He aquí un ejemplo clásico indignante de cómo una determinada teología propia de célibes, oscurece y adultera la comprensión de luces, que iluminan por aquí y por allí, en toda la Biblia.

Al hablar de “limpieza de corazón” los espiritualistas de confesionario siempre se referían a las “afecciones desordenadas”. Para estos funcionarios, o santones de parroquias y conventos, las adherencias desordenadas no eran otra cosa que afectos y amistades personales. Amistades que sólo podían ocultar enamoramientos disimulados, bien heterosexuales bien homosexuales.

El terror a este tipo de afecciones desordenadas, fue la causa de no entender, con frecuencia, lo que significa el “limpios de corazón”. Y es que, en la práctica, lo pecaminoso se reducía al área sexual. La limpieza de corazón era la pureza. Pureza, la ausencia de lo carnal. Y lo carnal era el sexo. El cristianismo fue durante mucho tiempo (y, en gran medida, sigue siendo) la religión del sexo. Un sexo raramente estudiado o divulgado ni científicamente, ni bíblicamente, ni antropológicamente. El miedo, la ignorancia y la hipocresía ante el sexo ha sido un desastre para el desarrollo del hombre cristiano.

Y como efecto colateral, la institución eclesiástica eliminó, del mundo clerical y sus alrededores, no sólo el matrimonio sino el bellísimo don de la amistad. Se puede afirmar, con pena, que el funcionariado eclesial ha eliminado lo más bello de las relaciones entre personas: la amistad. En los conventos, en los seminarios se consideró peligrosa.

El miedo al sexo ha roto o empobrecido la convivencia humana, ha creado clausuras, ha levantado conventos entre bosques. Ha producido desgarros, traiciones, corrupción – porque el miedo no suele ser fundamento de virtud alguna. En consecuencia, el desconcierto que los santos y castos varones eclesiásticos sufrieron desde antiguo ante la fuerza del sexo (procedente de la creación) ha hecho desgraciada a la iglesia, a los eclesiásticos y –lo que es peor– a los fieles sin graduación.

Cuánta sangre derramada, cuánta lágrima, cuántas amarguras, cuánta sequedad ha sembrado la dichosa teología célibe diseñada por célibes o seudo célibes ignorantes.

La historia se cobra los desmanes contra natura. No hay institución social que esté sufriendo tanto sus propios errores como la institución eclesiástica. A este desastre ha llegado la jerarquía eclesiástica, además de otras razones, por su viciada interpretación de una bienaventuranza evangélica: “los limpios de corazón verán a Dios”. ¡Y van, los muy memos, y esa limpieza la reducen al sexo! Es un caso claro de cómo acudimos a la escritura no para que nos ilumine con su verdad sino para confirmar nuestra verdad.

De esta forma, una teología viciada en sus planteamientos, –base del clero– ha tergiversado la comprensión de lo sano y lo insano.

  • Primero, esta teología declaró el fracaso de la Creación. Obsesionada por un pecado de origen no entendió al hombre, no entendió la creación, ni a Dios como Padre.
  • Segundo, elaboró un programa para medio salvar la Creación supuestamente fracasada: la mal definida y peor entendida, Redención. Una teología –la de la redención– que desvirtúa y empobrece el papel de Jesús de Nazaret en el proceso de consecución de lo humano.
  • Tercero, esa Redención se vinculó, al modo pagano, con altares, sangre, y sacrificios.
  • Cuarto, dado que toda la humanidad estaba contaminada, según la teología sacerdotal procedente de la Torá judía, precisó un injerto de sabia (semen) nueva, traída desde el Cielo por el Espíritu Santo. Operación de importación montada al margen de las leyes de la fracasada creación. Una teología que tampoco entiende al Espíritu

“Es la teología de la Biblia”, repiten los nuevos escribas del Templo.

¡Cuántas veces habrá que recordarlo! Ahí radica el mal. La Biblia no puede ser leída con fundamentalismo anacrónico, simplón, piadosito e infantil. Hoy hemos aprendido que para entender algo de la palabra de Dios, hecha historia, es imprescindible empezar por entender la historia, mucha exégesis, mucha limpieza del propio corazón: condición básica para vislumbrar algo de Dios.

La teología escolástica no debió, nunca, utilizar la Biblia para confirmar sus tesis sino para tratar de encontrar a Dios en la historia de un pueblo, y en la manifestación de Dios a través de todos los pueblos y en toda la creación.

Hoy, parece que podemos llegar a la siguiente conclusión: La interpretación catequística y popularizada de la Historia Cristiana, es decir:

  • Creación del hombre;
  • Fracaso del hombre;
  • Castigo;
  • Redención del hombre,

no sólo es primitivismo puro, duro y equívoca, sino que ha pervertido la imagen de un Dios Padre que sólo es Amor.

Luis Alemán Mur.