“Yo, pecador y obispo, me confieso

(Pedro Casaldáliga)

“Conservadores a ultranza, rezadores y avecindados en palacios”


Pedro Casaldàliga

La Iglesia-institución está mal. Rematadamente mal. Si siempre -casi siempre- fue así, no llegaba a conocerse la realidad, con datos y detalles, a consecuencia de que la difusión de las noticias referentes a la misma resultaba inviable, tanto cívica como eclesiásticamente.

El diagnóstico de la situación lo afirman y confirman día a día no solo los medios de comunicación social “impíos y blasfemos”, sino los propios miembros de le jerarquía   y, por supuestos, laicos y laicas. El cardenal Omella, mandamás de los obispos de España, en comparecencia reciente, apunta que “necesitamos una mirada más limpia para ver la realidad junto a nosotros”, convencido ya, o a punto de estarlo, de que “vivir en el mejor de los mundos”, no es mínimamente eclesial. 

El presidente del Episcopado Portugués confesó, asimismo, ante las acusaciones de encubrimiento por motivos relacionados con la pederastia clerical, y después de diversas citas judiciales a las que se vio sometido, que “la Iglesia no es perfecta, por lo que es preciso transformarla con toda presteza”. El cardenal Cottier, eminente teólogo del Vaticano II, reconoció que “la historia de la Iglesia manifiesta una progresiva decadencia y un alejamiento creciente de Cristo y del Evangelio”. Rememorando al Vaticano II, reza así el papa Francisco: “¡Señor, Tú que nos  apacientas  con ternura, condúcenos fuera de los recintos  de la autorreferencialidad religiosa!”. 

Y de los obispos ¿qué? Los obispos son Iglesia, al igual también que lo son los laicos y las “laicas”. Pero no son “la” Iglesia, tal y como en ocasiones, frecuentes en demasía, dan la impresión de ser y actuar dentro de los “lugares catedralicios” –”catedra”- y aún fuera de ellos.

Y aquí encaja como anillo al dedo -episcopal- el primer verso de uno de los poemas del sempiternamente recordado Pedro Casaldáliga, “místico, poeta, profeta, modelo de humanidad” y también obispo: 

“Yo, pecador y obispo, me confieso/  de haber llegado a Roma  con un bordón agreste/, de sorprender el Viento entre las columnatas…de haber llegado a Asís/ cercado de amapolas…/  de creer en la Iglesia /a pesar de la Iglesia….”

Y es que la ya inaplazable, urgente y profunda-renovación de la Iglesia, “con mirada limpia”, es preciso iniciarla por el principio que, en conformidad con lo de “Sucesores de los Apóstoles”, se dicen ser los obispos. Y estos, con mención sacral para los de España, demandan un buen repaso, ya desde   su selección-nombramiento para sus sedes. Tal y como sigue aconteciendo, el procedimiento actual es cívicamente semi- sacrílego. En los tiempos acelerados de democracia que rige pueblos e instituciones, el dedo, el “por ser vos quien sois”, las recomendaciones, nombrar a “trepas y a pelotas, haciendo intervenir además al Espíritu Santo, es una vileza y una felonía, -deslealtad, traición y mala acción”- a la Iglesia, aun cuando felizmente no son ya pocas las excepciones que se registran en el episcopologio “franciscano”.

Pero de un sistema antidemocrático por todos sus poros y hasta sus últimas consecuencias, apenas si puede esperarse otra cosa.  Huelga citar casos, concretar casos, por ser tantos y ser y estar difundidos por los medios de comunicación, difícilmente incluidos los financiados eclesiásticamente. Los semilleros en los que se criaron las vocaciones “episcopables”, son conocidos sobradamente, como lo son sus sembradores de un estilo de Iglesia “ante” y “anti” Concilio Vaticano II.

Conservadores a ultranza y rezadores. Avecindados a perpetuidad en las únicas mansiones palaciegas registradas en el nomenclátor de las provincias y Comunidades Autónomas ¿qué colectivo vive, trabaja y pernocta en palacios,  con la convicción de ser esta la voluntad de Dios y exigirlo así el mejor servicio a la Iglesia, con el correspondiente  cortejo de  títulos, privilegios “divinos y humanos”,  y símbolos con los que sus protagonistas “mitrean” y “baculean”, con asombro, devoción malsana e hilaridad por parte de laicos y laicas

Para ponerle el punto y aparte  a esta reflexión “episcopal”, doy fe de mi confesión personal, con dolor y arrepentimiento, de que, en mis largos años de “escribidor”, en el proyecto bibliográfico a afrontar, aplace la redacción  del título “Cómo se han nombrado y nombran los obispos en España”, por sobrarme materia, y faltarme, dentro de un orden, tolerancia, aguante y “paciencia”, sin haber podido entonces leer el verso de Pedro Casaldáliga   en el que también se confiesa  de “soñar con la Iglesia / vestida solamente  de Evangelio/ y sandalias”. 

De la crisis de salud mental que se vive hoy en España, por supuesto que uno de los abanderados en delatarla es Mons. Munilla, hoy obispo de Orihuela-Alicante, entronizado en su catedral, previo el desfile y la descabalgadura de la mula blanca, ¡Qué argumento tan cardinal se perdió el mártir poeta Miguel Hernández, con el dulce sabor a cebolla que alimentaba a su mujer y a su hijo¡