayo de 2006) Benedicto XVI cargó la culpa del genocidio judío del 1933‒1945 (Holocausto, Shoah) a “un grupo de criminales” (dirigentes del Tercer Reich) que habrían abusado del pueblo alemán, al que utilizaron “como instrumento de su sed de destrucción y de dominación”. Ésa valoración fue buena, y debe mantenerse en un nivel. Pero es posible que se quede corta: La persecución de los judíos no fue sólo obra de unos criminales, sino que se cometió con la complicidad (al menos silenciosa) de muchos hombres y mujeres de fondo cristiano, herederos del Sacro Imperio Romano Germánico (siglo XI-XIII), en la línea de una historia larga de persecución de los cristianos europeos en contra de los judíos, uno de cuyos gestos más significativos fue la expulsión de los reinos de España el año 1492).

    Éste ha sido un tema recurrente desde el comienzo (nacimiento) de la iglesia, que ha vivido casi siempre en dura confrontación con el judaísmo (y en algún sentido con el Islam), pues ella sólo puede reformarse volviendo a su origen mesiánico, es decir, a Jesús judío, mensajero del Reino de Dios, crucificado y resucitado como judío. Este motivo del holocausto/shoah debe llevarnos a reflexionar de manera más honda sobre la relación de la Iglesia (del catolicismo) con ideologías totalitarias que asumen rasgos cristianos, pero pueden desembocar por un lado en el nazismo, por otro en las dictaduras comunistas y, finalmente, en el mismo capitalismo convertido en religión mundial del dinero, causante de muerte de cientos de millones de personas, como había advertido Jesús en Mt 6, 24.  Sin volver a las raíces mesiánicas judías de liberación de todos los hombres y los pueblos en gratuidad (en la línea de Is 2, 2‒4) no puede haber reforma de la Iglesia. Benito XVI perdió la oportunidad de dialogar con el judaísmo histórico y actual desde la libertad y el amor radical del evangelio

2. Habló de amor en libertad, pero no supo admitir la libertad del amor

 Benedicto XVI empezó siendo el papa del amor, como anunciaba su primera encíclica (Deus Caritas est), y en esa línea, partiendo de sus propios presupuestos, con la distinción y vinculación entre eros y agape podía haber trazado un giro profundo en la visión de las relaciones afectivas, en línea de amor (matrimonio, amistad, celibato…). Pero podemos  añadir que él no ha dicho la palabra adecuada sobre el tema, sino que ha seguido atado a los presupuestos ontológicos de Pio XII (Humani Generis, 1950) y Pablo VI (Humanae vitae, 1968), que él mismo había desarrollado como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe (Donum Vitae, 1987).

    En contra de las intenciones del mismo Papa en Deus Caritas est, la visión del hombre y la mujer que subyace en esos textos responde de hecho, a una perspectiva de naturaleza más que de persona, a una visión ontológica patriarcal, más que a la experiencia radical del amor en libertad, en igualdad, de hombres y mujeres, en una línea que ha sido iniciada por el evangelio.   Benedicto XVI sabía y decía que las relaciones humanas (de tipo sexual y/o afectivo) se sitúan en el nivel más radical de la persona, en un plano de libertad y comunión más que de fijación biológica; pero después da la impresión de que él no ha sacado las consecuencias que derivan de ese presupuesto, ni en lo relacionado con el uso de los preservativos/anticonceptivos, ni en la forma de entender las relaciones homosexuales, ni en lo referente al celibato de los ministros de la Iglesia.

3. Quiso “organizar a los teólogos”, se quedó sin teólogos (sólo quedaron los áulicos y orgánicos). Quiso organizar los movimientos eclesiales… Sólo le quedaron los orgánicos…

Como prefecto de la Doctrina de la Fe, quiso teólogos que no fueran teólogos, que no tuvieran libertad para explorar en el evangelio, para reformular la fe desde la raíz del mensaje-vida de Jesús… y se quedó sin teólogos, de manera que en su entorno quedaron sólo los orgánicos (al servicio del organigrama papal, no del evangelio… unos teólogos áulicos, encartados de cantar las grandezas de un catolicismo establecido.  Eso ha implicado una inmensa sequía de pensamiento y vida cristiana en la iglesia.

    Lo mismo sucedió con los movimientos cristianos … Los más hondos y verdaderos, desde la savia viviente del evangelio, fueron quedando al margen. Tomaron el poder de la iglesia los movimientos establecidos al servicio de la autoridad y el orden social y espiritual, de pensamiento y vida… movimientos que ahora (año 2022) el Papa Francisco quiere “recuperar” (transformar) para el evangelio… El Para Benito se quedó sin teología de liberación (sin verdadera  Liberación eclesial…), manejado entre grupos que se disputaban una parcela de poder eclesial… Fue quedando así radicalmente sólo, sin poder apoyarse en nadie…

Quiso nombrar obispos en su línea…. Y así los nombró. Siguiendo la trayectoria de Juan Pablo II, y de esa forma se quedó sin auténticos obispos… hombres y mujeres de evangelio, en libertad creadora, en amor de Cristo por encima de amores de iglesia…, Y en esa línea estalló el escándalo de un tipo de pederastia eclesial…, que no era el problema principal, pero que actuó como detonante….

