“Revistamos el Evangelio de liturgia y así conseguiremos domesticarlo”
El Papa Francisco tiene una difícil tarea. La reforma emprendida por el Concilio Vaticano II bajo el impulso del Espíritu Santo está todavía en sus inicios en varios aspectos. Se abren frentes internos en la Iglesia por grupos que no han terminado de entender el Concilio. Es comprensible que no pueda afrontar todos los desafíos a un tiempo. La terquedad de algunas posiciones le ha obligado a “tocar” el tema de la liturgia, tanto limitando el uso del misal tridentino (motu proprio Traditionis custodes) como en la carta apostólica Desiderio desideravi en la que señala la liturgia como antídoto para el gnosticismo y el pelagianismo -que presenta como venenos de nuestro tiempo- e incide en la importancia de la formación para y desde la liturgia, utilizando una expresión sobre la que volveré después: “la belleza de la verdad de la celebración cristiana”.
La liturgia es la principal acción de la Iglesia (Sacrosantum Concilium) y, sin embargo, no ha merecido ni un sínodo desde los 59 años transcurridos. Sorprendente. De hecho reducir la actual situación, el abandono llamativo de feligreses en la misa dominical tras la pandemia o la desvinculación de muchos jóvenes, a un problema formativo es ignorar que la reforma litúrgica no ha conectado con la línea renovadora del Concilio respecto a las fuentes evangélicas, la conexión de la espiritualidad con lo terrenal y la dimensión comunitaria del pueblo de Dios que camina. Hay un problema de significatividad.
Para ilustrarlo me permito una historieta que, aunque pueda parecer irreverente o exagerada -como tantas parábolas- puede ayudar a situar el problema.
“Un día estaba “el malo” hablando con otros espíritus semejantes:
– ¡no puede ser! Vamos a perder la batalla y la guerra contra la humanidad y contra Dios.
– ciertamente, el Evangelio avanza y ya cayó uno de nuestros imperios, y así dominaciones, potestades ((ahora gusta recordar estas cosas))…
– ¿qué podemos hacer? El Evangelio es muy atractivo y cambia la vida de los hombres ((y mujeres, habría que añadir con la sensibilidad de los tiempos)), ven a Dios cercano y el Reinado de Dios se opone a nuestro dominio.
– ¡¡ya sé!! -dijo uno de ellos al que el príncipe de este mundo tenía bien perfilado- aprovecharemos las tendencias torcidas de los hombres para disfrazar el Evangelio.
– ¿¿Cómo?? -contestaron al unísono- ¿cómo lo haremos?
– bien simple: revistamos el Evangelio de liturgia y así conseguiremos domesticarlo.
– ¡¡Sí!! ¿Cómo no se nos había ocurrido anteriormente?
Y así fue como se fue haciendo. El Evangelio se rodeó de incienso, la acogida en la iglesia de silencio sagrado que no moleste la oración de los fieles, la estancia en el templo de distancia social para poder centrarse en la divinidad, la paz se ritualizó lo suficiente para no tener que tocarse las manos, los ornamentos y demás nos recordaban que el Reino es algo… de los Cielos, y pudimos recuperar los sentimientos de lo sagrado frente a este mundo profano.
Se podría añadir, pero no lo diré: (Y Bannon y Soros, vieron que era bueno).
Ya tenemos el Evangelio domesticado. ¡¡Qué tranquilidad!!”
Cuesta ligar la frescura y verdad del Evangelio con cómo se concibe la liturgia. Y esto no se resuelve con formación o con interiorización… subjetiva. El problema de la significatividad es un problema que cuestiona “la belleza de la verdad de la celebración cristiana”, porque esta verdad no se pone en evidencia, si es que no se niega directamente con los hechos.
Desde el Evangelio ¿qué es el culto cristiano? Sorprende que en Sacrosantum Concilium se soslaye este tema. La liturgia debe ligar con el sentido del culto cristiano si no queremos caer en el divorcio vida-culto denunciado por los profetas… y no infrecuente hoy. Lo de “misericordia quiero y no sacrificios” debería estar superado cuando la mirada se dirige al Padre de misericordia… pero no parece tan claro cuando durante la misma celebración prácticamente nada contribuye a dirigir una mirada divina de misericordia al entorno inmediato (la comunidad) y al mundo… bueno, podemos pensar que es sólo problema de la homilía ¿Nada más?
