Hay misas cuya asistencia debería desaconsejarse.
Y hasta prohibirse. Las misas a examen
En el entorno de las misas ofertadas “a favor de las benditas almas del Purgatorio”, no están de más sugerencias y consideraciones relacionadas con la Eucaristía, y en cuyo contexto enmarco e insisto en las siguientes:
“Rutinas litúrgicas o para litúrgicas, el abandono del santo Evangelio, el culto supremo al Código de Derecho Canónico y una gruesa porción de intereses espirituales o materiales, han llevado a las misas al límite de su conversión en un rito más de un cristianismo mediocre”
La misa –“misión”- es de por sí, y esencialmente, Iglesia. La Iglesia. “Misa-misión e Iglesia” son términos que se identifican e intercambian entre sí. Esto no obstante, la falta de cultura religiosa, rutinas litúrgicas o para litúrgicas, el abandono del santo Evangelio, el culto supremo al Código de Derecho Canónico y una gruesa porción de intereses espirituales o materiales, han llevado a las misas al límite de su conversión en un rito más de un cristianismo mediocre, mantenido y expresado a base de ceremonias y signos difícilmente interpretables a la luz y experiencia de la teología y del dogma, por muchos esfuerzos con los que los “profesionales oficiales” afrontan la tarea-ministerio.
En la historia sinodal, y ahora, las misas tuvieron y tienen poco o nada, de misas. Por tanto, tampoco tienen ni pueden tener, buena prensa.
Las misas se cobran. ¿Cuánto vale -o cuesta- una misa? Las misas distinguen a los ricos de los pobres en esta vida y, según prédicas y praxis oficiales o semioficiales, también y sobre todo, en la “otra”. Precisamente, y con referencias expresas a las “pro difunctis” episcopales- pontificales, es en las que a la Iglesia se le hace presente como “madre amantísima” para unos, mientras que para otros no deja de ser “madrastra”.
Artículos de lujo, de primer orden y consideración, social y religiosa, fueron y son no pocas misas, más que actos de devoción, de culto y de encarnación de Jesús en la Iglesia. La Eucaristía fue y es así profanada con idéntica proporción al ritualizarse, como al convertirse en muestra de agradecimiento poco o nada católico, apostólico y romano.
“Las misas se cobran. ¿Cuánto vale -o cuesta- una misa? Las misas distinguen a los ricos de los pobres en esta vida y, según prédicas y praxis oficiales o semioficiales, también y sobre todo, en la ‘otra'”
De la profanación de las misas fueron responsables últimos los jerarcas quienes, por ejemplo, aceptaron gozosos la donación “para misas” de centenares o miles de ellas en sufragio de sus almas y las de sus familiares, con el correspondiente provecho para los celebrantes, acólitos y “fábrica”. (Hay catedrales que cuentan con altares -una concreta hasta con 220- , en los que frailes y curas “de misa y olla”, y “altaristas”, empleaban el tiempo del que disponían, para celebrar (¿?) rutinariamente las “misas de encargo”.)
Adoctrinados los fieles, de que quienes vieran y contemplaran la Sagrada Forma en el momento de la “Consagración-Elevación” no habrían de morirse aquél día, ni hacerlo repentinamente, y ni habrían de contabilizarse sus 24 horas en el cómputo de su envejecimiento, no se privaban de desperdiciar tan salvífica ocasión. Adoctrinados también de que tal visión les privaría de enfermedades concretas y determinadas, los templos medievales rebosaron de “fieles creyentes”. Todavía hay misas, en las que los celebrantes “pasean” la Sagrada Forma, de acá para, allá con el fin de darles a los asistentes tiempo y ocasión de pensar y redactar las peticiones, en función de sus necesidades más perentorias y urgentes.
Consecuencia de esta indigestión-profanación de la santa misa fue, por citar casos concretos, que algunos devotos comulgantes, y con la mejor y más santa de las intenciones, se llevaran la Sagrada Forma a sus respectivas casas y, triturada, se mezclara con el pienso que habrían de engullir los animales, con el fin de que no enfermaran y su producción superara en cantidad y en calidad a la de sus vecinos. Idéntica operación habría de efectuarse también al acondicionar el campo antes de las siembras.
“Capítulo de esa misma historia es el concentrado en el dicho, de origen canónico, de que ‘cuando el dinero en la caja canta/, del Purgatorio el alma salta'”
La historia es la historia y la aquí apuntada es parte de ella, sin insistir en exceso en que para tantos católicos y sus jerarcas se trataba -y, en parte, se trata-, de una “ventaja” con la que cuentan los devotos de la Eucaristía, sobre los que no lo son, o no manifiestan serlo con “la debida y preceptuada frecuencia”.
Capítulo de esa misma historia es el concentrado en el dicho, de origen canónico, de que “cuando el dinero en la caja canta/, del Purgatorio el alma salta”. También lo es la frase- lema de León X, el papa de la todopoderosa familia renacentista de los Médicis, anatematizador de Lutero con la bula “Exsurge, Dómine”, (“¡Levántate, Señor¡”) – 15 de junio de 1520 – , proclamando desde la sede apostólica “¡Gocemos del papado / ya que Dios nos lo ha otorgado¡”.
Hay misas cuya asistencia debería desaconsejarse. Y hasta prohibirse. Por la conversión (sic) del papa Francisco, se aplican ya algunas. Y se cobran sus estipendios. Y más en latín. Y todavía más, las televisadas. Hay curas y obispos para casi todo. ¿Por qué serán estos celebrantes siempre los mismos, con reiterada repetición de idénticas prédicas? ¿Quién paga a quién, por aquello de que en torno al altar, y más que las campanillas “acolitales”, han de resonar los denarios?