Según opinión de Hans Küng, Pablo VI resultó mucho más curial que liberal. Quizá su debilidad en la salud desde joven (tuvo que interrumpir sus estudios en el colegio de los jesuitas) le hizo indeciso y hasta cobarde. Deseó la reforma de la iglesia, pero sintió pánico a la curia. Al morir Juan XXIII, se hizo cargo de la iglesia y de continuar el Concilio. Toda la opinión pública estaba a su favor. Inauguró su actividad con un discurso prometedor e ilusionante. Pero al día siguiente repuso en sus puestos a los viejos elefantes de la curia. Cicognani de 82 años como secretario de Estado; Ottaviani como jefe de la institución más decisiva de la Iglesia: el Santo oficio. Se quedaron Pizzardo, amigo de Ottaviani y como secretario del Concilio un tal Pericle Felici del que se afirma que solo creía en Nicea y en el cardenalato.

Como es lógico me llamarán exagerado. Pero es posible que allí se acabara el Concilio, al comienzo de la segunda sesión. El carácter débil y quizá cierta confusión de ideas hacen que Pablo VI camine titubeante con miedo a babor y estribor. La reforma de la liturgia impulsa a plantearse la Iglesia como pirámide de poder frente a la Iglesia como comunidad de creyentes. La Iglesia del Nuevo Testamento, incluso la de la primera Edad Media fue una iglesia de comunidades de creyentes. La Iglesia pirámide fue producto de papas monárquicos, en competencia o a imitación de reyes más o menos cristianos.

Se soñaba con la pretensión de que el Esquema sobre la Iglesia sirviera para presentar al mundo una Iglesia de comunidades unidas por la fe y el amor. Pero ese Esquema pasó a manos de Ottaviani en donde el sueño quedó disecado y postergado de lugar. Nuevamente la estructura de poder ahogaba el concepto de servicio a los hombres. La Iglesia sirviente iba a seguir siendo la Iglesia reinante. Un papa absolutista e infalible. Obispos como grandes señores. Los sacerdotes y cleros al servicio de sus monseñores. Y el pueblo convertido en la base de la pirámide. Es verdad que en el Concilio se habló de colegialidad. Es verdad que se va haciendo algo de camino al andar. Pero ¡qué difícil y lejano se intuyen las iglesias unidas en la fe y guiadas por la caridad!

Hay algo que no se funda en Jesús ni en el Nuevo Testamento. La llamamos Curia. Un montaje de grandes señores rodeados de oficinistas. Todos ellos manejan el poder, el dinero, al papa de turno y se mueven con una inmensa hipocresía devota. Con el tiempo se han podrido. Nada se hace en la Iglesia que no pase por ellos. No es el papa el infalible. Es la Curia la infalible. No se mueve nada en el Vaticano, ni en Roma ni en ningún episcopado, por muy cardenalicio que sea que no esté supervisado por algún dicasterio y bendecido por el de la Verdad o Santo Oficio o como se llame ahora. Es decir, la Curia es quien manda. No el Papa. En vez de decir que “sólo hay una Iglesia”, habría que decir que sólo hay una Curia.

Llegó Francisco. Abandonó el Palacio. No sabemos si por su mal olor o porque no le gustaba el té que se sirve allí. Quiere que haya muchas iglesias con la misma fe y caridad y el mismo Jesús. Los cardenales le acusan de abandono. Y tememos por su vida. Él cree en el Espíritu Santo. Su especialidad es romper moldes. Yo desearía que rompiera el molde del cardenalato. No hacen falta. Solo enredan. Y cobran grandes sueldos.

Luis Alemán Mur