Por un lado el culto cristiano es ofrecerse a Dios en Cristo (Rm 12,1-2) como se quiere significar en el ofertorio. Ofrecerse ¿para qué? Para hacer la voluntad del Padre, un amor que se entrega hasta la muerte anunciando y participando del Reinado de Dios “por puro amor de Dios”, que dicen los clásicos.
La liturgia es una mirada de reconocimiento, agradecimiento y postración ante este Amor de Dios manifestado en Cristo, y es en Cristo como nos acercamos al Padre. Si el protagonista es Cristo, es el Espíritu Santo quien actúa haciéndonos su Cuerpo, cuerpo que se entrega por y desde el amor de Dios reconocido en Cristo Señor (Flp 2,5-11) con el que nos configura. Pero, precisamente por eso, en el “examen final” no cuenta si decimos “Señor, Señor…” sino si le servimos en los más pequeños.
Ahora bien, parece absurdo reducir este protagonismo del Señor en la liturgia a una relación individual con lo que se celebra; o reducir el aspecto comunitario y de participación a repetir juntos las frases que prevé la liturgia, por mucho que las podamos decir desde el fondo del corazón. Cuando hay que explicar que eso es “una participación activa” sin provocar risa en personas ajenas… quizás algo está fallando. ¿Se arregla esto con formación? ¿No es caer en el mismo gnosticismo que criticamos?
Así en la liturgia confluye:
la mirada a Dios, protagonista, pero también la realidad del mundo en que estamos y al que somos enviados y que tanto amó Dios que le entregó a su Hijo único (Jn 3,16);
En esa mirada a Dios, la presencia del Señor Jesús, en el altar, en la Palabra, en las ofrendas transformadas en Cuerpo de Cristo y -parece olvidarse- también en la Asamblea, Cuerpo de Cristo;
La comunión con el Señor y la comunión entre nosotros: comunión que es participar unos de otros en el Señor;
La escucha de la Palabra y el envío al mundo, a un mundo concreto al que servir como el Señor hizo.
No es cuestión de equilibrios, sino de integración y veracidad. ¿Cómo hablar de comunión en el Cuerpo de Cristo si nos ignoramos? El Amén de la comunión incluye el amén del encuentro con los hermanos… pero hay gente que se pregunta por qué dar la paz a otros que o ignora o incluso ve con malos ojos. Incluso hay obispos que recuerdan que el rito de la paz es optativo y mejor evitarlo para que no nos despiste ¿de la realidad? ¿Puede reducirse el ofertorio al simbolismo del pan y del vino sin encontrar modos de presentar ante el Señor la realidad que nos toca y mueve más que a través de fórmulas generales?
¿Se puede hablar de participar en Cristo los unos de los otros sin espacios -previos o internos a la liturgia- que rompan nuestros muros? La realidad es que no es raro que muchos jóvenes no encuentren “la belleza de la verdad” en la liturgia que celebramos… y esto no parece ser un problema. ¿Es cuestión de formación únicamente o de la propia dinámica de la liturgia que tiende a promover una comunión unidimensional y unidireccional, si es que esto fuere posible?
Una liturgia que en nombre de la unidad busca indisimuladamente una uniformidad casi escandalosa, haciendo a la Iglesia más romana que católica a veces imponiendo sensibilidades particulares que avanzan… hacia atrás. Una liturgia que no afronta sus propias contradicciones, recibe críticas justas e injustas de todo tipo, ha perdido significatividad y conexión con la vida del Evangelio -especialmente la veracidad de las relaciones fraternas- y con la realidad en que vivimos y presentamos al Señor… ¿No merece una reflexión compartida para distinguir lo esencial de lo accesorio?
¿Es pastoral litúrgica sólo la formación o la propia dinámica de la liturgia debe ser más pastoral? ¿No hemos de revisar el concepto de tradición que tantos problemas ha generado -incluyendo los innumerables matices de la Sacrosantum Concilium para no herir sensibilidades…- y sigue generando? ¿No hemos de reconocer que ha habido derivas litúrgicas históricas que se han alejado del Evangelio?
Si se avanza en la sinodalidad eclesial, que será un proceso lento, será el gran legado del Papa Francisco… pero ¿cuándo se convocará un sínodo -ecuménico por cierto- sobre liturgia?