Frase evangélica: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos»

1. Estamos en Adviento, tiempo de esperanza, de presencia y de conversión. Juan Bautista (hijo de un mudo y de una estéril) es la «voz» radical de Dios (bajo la imagen del hacha, la raíz, el fuego) que pretende «preparar» el reino y «enderezar» la sociedad injusta. Exige enmienda de vida y confesión de fe. Es profeta que clama en el desierto (donde sólo hay palabra), que se dirige a los instalados (en el sistema corrompido), con escaso bagaje de cosas (sin consumo) y con movilidad de pies (es evangelizador en la vida). Juan Bautista exige que, con el signo del bautismo, todo renacido del agua se vuelva hacia el reino inminente de Dios.

2. La afluencia masiva del pueblo hacia la voz del profeta, al margen de las instituciones, muestra la seducción de la palabra de Dios cuando se proclama al desnudo y en directo. El evangelio se niega a ser domesticado o manipulado por «fariseos» (cumplidores rituales de tradiciones) o «saduceos» (clase dominante por el dinero y el poder). Todos tenemos una buena parte de fariseos y saduceos: pertenecemos, unos más y otros menos, a la «raza de víboras». La salvación de Dios no está en el linaje ni el mero rito, sino en el modo de obrar, en «los frutos de una sincera conversión».

3. Convertirse -nos dice la primera lectura de Isaías- equivale a practicar la justicia (defensa del pobre y del marginado) y a promover la paz (con Dios, con los otros y con la naturaleza). Es al mismo tiempo -nos recuerda Pablo en la segunda lectura- acuerdo mutuo y cercanía de Dios, acogida de necesitados y servicio al Señor. La conversión, según el evangelio de hoy, es cambio, giro o viraje desde el reino; y se mide por sus frutos. Por estas razones es preferible utilizar el término «conversión» mejor que el de «penitencia», porque aquél evoca con más precisión la transformación de la persona y la consecuencia de los frutos.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Por qué motivos nos convertimos?

¿Produce frutos nuestra conversión?