4. Pedofilia clerical: ministros de la Iglesia

A partir del año 2009 se fueron conociendo y publicando, con escándalo de muchos, diversos casos de pedofilia clerical, en países de honda tradición cristiana, tanto en Europa como en América. Son muchos los que han acusado al Papa de haber querido ocultar el problema, mientras ello fue posible, para responder después a la defensiva, como a remolque de los hechos, sin llegar a las raíces del problema. Esas acusaciones son injustas, pues (a diferencia de su predecesor, que prefirió soslayar el tema) Benedicto XVI tuvo la valencia de admitirlo públicamente, aceptando y asumiendo el escándalo eclesial que ello implicaba.

    Pero el tema principal no era ni es (como hoy puede verse, pasados casi quince más tarde) la pedofilia concreta de algunos miembros del clero (siempre en minoría), ni el posible ocultamiento de datos, queriendo resolver los temas en privado (una actitud que era corriente dentro de un contexto clerical antiguo), sino la relación entre ministerio clerical y celibato, con sus implicaciones de maduración afectiva y de poder. Por otra parte, es muy posible que ese problema exija un planteamiento más valiente y más cristiano sobre la identidad del clero y del sentido del celibato, en el plano afectivo y ministerial, volviendo, si hace falta, aunque de un modo distinto, hasta modelos anteriores (previos la Reforma Gregoriana del siglo X-XI), para así avanzar hacia una Iglesia que no sea clerical como la de los últimos siglos

5. Un papa que no tuvo más remedio que renunciar, precisamente porque era honrado.

Desde ese fondo se planteaba el tema de saber si un papa como Benedicto XVI podía liderar un cambio que muchos juzgaban necesario, según el evangelio, pues implicaba hondas transformaciones de fondo (carisma) y estructura (jerarquía, organización cristiana) que un teólogo de tradición como él no era capaz de asumir. En aquel momento (2012‒2013) resultaba claro que el mismo Benedicto XVI o su sucesor debería revisar el sentido de la teología y de los ministerios, con y la forma de ejercer y liderar la “unidad dialogal” de la Iglesia con respeto al pasado, con apertura y autoridad, sin perder lo que han sido los mil (o mil seiscientos) años de historia “moderna”, para recuperar  su inspiración originaria (siglos I-III), desde los problemas de la actualidad.

En otros aspectos de su vida (doctrinales y teológicos) la iglesia del siglo XX y principios del XXI había querido volver a la raíz del evangelio, de manera que podemos hablar de una renovación bíblica, carismática, caritativa, teológica y en algunos casos incluso litúrgica… Pero en un plano del derecho y de organización, la Iglesia ha seguido sujeta a un pasado ontológico (en línea de ley), con estructuras de gobierno que no brotan de la vida y mensaje de Jesús, sino de un tipo de filosofía jerárquica, como si el poder viniera directamente de un Cristo poderoso a un Papa igualmente poderoso sobre el conjunto de la Iglesia, gobernada por una Curia Vaticana cada vez más centrada en sí misma, con riesgo de convertirse en poder autónomo sobre la Iglesia.

El poder actual del Papa (con el Derecho Canónico) retomaba modelos del siglo XI, con sus bases neoplatónicas, imperiales y feudales, ratificadas por un absolutismo posterior (del siglo XVII). Pero el antiguo imperio con el feudalismo han desaparecido con el tiempo, mientas la autoridad del papa permanecía anclada en un pasado, a pesar del conciliarismo XV, la reforma protestante del siglo XVI, la ilustración del XVIII, las revoluciones del XIX,  y, sobre todo, a pesar del más hondo conocimiento de los orígenes cristianos, asumido por el Vaticano II en el siglo XX.

Posiblemente había llegado la hora del cambio, no para negar un tipo autoridad del Papa, sino para estructurarla de una forma radical, desde la raíz del evangelio, no con un simple retoque de la Curia vaticana. Pues bien, el Papa Benedicto no parecía el hombre adecuado para plantear y realizar ese cambio, no sólo por su edad (había nacido el 1927, tenía ya más de 85 años), sino por su manera de pensar y porque en el mismo Vaticano surgieron escándalos de acusaciones, intrigas y luchas intestinas entre los miembros de la curia. La prensa habló de “cuervos” vaticanos, con el vati‒leaks, es decir, con fugas (leaks) o publicaciones de documentos secretos.

Todo eso, unido a su propio estado de salud, con el escándalo creciente de la pederastia clerical, hizo que el Benedicto XVI (Joseth Ratzinger) presentara por sorpresa la renuncia al papado (el 11.2. 2013), de forma que los cardenales de la iglesia romana tuvieron que nombran un nuevo papa para situarse ante esos temas. Desde entonces, él se ha mantenido aislado, en una casa de retiro de los jardines del Vaticano, sin inmiscuirse con la política eclesial de su sucesor, aunque algunos grupos eclesiales parezcan empeñados en lo contrario.

Queda pendiente la interpretación de esa “renuncia”, si fue por confesión de humilde impotencia o por deseo de un cambio radical en la Iglesia. La respuesta la tiene en parte el papa Francisco.