DIOS SÓLO, NO BASTA

Me hizo daño aquel cristianismo espiritualista. Dios estaba en el espíritu. Era imprescindible huir o marginar lo material. Decir aquello de El Reino de Dios no es de este mundo, no vale sin aclarar bien de qué reino y de qué mundo se habla. Ser hombre resultó una trampa. Enredado entre dos diccionarios: Uno el de Dios, el alma, la cruz, la vida eterna, el cielo. Otro el del cuerpo, la tierra, el pecado, el tiempo. Vivir la vida del espíritu, lo eterno. Lo demás era lo mundano, lo carnal, lo pagano lo temporal. La fe era una constante huida. Encarnar a Dios en mi existir era un imposible. Se acababa por no entender a Dios ni entender la vida.

No son recuerdos de la Edad Media. En España, la Edad media cristiana en lo político y en lo religioso, gozó de buena salud hasta la segunda mitad del siglo XX.

El Concilio encendió una ilusión de celebrar con cierta dignidad el funeral de la Edad Media española. Fue una oportunidad. Pero el Concilio no triunfó. Arrastramos, nuevamente, como una maldición ese cristianismo medieval del que viven unos pocos, y soportan o en el que mueren unos muchos. Como dijo aquel: seguimos siendo la reserva de la cristiandad.

Cada tiempo deja su huella para el futuro. Los llamados pueblos primitivos se sintieron y creyeron perseguidos por los dioses. Y para satisfacer o aplacar a tales poderosos, sacrificaban una crIatura en el altar de lo divino. Siempre hizo falta sangre humana para lavar de Culpa el Universo. Los altares actuaron como lavanderías. Por eso siempre estuvieron ensangrentados de cuerpos de mujeres, guerreros enemigos, o inocentes niños. Esos ritos dejaron huella para los siglos venideros. Hasta el crimen cometido en el Gólgota se interpretó (y se interpreta aún) como si Dios Creador y Padre lo hubiera planificado como condición para lavar al hombre malo.

La Cristiandad, desde Roma, lo bautizó todo: Imperios, religiones, filosofías, leyes, ritos, sacrificios, celebraciones y festejos. “La Ciudad de Dios” fue un sueño sacralizador del hombre y su vivir. Y esa teología dejó también su huella para siglos venideros.

Ya de viejo me doy clases a mí mismo para desaprender con urgencia. Esta es una de las últimas lecciones de reciclaje: Me enseñaron que sólo basta Dios. Ahora aprendo a escribirlo de otra forma: Dios sólo, no basta.

Hay quien no cuenta con Dios para nada. Incluso a quien le molesta su existencia o su intromisión en la Historia. Y no dan muestra de necesitar de algún Dios. Y no parecen mala gente: A veces dan pan y agua y calor. Y también hay quienes se dedican sólo a Dios, y sin embargo no parecen creer en él. Hablan de él como pían los gorriones o ladran los perros. Como si Dios fuera su oficio.

Yo -por poner un ejemplo más- me acostumbré a Dios. Nunca renuncié a Dios. Pero en la lucha por vivir, me estorbó. Ya hace tiempo que no puedo vivir ni ser, sin Dios. Incluso hice las paces con él desde que lo descubrí en los demás. Aunque me resisto a amar a los demás por Él. Quiero amar como me gustaría que los demás me amaran a mí, por mí. Me produce lástima de mí si alguien me amara a mí por amor de Dios.

Finalmente, aprendo otra lección: Sólo Dios, no basta. Habrá un momento, cuando llegue el final en el que sólo quedará Dios, como la gran certeza, como la gran duda. Pero incluso ese momento me gustaría afrontarlo con alguien a mi lado. Debe ser duro morir sólo, sin una mano, una lágrima o una sonrisa junto a ti. Pienso que es más cristiano y más humano morir junto a alguien.

Según la teología del evangelio, se puede vivir sin Dios, pero no es posible vivir sin los demás. Y según la misma teología no parece posible vivir con Dios sin vivir con los demás.

Yo creo que desde esta teología evangélica sería conveniente repasar nuestro sentido cristiano del vivir.

Luis Alemán Mur